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-“Quien a los veinte años no es de izquierdas no tiene corazón, pero quien a los cuarenta lo sigue siendo es que no tiene cerebro”-. Esta frase, aunque no es cierta como todas las sentencias rotundas al menos puede movernos a la sonrisa, pero también a la reflexión, pidiendo disculpas a los que se puedan sentir molestos por la frase inicial porque tengan más de cuarenta años, sigan siendo de izquierdas y no se consideren descerebrados.
La formación de opinión a lo largo de la vida, como plantea Walter Lippman, se fundamenta en la libertad de los ciudadanos, no constituyendo una garantía de objetividad, puesto que la opinión formada, se corresponde frecuentemente con hechos mal conocidos y peor comprendidos, relacionados con la información recibida de los medios de comunicación y con una serie de mecanismos desconocidos para quien se forma una opinión, que intentaré desvelar.
A pesar de esto, desde jóvenes creemos tener una firme opinión sobre muchos temas, tanto más firme y tozuda cuanto más jóvenes somos, tomando referencias del grupo social con el que convivimos. Opinar supone situarse socialmente con relación a nuestro grupo y frente a los grupos externos al mismo.
Por ello dependiendo con quien estemos, podemos emitir con sinceridad opiniones contradictorias. Nuestro mundo se circunscribe a un pequeño grupo, que adquiere ante nosotros una importancia capital en la formación de nuestra opinión sobre cualquier tema del mundo que nos rodea.
En estas circunstancias, tal como afirma Jean Marie Domenach, la propaganda ejerce sobre la opinión una doble acción, magnética y a la vez protectora, formando la opinión individual y conduciéndonos a expresarla en público, pero a su vez le protege al crear las condiciones lógicas, psíquicas y sociales basadas en una opinión colectiva.
Hemos evolucionado desde la era de las masas del siglo XIX, a la de las muchedumbres de mediados del siglo XX y a la actual opinión pública del ser humano aislado, que se enfrenta a las contradicciones de su propia opinión.
Es lógico por tanto ser de izquierdas a los veinte años, ya que es en los jóvenes, los obreros y los grupos defensores de ideas excluyentes como el ecologismo, radical el veganismo y el feminacismo en los que la izquierda suele volcar su propaganda.
Según afirma J.A.C. Brown, “el comunismo y el nazismo, aunque son polos opuestos en su contenido intelectual, son muy similares, ya que ambos tienen un atractivo emocional para el tipo de personalidad que obtiene placer sumergiéndose en un movimiento de masas y sometidos a una autoridad superior”. Ambos movimientos de masas reclutan a sus seguidores en los mismos grupos, siendo competitivos entre sí y a su vez intercambiables.
La propaganda socialista desde Lenin hasta nuestros días se basa en un recorrido que va desde la agitación hasta la educación política, que conecta de forma continua al partido con la masa a la que dirige su propaganda, y se fundamenta en dos formas de actuar, la revelación política o denuncia y la voz de orden.
El veinteañero de izquierdas , se encuentra más cómodo en un movimiento de masas, sometido a una autoridad superior, recibiendo revelaciones políticas y voces de orden, que estimulan su rebeldía frente a lo que considera un poder opresivo representado por las instituciones estables que conoce ,la familia, el Estado, la Iglesia, el ejército, etc.., y es difícil que pueda conocer el liberalismo, ya que la propaganda socialista se ha apropiado de las palabras libertad e igualdad, que lo definen .
Para los liberales la palabra libertad significa, liberación frente al poder arbitrario de otros hombres, así como romper los lazos que impiden al individuo obrar diferente a lo impuesto por un superior. Por otro lado, la libertad socialista hace referencia a la conquista del poder económico, para redistribuir la riqueza desde el Estado.
Pero esta apropiación y uso inadecuado de la palabra libertad por los socialistas no ha sido discutida suficientemente por los liberales, que al igual que los intelectuales amantes de su libertad de creación, abrazaron a ciegas el socialismo sin plantearse que su aplicación real conduce a lo contrario de la libertad.
Ante esta manipulación del lenguaje, es muy complicado, salvo por la edad, la lectura y la reflexión que ese veinteañero de izquierdas evolucione hacia posiciones liberales hasta no cumplir los cuarenta. Aún a pesar de esa dificultad, nuestra evolución hacia el individualismo y el liberalismo igualitario es posible para cualquiera y podría ser muy tranquilizadora para algunos intelectuales y artistas de izquierdas que en lugar de pasear pancartas o repartir flores blancas a los terroristas, se podrían dedicar a analizar la raíz real de sus creencias y confrontarlas con la realidad y sin ningún horror en sus miradas reconocer que solo el liberalismo permitirá ejercer en libertad cualquier profesión creadora.
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