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Electoralmente, éste va a ser un año agitado y puede que decisivo. Habrá elecciones municipales en toda España en el mes de mayo. También en mayo se celebrarán elecciones autonómicas y, posiblemente, según nos cuentan los entendidos, habrá elecciones generales antes de que empiece el año próximo. Esto último dependerá de cómo los amos del NOM oteen el panorama: es decir, si se da un caldo de cultivo favorable para que renueve la porqueriza «S» (Sánchez y sus huercos) o deciden sustituirla por la pocilga «F» (Feijoo y sus camanduleros).
En principio, la fuerza de aquellos ciudadanos que se esmeran en el trabajo y que comparten valores y principios reside en su capacidad para presionar a sus dirigentes e influir en la política. Y para ello tienen la oportunidad electoral, asegurándose antes de que esta se halla limpia de trampas. Las elecciones, previa conciencia cívica y previo esclarecimiento de los fines sustanciales, permiten, en teoría, castigar a los partidos delincuentes y traidores.
Se supone que la mayoría ciudadana está -debería estar- a favor de la vida, de la familia, de la infancia, de la educación, de la justicia y de la libertad, y que no desea dejar de poseer y de gozar tales valores tradicionales, occidentales y cristianos. Pero esa posición hay que demostrarla. Sus batallas, pues, han de ser en defensa de todos esos valores, y la primera batalla pasa por votar con coherencia.
En nuestros tiempos, la lucha debería estar, pues, contra las leyes aberrantes impuestas por las izquierdas resentidas y sus cómplices, Los ciudadanos comunes, que en teoría componen el pueblo soberano, deberían alzar su voz contra los criminales; esa voz que la casta política censura y que su propaganda desvirtúa o silencia. Y deberían ser conscientes, además, de que no se trata sólo de expulsar del Gobierno al frentepopulismo, sino, sobre todo de expulsarlo del mundo de la política y del país, previa supresión de sus leyes diabólicas y tras desenmascarar y encarcelar a toda la ralea de inútiles y vagos apoltronados en el poder o en sus inmediaciones.
Pero una cosa es lo conveniente y necesario en orden a la razón, a la ética y a la justicia, y otra lo conveniente y necesario para una mayoría abducida y banderiza, irrazonable, inmoral e injusta. Porque a la mayoría de los electores no sólo le trae al pairo que le gobierne y represente el actual Gobierno frentepopulista, formado o apoyado por lo más cenagoso del espectro político, o que sean sus cómplices del PP los gobernantes; lo que esa mayoría prefiere es, precisamente, que sean tales coaligados o su colaborador pepero quienes les timoneen.
Y son diversas las causas por las que quieren que el Gobierno actual, en vez de velar por los intereses del común, se preocupe en exclusiva por sus propios intereses, particulares y partidistas. Porque a dichos electores, ya sean sectarios o subsidiados, les gusta y se avienen a recoger las migajas que los privilegios partidocráticos reparten a sus parroquianos, pues entienden la corrupción, más que como un problema político o normativo, como un problema humano; y ellos en este aspecto se sienten muy humanos y comprensivos con los truhanes.
Por eso, el hecho de ser tutelados por unos partidos absolutamente corruptos, desleales a la nación y a la ciudadanía en general no les dice nada. Los españoles, en su mayoría, reelegirán el bipartidismo y, en las vascongadas y Cataluña, a los separatistas. No es cuestión de que buena parte de esos votantes se sientan antiespañoles, es que el concepto de España es para ellos algo desapasionado e inexpresivo. Y la posible desaparición o balcanización de la patria les produce desapego, al menos de momento, ya que, afiliados como están, literal o sentimentalmente a la bandería, o receptores como son del maná del Estado, aún no han visto las orejas al lobo asesino, sólo las de la loba que les nutre, su dilecta y reelegida alimaña.
De ahí que también les produzca pasividad el viejo interés de nuestros enemigos exteriores -con el NOM hoy a la cabeza- por conseguir esa ruptura nacional, la división de España en varios países. Ni saben, ni quieren saber nada de las intrigas de las elites globalistas ni de deslealtades. La sociedad traga con el crimen y con todos los disfraces con que este se viste: inmigración ilegal, multiculturalismo, terrorismo y mestizaje; educación capitalsocialista, adoctrinamiento escolar y sexualización infantil; perversexualidad, abortismo, hembrismo y zoofilia; transhumanismo, buenismo y corrección… que son las nuevas doctrinas que el relato oficial impone.
Y nada tiene que decir en apoyo de la unidad de España y de la verdad histórica; nada en amparo de la religiosidad, de la fe cristiana y de la familia natural, ni en defensa de la vida y de la dignidad humana… Porque el vulgo sólo salvaguarda lo que reporta interés, y mira antes a lo provechoso que a lo honesto. Entre muchos miles es difícil hallar un hombre persuadido de que la virtud lleva consigo la recompensa. Sólo se ama lo que trae utilidad. Hoy cada cual se atiene al amor de sus rentas y calcula solícito con los dedos lo que cree más útil.
Por eso, una cosa es la obligación de descabalgar a los candidatos frentepopulistas y peperos que pululan por ayuntamientos, diputaciones y autonomías, trenzando la red de corrupción y clientelismo que nos asfixia, y otra cosa es que se consiga. Y lo primero que habría que entender de una vez por todas para lograrlo es que el PP está inmerso de hoz y coz en el Sistema. Y que, tanto como el PSOE y el frentepopulismo restante, se halla bajo la advocación de Soros y compañía.
Porque si no se entiende que el PP es también un enemigo, traidor a España y a los españoles, no se entiende nada. Y si erramos en un juicio tan sustancial como este, nos equivocaremos con la diana y malgastaremos los esfuerzos. Cuando la sociedad española se abstenga activa y masivamente en los comicios o -como mal menor, hasta ver resultados- vote mayoritariamente a VOX, y arrumbe de hecho o definitivamente al PP y al PSOE y a todas sus excrecencias, se habrá iniciado el camino de la esperanza. Hasta que la ciudadanía no lleve a los bipartidistas y a sus cómplices a Peralvillo, para que se les juzguen sus culpas y empiecen a oler el esparto, España no podrá resurgir.
Y eso es muy difícil de alcanzar por un motivo muy sencillo: porque además de los consabidos frentepopulistas, hay entre la población española con pedigrí de derechas muchos encauzadores de opinión con audiencias excesivas respecto a su exigua utilidad pública, aunque tal vez apropiadas atendiendo al nivel de imprudente credulidad de los escuchantes; muchos falsos idolillos con impostado linaje intelectual; muchos caballos de Troya abarrotados de minadores y entregados con afán a su estudiada labor generadora de equívocos, de confusión y de verdades eternas que sólo duran unos días. (La habilidad del Sistema consiste en habernos introducido al enemigo en casa).
Estos informadores, expertos y contertulios de la cosa (nos referimos a los cucos y aprovechados), lanzan, por un lado, directas invectivas a las izquierdas con el supuesto fin de derribarlas, mientras que, por otro, indirectamente, las sostienen para que no caigan de forma definitiva. Hipócritas y, en realidad, apátridas, estos derechistas no dejan de ser Sistema. Y lo serán mientras sus intereses y su confort no se estrague. Hoy día el PP, con su dañina nidada de peperos, es el otro gran enemigo de la patria; y España no resurgirá hasta que las cochiqueras no se destruyan, hasta que los ventajeros de uno y otro bando no muerdan el polvo. Pero la lucha de hoy ya no estriba sólo en enfrentarse a los partidos, sino en desmantelar el Sistema.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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