22/11/2024 03:56
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Amar a la Iglesia es amar a Dios y el amor a Dios lleva intrínseco el amor a la Iglesia. Me lo enseñaron cuando tuve uso  de razón  y no me he movido de  ese convencimiento en los noventa  años siguientes.  Hasta muy próximo a los cuarenta años, jamás se me hubiera ocurrido –ni siquiera amagar– un enfrentamiento a ningún pastor de la Iglesia. Fue el Vaticano II quien –digamos—“abrió la veda”…para facilitar a los modernistas adueñarse de las estructuras de la Iglesia fomentando la “democracia en la Iglesia”.

Se cargaban a conciencia  el sentido jerárquico imperante durante 1960 años e introducían un instrumento satánico –democrático–, diseñado para minar la autoridad del Vicario de Cristo y reforzar a los “manipuladores”, perfectamente entrenados por  la Sinagoga de Satanás. Esta  realidad se le ocultó al pueblo católico. Solo unos pocos intentamos abrirle los ojos advirtiéndole sobre cómo “manejaban el Concilio” tanto dentro de la Basílica vaticana como los mensajes enviados a la opinión pública. No me cansaré de aconsejar la lectura del libro «El Rin desemboca en Tíber”. Quienes llevábamos muchos años  –en mi caso más de veinte—luchando a brazo partido en defensa de la Religión y la Patria, tuvimos que hacer de tripas corazón  ante la traición a la Fe  recibida y defendida

Para mi sigue siendo la mayor fuente de tristeza. La “noche negra” –que no  “oscura”– que invadió al Catolicismo; a mi entender, la peor desde que el Divino Maestro envió a difundir el Evangelio por el mundo. Si mantengo una postura crítica no es por placer,  sino por el deber,  acompañado de una inmensa pena.

Quizás lo entiendan mejor si les digo que durante los primeros años de mi vida, un sacerdote hermano de mi abuelo materno fue para mí primero, “padre”, cuando Dios se llevó al mío natural, con 34 años y yo tenía seis meses. Antes, él, había criado a mi madre — desde niña,  para aligerar la casa de su cuñada,, de familia que no era de las llamadas en los pueblos “ricas”, como lo era la de mi padre–. Mi madre, al quedar viuda a los 22 años, volvió con su hijito,  a casa del tío sacerdote. Cuando ella muere –los 28 años¸ yo tenía seis, –el tío sacerdote fue para mí  “padre y  madre”. ¿Qué idea puedo tener yo, de la Iglesia, habiéndome criado así?

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Para mí  –por formación, por convicción y por “sentimientos”—la Iglesia y el Sacerdocio son lo mejor y más grande de esta vida. Espero que, así,  entiendan todo lo que duele el enfrenarme a los traidores “de dentro” a mi doblemente “Madre”.

El amor a la Iglesia está en el cimiento de la gran mayoría de quienes sienten a España en sus entrañas y por lo tanto a todos les duele la traición de esos cardenales, obispos y sacerdotes –y del propio Francisco—que permiten que los cabrones que nos gobierna hayan podido exhumar a Franco del Valle de los Caídos, exclusivamente, por odio a nuestra Fe, por haber merecido recibir el Papa la máxima condecoración por la defensa de nuestra Santa Religión, y para  obedecer las órdenes de la Sinagoga de Satanás.

Mi amor a la Iglesia es el motor que me impulsa a intentar que la Jerarquía Eclesiástica entienda su traición a Dios a España, cuando calla como si fuera muda a ante el odio satánico de todas las Leyes que esos criminales –asesinos de niños y ancianos—que nos gobiernan,  van imponiendo al Pueblo Español, “sin oír a los obispos ni al Papa” levantar la voz, y seguir el ejemplo de Cristo frente a los “sanedritas, fariseos y doctores de la Ley” de entonces .—hoy, Sinagoga de Satanás–.

Las ovejas del rebaño de Jesús tenemos, hoy la desgracia de  ver a lobos dirigiéndolo pero no a pastos seguros y libres de la muerte eterna, sino todo lo contrario, herejías y cismas protegidos por el Vaticano en vez de excomuniones y anatemas como las de Cristo a quienes llevaban al Judaísmo al desastre y a perder la “Alianza firmada con Abrahán” y abolida el Primer Viernes Santo de la Historia,  con la crucifixión de del Mesías.

Jamás  se me hubiera ocurrido pensar que un representante de la Jerarquía como el cardenal belga Suenens definiera el Concilio Vaticano II, como la auténtica  y “verdadera ‘Revolución francesa’ de la Iglesia” y,  no como crítica  sino como  “máximo elogio posible”.   

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Marcaba la nueva ruta” para las relaciones de los simples fieles con la Jerarquía. Un estilo “populachero”: se arrinconaba e ignoraba el sentido “jerárquico” dado por el Divino Maestro y regiría una actitud y método “democrático” que se trasluce en la ausencia de respeto a la dignidad sacerdotal, y cualquier mocoso trata de “tu” a un sacerdote –y si se tercia– al obispo.

Yo trato siempre de usted a todo sacerdote, — aunque lo haya conocido de “crío”– y esté recién ordenado. Solo tuteo a un sacerdote madrileño cuya amistad nació “telefónicamente” con la compra de un libro mío;  me aconsejó hacer todo lo posible para que se divulgase al máximo y,  luego, él mismo se encargó de hacer realidad su consejo. Como es habitual, entre amigos lo empecé a “tutear” –pues no me había dicho que era sacerdote—. Algún tiempo después me informó de su condición y me disculpé de haberlo tratado como a un laico cualquiera. Pero ya no  era momento de desandar lo andado, y le sigo tuteando.

He oído bastantes veces decir –a sacerdotes–: “Trátame de tú”. Pues bien, siempre me he callado, pero he pensado: “¿Y quién eres tú, para rebajar tu dignidad?  Y ¿quién es el que oye tu invitación para hacerte caso? ¿No conoce usted, ignora él, todo el alcance del poder –divino– de convertir el pan y el vino en cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo?¿Y lo que  supone “poder perdonar los pecados”?

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