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Decía Millán-Astray, nuestro padre legionario, que tenía dos hijas: la Legión y Peregrina. Y así nos lo recordaba nuestra añorada «Pala» en los prolegómenos de la XXII edición de la Carrera de la Legión, la de los 101 km de Ronda, en mayo de 2019.
Hoy toca despedir a «Palita» que, un par de décadas más joven que su ya centenaria hermana mayor, supo imbuirse de los doce espíritus que su progenitor había legado a través de un Credo para gestar una unidad militar de choque, siempre dispuesta a acudir al fuego, a los puestos de más peligro en cualquier frente y vanguardia donde fuese requerida su presencia.
Hija de la posguerra y rodeada de los típicas dificultades, penurias y carestía de aquellos años, Dña. Peregrina Millán-Astray supo crecer en un modesto entorno y desenvolverse a la perfección, con sufrimientos y alegrías, adaptarse para lo bueno o lo malo al hecho de ser la hija del fundador de la Legión.
Y se hizo mayor, se hizo mujer, una gran y humilde señora que, con orgullo y alegría, supo llevar el nombre de la Legión allá donde iba. Su presencia levantaba la misma pasión y admiración que su señor padre había transmitido en vida hasta aquel infausto día de Año Nuevo de 1954 cuando no pudo resistirse a los encantos de una Muerte, la eterna novia legionaria, que le había dado toda una vida de ventaja.
Sin embargo, a pesar de su corta edad y tan sensible pérdida, Peregrina se hizo fuerte, creó una familia, luchó y trabajó por y para ella con esos arrestos dignos de un bravo y curtido legionario. A todo ello, evidentemente, no le faltó la casta y sangre de aquel valiente e imberbe oficial de Filipinas y, años más tarde, referente en África. De casta le vino a «Pala».
Y esa misma fortaleza exhibió cuando vinieron mal dadas, cuando, a principios de este siglo XXI, el revanchismo irrumpió con leyes que atentaban –y siguen atentando– contra el honor y dignidad del héroe, cuando la mentira y la manipulación mancharon de oprobio al ídolo legionario.
Disciplinada y segura de sí misma, Dña. Peregrina jamás perdió las formas, atendió a unos y otros, huyó del insulto fácil de enemigos, evitó las palabras del necio empeñado en crear discordia y provocar una inoportuna reacción de una gran dama. Su lección de entereza y saber estar fue digna de una cátedra para periodistas y políticos guiados por intereses e ideología.
En otras palabras, supo estar a la altura de las circunstancias en plenos, concentraciones y despachos sin perder los papeles, con la cautela e inteligencia necesarias ante el asombro de ingenuos detractores que desconocían lo que te enseña la Legión, exactamente lo que te devuelve la Justicia cuando la verdad histórica prevalece en defensa de nobles y justas causas.
Ahora, Peregrina, ya has emprendido el camino al V Tercio, el del recuerdo, donde, a buen seguro, tu padre habrá ordenado su escolta celestial de caballeros legionarios que te presentarán al Cristo de la Buena Muerte, santo y seña de tu fervor y devoción.
No te quepa duda de que «tus» legionarios, también los del fundador, seguiremos humildemente cumpliendo con el dictado de nuestro Credo, defendiendo a capa y espada cualquier infame gesto, decisión o sentencia que atenten contra esa honorabilidad de la que, en vida, nos diste tan excelso ejemplo.
Doña Peregrina, D.E.P.
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