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Carlos X. Blanco nació en Gijón (1966). Doctor y profesor de Filosofía. Autor de varios ensayos y novelas, así como de recopilaciones y traducciones de David Engels, Ludwig Klages, Diego Fusaro, Costanzo Preve, entre otros. Es coordinador del libro El Imperio y la Hispanidad, co-autor de Pandemia contra España y del estudio introductorio de Tiempo de incertidumbre: El final del franquismo y la transición según la CIA estadounidense, todos ellos publicados por Letras Inquietas. También colabora de manera habitual con diferentes medios de comunicación digitales.

¿Por qué decidió escribir un libro de ensayos antimaterialistas?

La respuesta más objetiva, aséptica, consiste en decir que se trata de una colección de ensayos reunidos en torno a cuestiones ontológicas, en buena parte, y también en torno a la filosofía de quien fue mi profesor en Oviedo, don Gustavo Bueno.

Las cuestiones ontológicas son las que se refieren al ser: ¿qué es el ser? ¿A qué llamamos realidad? No se refieren a un ser ya determinado, regionalizado: el ser vivo, el ser humano, el ser físico-cósmico, el ser social… Se refieren a la estructura y la raíz “de lo que hay”. El profesor Bueno trató de crear un sistema filosófico, lo cual en sí ya es muy loable en unos tiempos de sofística rampante, de posmodernismo nihilista, de batiburrillo… y lo denominó “Materialismo filosófico”. Se trataba de una broma, en realidad, de una boutade que sus numerosos discípulos se llegaron a tomar en serio. En el contexto en que lanzó tal denominación, el de la España del Régimen del Caudillo de los años 60 y principios del 70, la expresión “Materialismo filosófico” indicaba adhesión al marxismo, y asunción expresa a Lenin quien trató de presentar el corpus marxiano-engelsiano como una Filosofía.

Gustavo Bueno, al principio como broma, creo, y luego en serio, se apropió de la etiqueta para desesperación de los marxistas académicos españoles y de muchos intelectuales afines al PCE, que eran hegemónicos, por cierto, con Franco al mando y todo…lo cual indica muchas cosas. Un marxismo hegemónico en pleno franquismo. Pues bien, en este contexto, don Gustavo publica en 1972 un libro en la editorial Taurus: “Ensayos Materialistas”. Se trata de una obra compleja, innecesariamente barroca y atravesada de formalismos lógicos. Es un libro profundo para interpretar la historia de la filosofía…pero para interpretarla en clave materialista. Todo se puede resumir así: el “ser” de la filosofía clásica, aquella que podemos considerar perenne o en todo caso imprescindible para renovarla, tiene que amoldarse a la “materia”. Y el truco, un truco infantil y de prestidigitador, consistió en decir –parafraseando a Aristóteles- que así como “el ser se dice de muchas maneras”, también la “materia se dice de muchas maneras”.

Todo se puede llamar materia, dependiendo de cómo la entendamos. Un sentimiento, por ejemplo, es materia “del segundo género”, que no se puede reducir del todo a materia “del primer género” (neuronas del cerebro, hormonas secretadas, etc.). Con llamarlo a todo materia, y con decirnos que unos géneros de materia no son reductibles a otros, ya lo tenemos todo solucionado. El caso es que este libro de Bueno es la principal contribución suya a una ontología materialista, mucho más sofisticada y profunda que la ontología materialista de sus compañeros de viaje de entonces que eran los marxistas. Los marxistas recayeron en un fisicismo muy vulgar, o en diversas modalidades de emergentismo, y ciertamente no estaban a la altura de Bueno allá por 1972.

Bueno se embarcó después en otras cuestiones muy diversas, una teoría de la ciencia (Teoría del Cierre Categorial), filosofía de la religión, el problema de España, etc. que sólo suponían de forma un tanto oblicua su ontología. La ontología materialista sólo aparece revisitada explícitamente en opúsculos y en una obra póstuma.

Broma por broma, yo he decido titular mi libro, que es una crítica al materialismo de Bueno, añadiendo el prefijo “anti” al título del famoso libro de 1972.

¿Por qué es necesario por tanto combatir la ideología del materialismo?

Casi lo ha dicho usted en su pregunta, porque es ideología. Una filosofía mala, una filosofía que se estanca, que renuncia a resolver y a disolver los problemas que le envuelven y que la penetran es ideología. El materialismo es un producto ideológico que se corresponde a un estado de las ciencias y de la tecnología ya rebasado. El propio marxismo no puede ni tiene por qué ser visto como un hijo tardío de la Ilustración y del racionalismo. Hay mucho de romanticismo e idealismo en la filosofía marxista, y yo, modestamente, puedo decir que llevo al menos un cuarto de siglo viéndolo y poniéndolo por escrito. En esta empresa creo que mis maestros son filósofos europeos como Costanzo Preve (ya fallecido), Denis Collin, Diego Fusaro. Ellos nos muestran que el “materialismo filosófico” de Marx es un cuento, una filfa. Marx desarrolló una “ontología del ser social” marcadamente enraizada en Aristóteles y en el idealismo alemán. Si se me permite decir las cosas con brusquedad: hay más afinidades con Marx en el tomismo que con los mecanicistas ilustrados y “librepensadores”. ¿Por qué lo digo? Pues porque el hondo y feroz motor que animaba a Marx era la restauración de la comunidad. Una comunidad orgánica que es más que la suma de individuos, es algo así como una realidad de segundo orden, realidad fundada en el bien común y que presupone, a la par que posibilita, la persona. Si al marxismo le quitamos adornos, zarandajas sobre el “ateísmo militante”, el positivismo de una supuesta ciencia del “materialismo histórico”, la escatología de una abolición del Estado y de un paraíso en la Tierra (zarandajas que en realidad apenas se localizan textualmente en Marx), lo que hay es una filosofía comunitarista, personalista, anti-liberal y con un fuerte sello idealista. Así pues afirmo enérgicamente que Gustavo Bueno y sus oleadas de “discípulos” desconocieron lo mejor y lo más salvable del marxismo, y eso se demuestra en la adhesión buenista al término materialismo, su querencia infantil al mismo, en consonancia con un cientifismo y un matematicismo que me parecen hoy ridículos. Quisieron superar a Marx por el flanco en el que él mismo se había ya autosuperado, el de su materialismo, ateísmo militante, su cientifismo. En ese flanco no hay un filósofo bueno, es un Marx decimonónico y diletante (no hablo de Engels y de sus intervenciones para no extenderme). Pero la llamada “Escuela de Oviedo” – buenista -fue incapaz de observar el Marx idealista, el hegeliano (pero también fichteano, como señala mi amigo Fusaro) que, “puesto patas arriba” no da lugar a un materialista, sino a un tradicionalista que lucha por una comunidad organizada en torno al trabajo. No estaría tan lejos ese Marx de un chestertoniano, de un carlista, de un tradicionalista, de un personalista…

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Afirma que la crítica del sistema capitalista depredador y la restauración de una comunidad orgánica no necesitan del «materialismo». ¿Por qué?

En parte, ya se lo dicho. Porque el materialismo hoy es ideología. Porque nunca hubo un “sistema” filosófico materialista, a no ser que queramos llamar “sistema” al mecanicismo, al materialismo vulgar de los científicos que nos dicen “somos química”, “somos cerebro”. En ese sentido, nunca hubo materialismo filosófico, sino materialismo cientifista, o una falsa metafísica que nos dice “todo es materia” y esto es, simple y llanamente, ideológico. Hay que gente que piensa que alguien, un científico, al abrir la boca aunque éste sea bueno en su campo, y cita a Kant, ya está haciendo filosofía. Me da igual que se llame Severo Ochoa o Francisco Mora… La crítica del sistema capitalista depredador no se hace apelando a una ciencia y a una tecnología que ya son parte del problema, que ya son causas internas o esenciales de la explotación. La crítica al capitalismo debe ser hoy en día una crítica a la tecnociencia, como muy bien señala Denis Collin en sus libros, que estamos traduciendo al español. Los pueblos necesitan precisamente mucho más “espíritu”, rearmarse en el espíritu. ¿Y cómo lo pueden hacer? En el seno de la familia, de la parroquia, de la comunidad local inmediata y también el seno de la Patria, que es la tierra de los padres, literalmente, de nuestros mayores. Estos son los arraigos. La parte más importante de la oposición al capitalismo neoliberal está hoy representada por los movimientos identitarios, arraigados. De repente nos hemos dado cuenta de que el turbocapitalismo quería hacer de todos nosotros meros “trozos de materia”, mercancía sin raíz ni espíritu. De pronto, desde hace unos pocos años, muchos europeos, muchos españoles, nos estamos percatando de que el mensaje “materialista” no es en absoluto liberador, sino que lleva el marchamo de la burguesía explotadora que usurpó los títulos de la “Humanidad”, con el agravante de que esa burguesía individualista, librepensadora, emprendedora, anticlerical, etc. ya no existe. Quienes hablan en su nombre –y esta es la “dialéctica de la Ilustración” de la que hablaron Adorno y Horkheimer- son unas extrañas y opacas corporaciones de inversores anónimos que controlan la parte del león de los fondos de inversión que, a su vez, controlan una escasísima cantidad de todopoderosas empresas trasnacionales. En el proceso imparable de mercantilizarlo todo, está el proyecto de acabar con la persona, que es un ser social por naturaleza, y por ende, acabar con la comunidad. Nada más revolucionario que reactivar al Aquinate junto a Marx. Es el “cóctel molotov” que precisa el turbocapitalismo, para que los pueblos se lo arrojen a la cara y comiencen a superarlo.

¿Por qué afirma que el materialismo es una adhesión a algo a superado?

En los propios tiempos de Marx ya era una filosofía superada. El idealismo (Fichte, Hegel) poseía un “lado activo” que daba ciento y raya a esa absurda y abstracta teoría de que “el hombre es lo que come”. De ahí vienen las críticas de Marx a Feuerbach y, por supuesto, a toda esa suerte de cristianismo sin Dios que eran los socialismos utópicos (hijos de la Ilustración), el sentimentalismo y neo-cinismo (Rousseau), etc. Sin embargo, Marx, un descreído y un nómada desde el punto de vista religioso (del judaísmo al cristianismo, y de ahí al ateísmo) no llegó a ver que “no sólo de pan vive el hombre”, y que también el hombre es “aquello por lo que ayuna”. En materia científica, ya de mayor, Marx se puso a estudiar la física y las matemáticas avanzadas, así como los rudimentos de lo que hoy llamaríamos ecología científica. Creo que se dio cuenta –tarde- de que su materialismo de corte ilustrado, racionalista y determinista, era completamente inadecuado. Pero murió en ese proceso. Y le tocó a Engels hablar y hasta pontificar sobre “materialismo”. Engels era un hombre, por confesión propia, “de talento”, pero en absoluto un “genio”. Y un diletante con talento pero en modo alguno un innovador nato, hizo que el corpus del marxismo recayera en aguas ya estancadas en su propio tiempo: el positivismo, el evolucionismo. Si del siglo XIX pasamos al siguiente, vemos que el panorama del “materialismo” es un verdadero horror. No sé cómo mi profesor, Gustavo Bueno, se atuvo de forma tan necia al rótulo de “materialismo” como marca de su proyectado sistema. De una parte, nada tenía que ver con el materialismo reduccionista anglosajón que venía fraguándose desde los años 60, especialmente en el ámbito de la filosofía de la mente. De otra, estaba claro que el marxismo occidental más interesante, aunque esencialmente equivocado (Althusser) no era un materialismo en modo alguno, sino una variante muy positivista del idealismo, y esta se llama estructuralismo. De los soviéticos y su materialismo dialéctico, no merece la pena hablar.

¿Por qué tanto el materialismo histórico como el dialéctico no tienen nada sólido a lo que aferrarse?

Tengo que simplificar aquí mucho la cuestión, pero hay dos grandes clases de razones. Una en el orden ontológico (que es la que más desarrollo en mis “Ensayos Antimaterialistas”) y otra de orden gnoseológico. A nivel ontológico, se trataba de un monismo. Y el monismo es siempre una mala metafísica. En teología se corresponde más o menos con un panteísmo, la otra cara del peor de los idealismos. Yo lo comparo con un calcetín: es reversible y ofreces la cara externa que te apetezca, pero el calcetín es el mismo. Es esa metafísica en la cual a Dios lo llamas Mundo, o viceversa. Los soviéticos, y los más dogmáticos marxistas occidentales no salían de ese monismo en el cual “todo es materia y su movimiento”.

En el aspecto gnoseológico: las ciencias modernas han destrozado el concepto de materia y han vuelto muy complejo el concepto de devenir (más que de movimiento). Es muy curioso que Bueno les hubiera dicho a los marxistas cubanos, cuando fue a la isla caribeña a principios de los 90, que estudiasen más a Santo Tomás y no tanto a los soviéticos: ¡aplíquese usted el cuento! Yo mismo me di cuenta, al estudiar la Suma de Teología, que es imposible ser monista desde el punto de vista racional.

Ahora bien, si por materialista queremos entender un materialismo pluralista, en el que todo es materia “en cierto sentido”, materia diversa (agrupada en géneros diversos e irreductibles), queda una materia ontológico general a su vez irreductible a los géneros y que, se mire por donde se mire, podría llamarse Dios. Los materialistas, incluyendo a los mejores de ellos (y Bueno fue de los mejores) son metafísicos, no pueden dejar de serlo. Y yo defiendo, a su lado, el derecho a hacer metafísica (que incluye la teología racional, distinta aunque no incompatible con la teología revelada). Pero ¡que no sientan vergüenza! En lugar de aferrarse a un cientifismo, y eso es lo que se vio con las obsesiones matematizantes y cientifistas de cuantos hicieron (hicimos) tesis doctorales basadas en la Teoría del Cierre Categorial, debería haberse construido un sistema filosófico que se enfrentara a la propia tecnociencia, mejor, que se enfrentara a la Modernidad en su conjunto.

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Sin embargo ¿por qué mucha gente sigue defendiendo el materialismo con cierta vehemencia?

Yo lo he visto generacionalmente. Los discípulos de Bueno más inmediatos recibieron del catedrático una plaza universitaria que les permitía cómodamente mantenerse en posiciones consideradas “progresistas” en aquella época: cercanía al marxismo, oposición a la filosofía tomista, considerada entonces como “franquista” y “acartonada”, etc. Digo cómodamente porque en realidad su estatus académico quedó consolidado, en general, sin una verdadera acreditación de méritos y sin un compromiso real contra ese “Régimen” pululando sólo en el recinto de las aulas y los despachos, pero con una etiqueta de “materialistas” que, bajo el manto de su mentor, de su maestro y protector, les daba prestigio entonces. Eran los tiempos en que ser moderno era ser “materialista”. Pero era fácil. Esto es como los progresistas actuales, que se pueden reír impunemente de los curas y llamarlos pedófilos, pero ante los imanes y ulemas se les suelta el vientre de miedo. O los que son antifranquistas cuarenta años después de muerto el Caudillo. Pues ser “materialista” fue algo parecido. Algo fácil y prestigioso.

En la actualidad hay una segunda y hasta tercera y cuarta generación de “materialistas” que se acogen a comportamientos propios de una secta. Cuando todavía vivía el maestro, había una pléyade de profesores de instituto pululando en torno a sus conferencias y demás actos. Pero la posibilidad de colocar buldogs en la Academia se frenó en los años 90, y se quedaron rabiando por los rincones, escribiendo glosas y apéndices a una obra buenista intocable. Hoy ya es el turno de los (¡maldito inglés!) “youtubers” e “influencers”. Nadie les cita, nadie reconoce valor alguno a estos epígonos del materialista Bueno, pero algunos son divertidos. Ni siquiera han estudiado las aportaciones que algunos miembros de la segunda hornada hicimos a la Teoría del Cierre Categorial, incluyendo la insostenibilidad de tal teoría nada más aplicarse a “ciencias” que no son las que canónicamente utilizó Bueno para desarrollarla.

Fuera de las pequeñas sectas, muy vehementes en sus formas, pero muy insignificantes en cuanto a productividad intelectual, no hay “materialismo” a no ser que queramos ver las cosas en una gran panorámica y hablar del materialismo en otro tono, no como un “ismo”: ¡el mundo mismo es el materialismo! ¡Están asesinando al espíritu!

¿Por qué Gustavo Bueno jugó a conservar el término materia?

Le responderé sintetizando lo ya dicho en nuestra conversación. Fue una broma. El filósofo nos ha tomado a todos el pelo. Se quiso poner al nivel de Lenin. Es como si un católico cualquiera, un señor Pérez, escribe un libro y le pone de título “Evangelio según San Pérez”. En un segundo plano, por conveniencia: le venía muy bien distanciarse de los marxistas pero no ser confundido con ellos. Estaban floreciendo marxistas “de calidad” en la España tardofranquista. Profesores que sabían lógica, que sabían alemán, que poseían sólidos conocimientos de Economía, de ciencias naturales… Había que crear una etiqueta que marcara las diferencias. Había que hacer de Oviedo algo así como la aldea de los irreductibles galos que sale en los tebeos de Asterix y Obelix. Allí sí se podía crear un feudo sin competidores. En Madrid, en Barcelona, en Salamanca…no.

He aquí que el término materia ya dejó de ser necesario cuando los “comunistas” le salieron rana y mutaron (Izquierda Unida, feministas, homosexualistas, ecologistas, humanistas…). Cayó el Muro de Berlín, cayó la URSS, etc. y a partir de 1990 todo el mundo se dio cuenta de que don Gustavo “se derechizó”. Y ese fue otro error. No era necesario hacerlo. Si ya no eres prosoviético, no necesitas ser aznarista ni pro-yanqui. Ni él ni sus colaboradores más inmediatos supieron ver que “la tradición” no es la derecha tal y como en el aznarato se entendía derecha: Bush padre e hijo, invasión de Irak, sumisión al atlantismo y al americanismo, neoliberalismo, intentos vergonzosos por hacer de Bueno el “Rasputín” de un bigotudo presidente pepero que ignoraba todo, incluyendo la filosofía… De esa época procede inmediatamente la conversión institucional de “la escuela de Oviedo” en un aparato al servicio de organizaciones no académicas que serían el embrión de VOX. El toque atlantista, jacobino, neoliberal y anti-tradicional que hay en estos materialistas posteriores a la caída del Muro y a la derechización (¿oportunista?) del materialismo asturiano es más bien obra de algún familiar muy allegados al filósofo, seguramente, no es un engendro del venerado maestro mismo. Pero –en fin- este materialismo “jacobino-derechista” es filosóficamente irrelevante, no merece mucho la pena hablar de él.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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