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Me complace reproducir el capítulo 7 de mi obra “Los grandes personajes de la España del siglo XX” con motivo de la gran exposición que está organizando la Comunidad de Madrid en recuerdo de la muerte de Joselito, el “Gallo”.

 

El rey triunfa en Madrid

En su gran biografía de Joselito Paco Aguado cita una anécdota de “El Rey de los Toreros” (es el título de su biografía) que por su interés reproducimos, pues creo que define perfectamente la personalidad del sevillano:

“Un día de invierno, Sánchez Mejías (que ya era su cuñado) llegó con el recado de un hombre que quería comprar a José uno de sus galgos favoritos, la perra “Levita”. El torero se negó en rotundo, advirtiendo que por nada del mundo vendería ni sus caballos ni sus perros, que, precisamente corrían liebres esa misma tarde. Pero “Levita” perdió y al llegar la noche, dolido y afectado por la derrota, Joselito le dijo a Ignacio que dispusiera no sólo de la perra, sino de todo el resto de galgos:

“No quiero confiar en nada ni en nadie que no dependa de mí. Si yo me hubiera podido meter dentro de la perra, seguro que habría ganado”.”

Pero también le describe físicamente: “El cuerpo de Joselito era una perfecta máquina de torear. Su mente, también. Para su época era un mozo alto, de algo más de un metro setenta. Alto y fuerte, que no fornido, porque sus huesos eran delgados y sus músculos longilíneos y atléticos. Elástico y apretado de talle, de cintura alta y de piernas algo estevadas por sus hábitos de caballista. Sus extremidades, tanto inferiores como superiores, eran largas, de medidas perfectas para el toreo. Gallito tenía un físico torero inmejorable”.

 

Aquel año de 1914 fue, sin duda, el primer gran año de Joselito y el año que ascendió al primer puesto de la tauromaquia española, que ya no abandonaría hasta su muerte en 1920. Toreó en 75 festejos, sólo seguido por el otro genio del momento, Juan Belmonte (72), y su hermano Rafael, el “Gallo” (71).

Claro que tampoco se quedaba atrás en el tobogán de la fama su gran competidor el “Pasmo de Triana”, el que ya se había conquistado a los intelectuales, como se demostró en el homenaje que le ofrecieron en el Retiro de Madrid y cuya invitación firmaron Ramón María Valle-Inclán, Ramón Pérez de Ayala, Julio Camba, el pintor cordobés Julio Romero de Torres y los escultores Sebastián Miranda y Julio Antonio, entre otros. El texto de la invitación, que había escrito Valle-Inclán decía: “Ya que Juan Belmonte se encuentra entre nosotros, hemos juzgado necesario obsequiarle con una comida fraternal en los jardines del Retiro. Fraternal porque las artes todas son hermanas mellizas, de tal manera que capotes, garapullos, muletas y estoques, cuando los sustentan manos como las de Juan Belmonte y dan forma sensible y depurada a un corazón heroico como el suyo, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, cinceles y buriles, antes los aventajan porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo, y si bien el artista de cualquier condición que sea se supone que otorga por entero su vida en la propia obra, sólo el torero hace plena abdicación y holocausto de ella”. Ese día nació “el belmontismo”. (Recogido de la biografía de Chaves Nogales).

O sea,  la guerra total entre los “gallistas” y los “belmontistas”. Tanto que cuando se anunció la corrida del 2 de mayo en la que se iban a enfrentar por primera vez las dos figuras sevillanas provocó un tsunami entre los aficionados madrileños y los cientos que llegaron de provincias (como se decía entonces). 

“Con esa pasión desatada se anunció el 2 de mayo el primer enfrentamiento de ambos en la plaza de Madrid. Tarde de agosto para la reventa y de infierno para los “guindillas” del ayuntamiento, que hubieron de prodigarse para apaciguar un manicomio de peleas, broncas y tumultos entre los seguidores de las nuevas figuras.

No sucedió nada de interés durante la lidia de los cuatro primeros toros, como los otros dos, de la ganadería de Juan Contreras. Rafael El Gallo había tenido una tarde desangelada y, a esas alturas, el festejo llevaba camino de cumplir el viejo adagio de “corrida de expectación, corrida de decepción”. Pero salió el quinto, Azuquero, y Gallito enseguida se hizo presente con el capote. Un buen tercio de varas y quites precedió a cuatro monumentales pares de banderillas y a una excelente faena de muleta que describió así Gregorio Corrochano, ya sustituto de “Dulzura” en las páginas de ABC:

“Solo en el centro del ruedo, con todos los toreros en el callejón, menos Rafael y Belmonte, que están arrimados a las tablas (…) Hay un pase en redondo, sirviéndose del brazo izquierdo como radio, que no le da nadie más completo. Una circunferencia con su valor pi 3,1416… inconmensurable”.

La faena había hecho rugir los tendidos de la plaza de Madrid y Joselito quiso rematarla a lo grande, matando en la suerte de recibir. Dos veces citó para ese rancio encuentro mortal, pero en ninguna de las dos acudió el toro de Contreras, al que finalmente optó por tumbar de un sensacional volapié. Y Gallito cortó así su tercera oreja en la capital, que paseó durante varias vueltas al ruedo y en medio de una inagotable ovación. “Una de las más grandes y justas ovaciones que se han dado en Madrid, y la oreja mejor cortada de todas”, dijo al día siguiente algún revistero. No me extraña, pues, que “El Ruedo” titulase en portada diciendo: “El rey arrolla en Madrid”.

Aun duraba esa ovación cuando se dio suelta al sexto y último de la tarde, “Tallealto” de nombre. “Belmonte –relata Corrochano- torea por verónicas magistralmente; dos de ellas, la cuarta y sexta, dadas por el derecho, que es por donde este torero aguanta más”. El toro es noble y suave, y Juan, muy cerca y muy templado, le cuaja una faena de enorme emoción, por el valor y por la intensidad de ese genial toreo de muleta que aún no había podido desarrollar en plenitud en la plaza de Madrid. Y los aficionados se le entregan. No corta la oreja porque falla con la espada. Pero es igual, una gran cantidad de público enardecido se arroja al ruedo y se lleva en volandas a Belmonte”.

Y Paco Aguado, el biógrafo termina así: “El eco de la faena llega de la prensa a todos los rincones de España. Desde Sevilla, varios partidarios telefonean a Joselito y le preguntan que si “eso” del Belmonte no habrá sido una exageración de los revisteros. Pero el mismo José, el mayor afectado por el impacto belmontino, reconoce que “lo único “exagerao” ha sido el valor de Juan”. La corrida del 2 de mayo en Madrid, y su repercusión sin precedentes a todos los niveles, sólo viene a ratificar la inevitable consolidación del torero de Triana como claro rival de Gallito”.

 

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…Y así despidió Madrid y España entera al “Rey Joselito”

 ¡¡¡Sí!!!… Nunca, nunca, una ciudad y un pueblo lloraron tanto, tanto, como  Sevilla y los sevillanos lloraron a «Joselito» aquellos días del mes de mayo de 1920, desde el 16, el día de «Bailaor» y su herida mortal en Talavera, hasta el 19, el día de su entierro en el cementerio de San Fernando de la capital andaluza, el patio de su casa. (Tal vez Córdoba y los cordobeses cuando murió «Manolete»). Pero, no sólo le lloraron entonces, porque han pasado 99 años y los sevillanos le siguen recordando y llorando cada 16 de Mayo, como los toreros actuales que esa tarde portan brazaletes negros en señal de luto y como recuerdo del «más grande»…. como le lloraron los poetas y los músicos y los cantaores y cantantes… ¡¡y las mujeres que tanto le amaron!!

 

Y de ellas no podemos olvidarnos en este último capítulo que le he dedicado a «Joselito», dentro de la serie: LOS GRANDES PERSONAJES DE LA ESPAÑA DEL SIGLO XX que vengo publicando en el «Zoco» de los domingos del “Diario CÓRDOBA”. Comenzando por “el amor de su vida”, Guadalupe de Pablo-Romero, la niña que conoció aquel muchachito serio y espigado y rubito, que acompañaba a su hermano Rafael cuando iban a los tentaderos de la finca del gran patrón, aquel “Don Felipe” que a la postre le amargó la vida prohibiéndole que se casara con su hija por ser “gitano”. Aquellos dos “niños” crecieron y antes de ser mujer y hombre ya supieron que estaban enamorados… pero aquellas relaciones fueron en realidad un viacrucis para ambos y aunque aparecieron en su vida otras mujeres nunca el “Rey de los toreros” se olvidaría de ella, ni ella de él. Como se comprobó tras su muerte y su llanto eterno, al menos mientras vivió, pues de luto se vistió aquel trágico 16 de mayo de 1920 y de luto vivió y murió hasta el 5 de abril de 1983 (63 años más tarde). Según los biógrafos aquel amor y aquella prohibición familiar fue una de las causas principales que le llevaron a la muerte en Talavera, aunque, como ya he publicado en páginas anteriores, al parecer Guadalupe y “Joselito” se habían reencontrado a la vuelta de la temporada de Perú y su amor infantil y juvenil había resucitado, hasta el punto de que ya tenían proyectado “escapar” para casarse lejos de la familia… Y todo por el cerrilismo de unos padres y de una sociedad anclada en el pasado más clasista que a la postre sólo aceptaban la boda si los novios se iban a vivir al extranjero.

 

¡Ay, pero aquella muerte impidió la boda tan deseada!

 

Tampoco podemos olvidar el romance que vivió con la grandísima Margarita Xirgú, la que más tarde sería la musa de Federico García Lorca. Al parecer Margarita se enamoró del torero la primera vez que le vio torear, que también era la primera vez que iba a los toros. “La Xirgú”, como cariñosamente y con admiración la llamaron siempre en el mundo del teatro, deslumbró al torero no sólo por su belleza sino también por su cultura y por sus ambiciones literarias. “Joselito” entró con Margarita en el mundo de las letras y conoció a Benavente, Valle-Inclán. los Machado, Galdós y hasta un joven Lorca.. Muchos años más tarde “La Xirgú” le contaría a Belmonte en una visita que le hizo el sevillano a su casa de Montevideo (Uruguay): “La noche que murió José me cogió en Barcelona, donde estaba representando “La loca de la casa” de Galdós… y aunque nuestro “romance” se había difuminado y totalmente acabado cuando regresó de Perú, quedé anonadada. Me impresionó tanto que esa noche hasta el público que asistía al “Novedades” se dio cuenta que algo me pasaba, porque ni mi control profesional impedía que brotasen las lágrimas en mis ojos. Nunca he podido olvidarle”.

 

Y otra mujer que le lloró amargamente aquella noche fue Consuelo Hidalgo. Según uno de sus biógrafos: “Cuando el cadáver de Joselito, muerto en Talavera el 16 de mayo de 1920, posaba en la capilla ardiente instalada en la casa que el matador poseía en Madrid en la calle Arteta, junto al Teatro Real, llegaron hasta allí amigos, admiradores y muchas personalidades a dar su último adiós al torero, incluido el presidente del Gobierno Maura. En el velatorio, y en medio del silencio que había en el comedor de la casa donde estaban los restos de José, se oyeron los sollozos de una mujer enlutada de arriba abajo, que lloraba ante el cadáver con una gran pena. El velo cubría su bello rostro, pero todo el mundo reconoció a Consuelo Hidalgo que a pesar de los años transcurridos y de posteriores relaciones que el torero mantuvo con otras mujeres, no lo había olvidado. Se arrodilló ante el cadáver y lloró con amargura porque en aquel momento comprendió que ya no le cabía ninguna esperanza a su corazón”.

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También lloró aquella noche “La Argentinita”, aquella genial bailarina de la que Manuel Machado diría: “Era como una pluma en el aire… fue preciso que la vida lastrara su corazón con el peso del gran amor y su cuerpo delicioso conociera el valor estatutario de la línea y el secreto del abandono femenino y del hondo dolor humano para que la hiciera reposar sobre el suelo y la convirtiera en la intérprete de los cantaores hondos y las danzas flamencas y le diera una voz cordial, aterciopelada y penetrante, sin estridencia y una maravillosa expresión dramática en el baile y en la copla”. Encarnación López Júlvez, su verdadero nombre, no sólo lloró aquella noche fatídica sino que ni siquiera pudo actuar en el Teatro “La Latina” de Madrid donde actuaba. Años después “La Argentinita” se haría amante, o su “mujer americana”, para diferenciarla de Lola, la hermana de “Joselito”, su “mujer española”, de Ignacio Sánchez Mejías.

 

Pero, también los poetas le lloraron. Entres ellos Muñoz Seca: “¡Talavera! ¡Talavera!/ Noble ciudad castellana/ en tu escudo y tu bandera/ pon una capa torera/ con un traje de oro y grana/ halló Gallito la muerte./ Gallito el mejor torero«.

 

Gerardo Diego: “Lenta la sombra ha ido eclipsando el ruedo./ Ya grada a grada va a colmar la plaza./ vino triste de sombra, vino acedo/ El torero./ tiñe ya casi el borde de la taza./ Fragilidad, silencio y abandono./ Cobra el gentío un alma de paisaje/ mientras siente el torero hundirse el trono/ y apagarse las luces de su traje./ ¿Y para qué seguir? La gloria toda/ no redime un azar de aburrimiento./ Lo mejor es dormir –ancha es la boda-/ Largo y horizontal a par del viento./ Un lienzo vuelto, una última voz –toro-,/ un gesto esquivo, un golpe seco, un grito,/ y un arroyo de sangre –arenas de oro-/ que se lleva –ay, espuma- a Joselito./ José, José, ¿por qué te abandonaste/ roto, vencido, en medio a tu victoria?/ ¿Por qué en mármol aún tibio modelaste/ tu muerte azul ceñida de tu gloria?/ Y todo cesó, al fín porque tú quisiste/Te entregaste tú mismo; estoy seguro./ Bien lo decía en tu sonrisa triste/ tu desdén hecho flor, tu desdén puro”.

 

Alberti: “Llora, Giraldilla mora,/ lágrimas en tu pañuelo./ Mira como sube al cielo/ la gracia toreadora./ Niño de amaranto y oro,/ cómo llora tu cuadrilla/ y cómo llora Sevilla,…”

 

Y Miguel Hernández: » Bello, moro y español/ como la Torre del Oro,/ catedral de luz cristiana/ con el bulto transitorio/ iba Joselito el Gallo/ de punto en punto redondo./ Como Dios, por todas partes/ estaba: por los periódicos,/ por los muros, por las bocas,/ por las almas, por los cosos…/ ¡adiós, Joselito el Gallo!/ Adiós torero sin otro!/ Dejas el ruedo eclipsado/ su círculo misterioso/ con la soledad del sol/ y la soledad del toro./ A todos les viene ancho/ aquel anillo sin fondo/ que a tu vida se ajustaba/ cabal y preciso, como/ hecho de encargo por Dios/ para tu arte y tronco.

 

Y en su homenaje ofrecemos a nuestros lectores algunas de las canciones o coplas que el mundo flamenco le dedicó a su muerte (entrar en la página web del “Diario CÓRDOBA”) 

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.