22/11/2024 07:18
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Hoy no quiero poner ni una palabra de mi puño y letra. Estoy tan sorprendido y obnubilado por un discurso que he leído (y que no conocía) que me parece urgente, urgentísimo, darlo a conocer a las nuevas generaciones y a los que no lo conozcan ya que es una “síntesis gloriosa” del pensamiento del hombre que lo pronunció ¡ojo en plena Guerra Civil el año 1938!

Eso sí, no tengo más remedio que agradecerle a mi amigo y compañero Álvaro Romero, el artífice de este digital y a su vez Presidente de la editorial “SND” que está combatiendo con gran inteligencia la falsa política del “Agit-pro” comunista con libros como los que me acaba de enviar sobre la inexistente “Matanza de Badajoz”. Acabo de leer la curiosísima biografía del famoso general Yagüe, de su propia hija, María Eugenia Yagüe, la “Balas en agosto” de Pilo Ortiz y Domínguez Núñez y todavía estoy impresionado. Por ello me limito a reproducir las palabras, inteligentes palabras, que aquel hombre cuya acción aquellos primeros días del alzamiento fue vital… y por si acaso no lo conocen los partidarios de la tercera España de hoy ya pueden ir leyendo y aprendiendo:

 

Vengo aquí a pedir perdón para los que sufren, a tratar de sembrar amor y de desterrar el odio, a restañar las heridas; pido a Dios que me ilumine también para llevar ánimo de los hombres de corazón frio, de los hombres faltos de fe, que España necesita en estos momentos el esfuerzo de todos sus hijos, que no pertenecen al bloque nacional y, mucho más, tratan de escindirlo, tratan por ambiciones o rencores o pequeñas pasiones, de crear capillitas, cosa que en estos momentos pudiera ser un peligroso deporte…

Hoy hace un año, camaradas, que el Caudillo, con gran visión, decretó la unión de todos los españoles, pero para que esto se haga, más que el texto frio de un Decreto, para que esto se haga, más que una página de la Gaceta, es preciso sentarlo en la base sólida y firme, y es preciso, además darle calor humano, bañarlo de amor.

¿Bases sólidas y firmes? La primera, la más apremiante, aunque acaso no sea la más importante, justicia social. Justicia social generosa. Esto, no hay que discutirlo. El Caudillo ha prometido que no faltará pan en ninguna casa y que no faltara lumbre en ningún hogar. El caudillo es hombre tenaz, es un caballero español que cumple su palabra. Todos los que combaten y sufren en los frentes piensan de la misma manera, y la inmensa mayoría de la retaguardia tiene la misma opinión. Justicia social habrá. Lo único a discutir es la generosidad de esta justicia, pero tened en cuenta que si el hombre que está luchando por España sin tener nada que defender, al volver a su casa, sin tener sus necesidades satisfechas, va a pedir justicia a los hombres, y si no le hacen justicia, le pedirá justicia al Cielo, y yo tengo la seguridad de que el Cielo le aconsejará que la tome por su mano (ovación).

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En la Nueva España bastará ser español, ser honrado y querer trabajar para que todas las necesidades materiales estén atendidas, sin temor a que la enfermedad o la vejez sean heraldos de la miseria. En la Nueva España el tener muchos hijos será una bendición de Dios, en vez de ser, como es ahora, una maldición del infierno. El Caudillo ha puesto mano en todos estos asuntos, los técnicos han empezado a trabajar y han tenido ya magníficos cimientos en la Carta del Trabajo16. En las casas de España no habrá miseria: paz en todas ellas y lumbre en los hogares ¡Qué hermoso amanecer, camaradas! (Aplausos)

Para darle a la unificación calor humano, para que esta unificación sea sentida y bendecida en todos los lugares, hay que perdonar, perdonar sobre todo.
En las cárceles hay, camaradas, miles y miles de hombres que sufren prisión. Y ¿por qué? Por haber pertenecido a algún partido o algún sindicato. Entre estos hombres hay muchos honrados trabajadores que con muy poco esfuerzo, con muy poco cariño, se les incorporaría al movimiento; hay muchos que forzados han cotizado en un sindicato. No creo que este delito sea más grave que el que cometieron aquellos banqueros y aquellos comerciantes que daban sus anuncios y su dinero a los periódicos socialistas. Hay que ser generosas. Hay que tener el alma grande y saber perdonar. Nosotros somos fuertes y nos podemos permitir ese lujo, pero sobre todo tenemos que seguir los mandatos del Caudillo. El Caudillo hace muchos meses que prometió a los rojos y sigue prometiéndolo y poniéndolo en práctica que el que no tenga ningún delito común de que arrepentirse, que venga a nuestras filas, que entregue sus armas y que en ellas encontrará el perdón y el olvido.

Y si eso se hace con hombres que llevan veinte meses ha- ciendo armas contra nosotros ¿qué justicia, que ley es la que mantiene en las cárceles todavía, a esos señores por la única falta –ya perdonada por el Caudillo– de haber pertenecido a alguna sociedad? ¿Es que estos hombres han cometido mayor delito que aquellos otros que además de ser sus correligionarios han estado veinte meses pegándonos tiros? ¿Es que si a estos hombres no los ponemos en la calle, no van a creer que aquellos les perdonamos por piedad?

Yo pido a las autoridades que revisen expedientes, que revisen fichas, que estudien antecedentes y vayan poniendo en libertad a esos hombres para que vuelva a sus hogares el bienestar y la tranquilidad, para que podamos empezar a desterrar el odio, para que cuando venimos a predicar todas esas cosa grandes de nuestro credo, no veamos entre el público sonrisas de escepticismo y acaso miradas de odio. Por- que tened en cuenta que en el hogar donde hay un preso sin que haya habido delito tiene que anidar el odio (Aplausos) Y si pido perdón para estos hombres, envenenados o equivocados, enemigos míos en un tiempo, camaradas míos en el futuro, si pido perdón para estos hombres, calculad con que fervor, con que humildad, con que ansiedad lo voy a pe- dir para esos camisas azules, soldados de la vieja guardia que si están en la cárcel será porque han delinquido, qué duda cabe, pero de buena fe. Estos camaradas nuestros ya fueron perdonados por la hombría de bien y la bondad que pone en todos actos el Caudillo al constituirse el Consejo Nacional. Ahora están pendientes de que sus expedientes se revisen y yo pido a los encargados de ello, que roben horas al sueño, que roben horas al descanso, que revisen esos expedientes, que piensen que estos camisas azules que están en la cárcel fueron aquellos hombres que cuando España se revolcaba en todas las ignominias, se lanzaron a la calle para soltar el ¡Arriba España! salvador (Aplausos).

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En esta labor de perdón y olvido, en esta labor tan necesaria, porque señores, para edificar España, para hacer la España que nosotros añoramos, necesitamos de todos los españoles y uno de nuestros ideales ha de ser que se duplique la población de España ¿Vamos a prescindir de tantos miles y miles que ahora están apartados de nosotros y que irán aumentan- do por días? No

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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