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Para Juan. A. Serrano.
ADVERTENCIA PREVIA
No soy historiador y, por tanto, no conozco de primera mano los hechos relativos a la pasión y muerte del arcángel don Miguel (de Unamuno), por lo que he de fiarme, como recomienda la historiografía, de fuentes primarias o, en su defecto, de otras secundarias (pero rara vez de recreaciones ficcionalizadas ni de interpretaciones reconstructivas). Y tampoco escuché las dichosas palabras pronunciadas en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el “Día de la Raza” de 1936, por ser lamentablemente uno de los escasos españoles que no pudo asistir al acto (a tenor de lo informado que está todo el mundo).
RAZÓN VS. MEMORIZACIÓN HISTÓRICA
“No ha habido ningún otro momento en que hayan dominado en la enseñanza de la historia unas nociones tan extrañas como las que hoy dominan. El propósito de todos los sistemas es poner trabas al flujo metafísico, es domar y amaestrar a la gente en el sentido de lo colectivo.”
Ernst Jünger, La emboscadura [1951]
“Durante un tiempo, aquella triste fauna de los magister dixit la utilizaron [la memoria] haciendo correr sangre, recordarás o morirás, muchacho, decían con la porra en alto y disfrazados de demonios con sus levitas negro verdosas. Luego sobrevino la otra flora contraria, los detractores que la insultaron, la amordazaron, la arrastraron atada al lazo por los pedregales de la locura: hacer recordar una regla, una fecha, una tabla pitagórica y hasta un poema era pecado.”
Armonía Somers, Sólo los elefantes encuentran mandrágora [Península, 1988, p. 169.]
«Como veremos, el comunismo estalinista consiguió perfilarse como la auténtica antítesis del fascismo, o más bien del nacional-socialismo. Sin embargo, en los escritos de líderes comunistas como Palmiro Togliatti o Antonio Gramsci existe cierto grado de racionalidad, pese a la lucha partidista. Hoy no; el fascismo adquiere, en sus detractores, un/ perfil grotesco y, sobre todo, antihistórico, que, en el fondo, tan sólo persigue estigmatizar a los enemigos políticos. Se identifica con el machismo, la homofobia, la negación del cambio climático, la antiecología, o el antifeminismo. De ahí que haya podido hacerse referencia al “cristoneofascismo”, “islamofascismo”, “ecofascismo”, “feminazismo”, etc., etc. »
Pedro Carlos González Cuevas, Antifascismo. Mitos y falsedades [San Sebastián, La Tribuna del País Vasco, 2021, pp. 14-15.]
«“pero los libros encierran y expresan el mundo” había protestado Jaime
“[…] no es tan pequeño el mundo como para poder ser encerrado en un libro…”»
Andrés Ibáñez, La música del mundo [Barcelona, Seix Barral, 2003, p. 67]
Hemos pasado 40 años escuchando que había que desterrar el aprendizaje memorístico y reemplazarlo por un conocimiento comprensivo basado en el razonamiento, y más cuando “todo, todo, todo [no] está en los libros”, que rezaba la sintonía de Munárriz y Aute para S. Dragó, sino en Internet. Y, ahora que han conseguido que las nuevas generaciones tengan una memoria de pez y sean analfabetas funcionales ante tal alud informático, el gobierno por persona interpuesta del Estado dicta desde el Poder (y la autoridad de sus expertos) una Memoria Histórica (Republicana) Democrática ( en sentido RDA), unívoca, monosémica, monolítica (y cuyo debate, disidencia o raciocinio incurre en delito), que debe aprenderse de Memoria (memorieta, los filoterroristas, o carrerilla, los titulados universitarios) toda la “ciudadanía”, y cuyo único argumentario historiado (ilustrado) es el del Poder, corrector en Internet de toda incorrección política, sin más.
Y así, ante el a/doctrina/miento de la Memoria, da igual que uno use o tenga (la) Razón.
LA DOBLE MUERTE DE CADA UNO O MEMORIA HISTOLÓGICA
“Porque he de confesarte, Felipe mío, que cada día me forjo nuevos recuerdos, estoy inventando lo que me pasó y lo que me pasó delante de mí. Y te aseguro que nadie pueda estar seguro de qué es lo que le ocurrió y qué es lo que está de continuo inventando que le había ocurrido.”
Miguel de Unamuno, La novela de Don Sandalio, jugador de ajedrez [en San Manuel Bueno, mártir y tres historias más, Barcelona, Bruguera, 1985, p. 102.]
“El lenguaje procura la definición a nuestras memorias y, al traducir las experiencias en símbolos, convierte lo inmediato del deseo o el aborrecimiento, del odio o del amor, en principios fijos de sentimiento y conducta. De un modo del que no tenemos plena conciencia, el sistema reticular del cerebro selecciona de una incontable multitud de estímulos esas pocas experiencias que tienen importancia práctica para nosotros. […], bajo la influencia de palabras mal elegidas y aplicadas, sin comprensión alguna de su carácter meramente simbólico, a experiencias que han sido seleccionadas y extraídas a la luz de un sistema de ideas erróneas, tenderemos a comportarnos con una diabólica y organizada estupidez, […]”
Aldous Huxley, “Educación para la libertad”, en Nueva visita a Un Mundo Feliz [BB.AA., Sudamericana, 1975, pp. 130-131.]
“Y ahora me percato de nuestro grande error de haber puesto la cultura sobre la civilización o mejor sobre la civilidad. ¡No, no, ante todo y sobre todo civilidad!”
Miguel de Unamuno, Cómo se hace una novela [Bilbao, Asociación de Amigos de Unamuno, 1986, pp. 64-66.]
«Y es que el antifascismo no es sólo una postura política o cultural; es un lenguaje, una retórica, un modo de argumentación. Se trata de una forma unidireccional de usar el lenguaje en que los actos performativos de poder definen un entorno en el que no cabe ninguna réplica; a esto denomina J. A. G. Pocock “politics of bad faith”, cuyo fundamento es la relación amigo/enemigo. Es un lenguaje revolucionario, porque define al “otro” de un modo que no admite réplica y con ello le confina a su destrucción. A partir de esta fundamentación lingüística se desarrolla, como hemos dicho, una retórica y un modo de argumentación. Tanto en su vertiente política como ideológica o historiográfica, el antifascismo desarrolla una dialéctica que ya Arthur Schopenhauer denominaba erística, es decir, orientada al único objetivo de obtener la victoria en las disputas sin tener en cuanta para nada la verdad.»
Pedro Carlos González Cuevas, Antifascismo. Mitos y falsedades [p. 33.]
“Memoria histórica” es un crimen de lesa semanticidad. La doble muerte de cada uno. Puesto que la memoria, conciencia verbal de la identidad de cada cual, es individual. Y, consciente y/o inconscientemente es manipulable —el olvido reparador o esa nostalgia, por ejemplo, que no es, ha escrito alguien, sino una recreación restaurada del pasado—. Si, además, se pretende “histórica”, es decir colectiva, y de aquello que uno no tiene por qué haber conocido, reescrita al dictado de otra Dictadura, no es memoria sino Historia.
Y si, para colmo, por arte de prestidigitación (de dedos que se hacen huéspedes igual ante el escamoteo de un concepto que ante un presupuesto público), o desprestigiación, “histórica” se transmuta en “democrática” en virtud (o defecto) de una reducción de su significado que restringe lo memorable a lo “democrático” (en ese sentido que limpia y fija el dueño de las palabras), entonces a esa “doble muerte” se le añadirá el descabello, con traumatismo mnemoencefálico en los tejidos orgánicos de una identidad desnucada.
La Memoria Democrática, antes Histórica, se torna en ese caso Histológica, por cuanto que consiste en el estudio (¿en escarlata?) de la textura del organismo político, textos del tejido social cuya inoculación, presencial o tecnológica, se impone por textículos, a fin de eliminar la memoria (en un “me moría” psicobiográfico) para insertar en el disco duro la historia (psicología social o simplemente sociología globalitaria), reemplazando en ese palintexto la identidad individual (el “yo” libre en virtud de la dignidad humana que pervierte la Revolución Francesa en nombre del igualitarismo) por el colectivismo, en un estado sociológico permanente.
PALABRAS PARA UN FIN DEL MUNDO (DE ANTEAYER)
“Al final de la guerra, aunque cansada
la gente no juzgaba necesario
vivir de nuevo en paz: las emociones
de los últimos años no debían
concluir tan aprisa. Tiene mérito
ese canibalismo fraternal
rojo y negro, matarse
perseverantemente
con la alegría propia de la raza,
mientras el tiempo pasa sin sentir
y a lo pasado se le llama Historia
(había un amasijo de rencores
cada vez más espeso, como engrudo).
Carlos Pujol, Conversación (1998), en Poemas [Granada, La Veleta, 2007, p. 244.]
«La mayoría de los jóvenes del pueblo también se marcharon. Algunos regresaron cuando terminó la guerra, otros no. La mayor parte de los talleres mecánicos de la calle situada detrás de la calle Mayor se quedaron vacíos. Las puertas de muchos colmados y tiendas estaban cubiertas con tablas, y en los escaparates estaba escrito: “Cerrado mientras dure la guerra”.»
John Kennedy Toole, La Biblia de neón [Barcelona, Anagrama, 1989, p. 73.]
“No puedo sufrir que mis escritos sean censurados por soldadotes analfabetos a los que degrada y envilece la disciplina castrense y que nada odian más que la inteligencia. Sé que después de haberme dejado pasar algunos juicios de veras duros y hasta, desde su punto de vista, delictivos, me tacharían una palabra inocente, una nonada para hacerme sentir su poder. ¿Una censura de ordenanza? ¡Jamás!”
Miguel de Unamuno, Cómo se hace una novela [1986: 48.]
“Sólo un talento evidente hace que le perdonen sus ideas al reaccionario, mientras que las ideas del izquierdista hacen que le perdonen su falta de talento.”
Nicolás Gómez Dávila, Breviario de escolios [Girona, Atalanta, 2018, p. 105.]
“La pedagogía cinematográfica, suprema expresión de la fatal frivolidad.”
Miguel de Unamuno [en Luis García Jambrina y Manuel Menchón,, La doble muerte de Unamuno, Madrid, Capitán Swing, 2021, p. 69.]
En Palabras para un fin del mundo, apocalíptico título del documental escrito y dirigido por M. Menchón [RTVE, 2020] con resonancias de El fin de la historia y el último hombre [Francis Fakeyama, 1992] y al que bien pudiera apostillarse “(de anteayer)”— parafraseando las memorias de Stefan Zweig, o la “historia de un otoño de la edad mass media” (por hacer lo propio hibridando a J. Huizinga con J. Jiménez Lozano), en vísperas del “invierno de Occidente” (como ya escribiera el escoliasta colombiano N. Gómez Dávila) de Miguel de Unamuno— y, tras una pseudo(y)posmoderna sentencia sobre la “verdad histórica” (plural, parcial, “discutible por el filtro traicionero de la memoria”) —que circunvala la senda (del cementerio) de los elefantes de un T(r)uñón de Lara pero resulta tan sectaria que hace del “maniqueísmo” Millán Astray un juego de niños, del tipo: “¿Paul Preston?, me gusta; ¿Hugh Thomas?, no me gusta; y el tercero en discordia, ¿Stanley Payne?, ¡quién?”—, el realizador Menchón. va aventurando sospechas, dejando caer opiniones incriminatorias e insidiosas en todo tipo de pormenores no probados, en flecos y cabos sueltos del fallecimiento del intelectual, entre reticencias y preguntas retóricas, que llevan al espectador a colegir que Unamuno murió asesinado por su última visita, el falangista Bartolomé Aragón, sicario al servicio de Millán Astray —cuyos “¡Muera la intelectualidad traidora!” y “¡Viva la muerte!” se traducen del castellano al español como “¡Viva Franco!, Viva España!”—, que vengaba la insolencia de Unamuno en el acto universitario del Día de la Raza de 1936. (Y faltaba solo, como banda sonora, “Viva la muerte, la hay donde quiera que vas, viva la muerte, es lo que nos gusta más”.)
LA VIDEOTECA (INFINITA) DE BOBELIA
“Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan ilimitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar —lo cual es absurdo—. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La Biblioteca es ilimitada y periódica.”
Jorge Luis Borges, “La Biblioteca de Babel”, [en Ficciones, Madrid, Alianza, 1993, pp. 99-100.]
Infinita, no. Ilimitada, quizá. “Incontable”, lo más seguro. Como esa trinchera infinita española, aquejada también de la superlatividad característica del revival guerracivilista.
Y recogiendo el testigo de los emparedados de cuando entonces, en la trinchera infinita [covíd. La trinchera infinita, de Jon Garaño, Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga, 2019] que es España mientras dure la guerra (ídem, de Alejandro Amenábar, 2019), los topos de penúltima generación, cegatos a plena luz del día pero inasequibles al desaliento, no se dan por vencidos, en pos de una ucrónica victoria, 80 años después, que permita reescribir el último bando —“En el día de hoy, cautivo y desalmado el Ejército “Azul”, han alcanzado las fuerzas frente-populares sus últimos objetivos culturales. La guerra, ahora sí, ha terminado”—, de donde se sigue la versión revisitada de la muerte del escritor:
Bartolomé Aragón (B.A., ¿buena acción?) propina a Unamuno, narcotizado ya por la perorata del facha, una colleja que le provoca “hemorragia intracraneal en el bulbo raquídeo” con conato de incineración inquisitorial mediante brasero como hoguera votiva.
El presunto sicario abandona el escenario de los hechos y desaparece definitivamente, con destino al frente de Bilbao, para continuar el exterminio vizcainicida (aunque según parece no pudo erradicarlos a todos y con el tiempo brotaron más nazionalistas vascos), en el marco de la planificación genocida formulada por Gonzalo de Aguilera en 1936 —“Nuestro programa consiste en exterminar un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país. No volverá a haber desempleo en España”—, como si la prórroga de la guerra no hubiera sido alentada por Stalin y sus testaferros del PCE (y su guerrita intestina en marzo del 39 en Madrid) en una maniobra de distracción del III Reich, antes de echarse el oso en sus (a)brazos, ante la II G.M, con el pacto bolchenazi.
Entretanto, el forense, republicano “subyugado” por el Movimiento Nacional, firma el parte de defunción, sin autopsia, para evitar tener que confirmar el fallecimiento “por o con Covid” (todo menos atribuirlo a los efectos adversos de la vacunamuna de la gripe), pues el septuagenario había padecido un fuerte catarro en el gélido otoño salmanticense.
El despojo humano (no el finado, ojo (al parche), sino Millán Astray, el mando único o mono-mando de Prensa y Propaganda, monomaníaco de una sola mano, y negra) monopolizó las honras fúnebres a fin de adueñarse del cuerpo (del delito), dejando la conducción del “eximio escritor y extravagante ciudadano” (enmendando al dictador sobre R. del Valle-Josafat) a cargo de cuatro camaradas que le echaron una mano (cada uno).
[¿SECUELA O CREAR ESCUELA?
“Para quien no esté familiarizado con la farragosa nomenclatura revolucionaria, en el dudoso caso de que exista tal persona, diré que la Oficina Central [para la Seguridad del Estado, Sección Especial del Cuerpo Diplomático de la Unión Soviética] era la del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD), madre putativa de (el lector tiembla) la conocida KGB, que a su vez cambió de nombre, estructura o filiación en tantas ocasiones que no perderé el tiempo en determinarlas en cada momento. Baste decir que era, es y será un cuerpo de inteligencia militar al servicio exclusivo del Partido.”
José Antonio Martínez Climent, Un lugar sagrado donde cazar [Madrid, Éride, 2021, p. 37.]
El expeditivo procedimiento —del falso discípulo que se cuela en casa del Maestro y será su quebradero de cabeza— creó escuela y así, pocos años después, otro viejo chivo bolchevique era apiolado en Coyoacán por otro agente (doble) ¿FalanGPU?, émulo de Bartolomé Aragón: Ramón Mercader, avatar de Santiago Matatoros (Jacques o Jacson, Jac), quien bajo la custodia de su Señora Madre (de la Caridad), que lo amadrinó en su alternativa en la plaza de México, hizo el mataLeón (de Judea) de rotundo estoconazo. Cuesta creer, no obstante, que tan infalible modus operandi, a decir de los criminólogos García y Cía, esos kremlins de andar por casa, no lo conocieran ya los kremlinólogos de la GPU (protoKGB) y expusieran al ridículo al agente anacleto Jacques Mornard, años después, pertrechándolo con un piolet bajo la gabardina en el ardiente verano mejicano.
(Esperemos que el neo-estalinismo rampante en España sepa preservar la memoria del Padrecito de todas las Rusias, empañada por el criptonazismo nacional-sindicalista instrumentalizado por la Legión, dando al zar lo que es del zar y a Dios, pues eso: adiós.)]
APOCALIPSIS GUERRACIVILISTA
O
PALABRAS PARA UN FIN DEL MUNDO MIENTRAS DURE LA GUERRA
La doble muerte de Unamuno, de Luis García Jambrina y Manuel Menchón [2021], con su precuela “El último café”, de Luis García Jambrina [en Muertos S.A., 2005].
—¿Cuál es su hipótesis?
—Nunca la sabrá si no se revela ser la verdad. Es una hipótesis demasiado grave, sabe usted, para presentarla, mientras no sea más que una hipótesis.
Gaston Leroux, El misterio del cuarto amarillo [Madrid, Anaya, 1981, p. 79.]
En esa campaña por monopolizar la Memoria y vencer en la “batalla (del frente) cultural”, al Frente Popular (reconstituido) le quedaba pendiente la revancha de Unamuno. La “ofensiva” mnemotécnica debía jugar aún esa prórroga retrospectiva que permitiera dar un paso al Frente (Agit-)Propular y ganar la Unamuníada. Dar vuelta al marcador del partido (del Partido, por antonomasia), así que pa(sa)sen (ochenta y) cinco años, y cobrarse, con efectos retroactivos, tan discutida pieza incorporando a la Causa al liberal conservador filo-golpista del otoño de 1936, al intelectual español por unamunomasia —“Siempre lo dije y fui –creo- sincero: Unamuno el primero”, tal como sentenciara su paisano Juaristi [Suma de varia intención (1987), Poesía reunida, Visor, 2000, p. 63]—.
Y el triunfo de la Alianza de Intelectuales Antifas debía darse por unanimidad, valdrá decir por unamunidad. En una escalada progresiv(ist)a en todos los frentes que permitiera a las tropas (y/o tropos) leales haber “alcanzado sus últimos objetivos culturales”.
De ese modo, y mediante la operación combinada de faction/fiction (ficción basada en hechos reales graduable a documental pseudo-ficticio y/o investigación ficcionalizada), Alejandro Amenábar preparó el terreno, desde la recreación histórica, situando el teatro de operaciones en Mientras dure la guerra [2019]. Y donde la película (¿esa nueva piel para la vieja ceremonia?), pielecilla (decía Azorín) historiada, se detenía —“sometido a vigilancia policial, [Unamuno] murió de un infarto dos meses después”—, tomó el relevo un año después Manuel Menchón con Palabras para un fin del mundo (“versión definitiva y única autorizada y fin de la Historia” pudiera subtitularse), con la coartada de la incorporación de “documentación inédita” que venía a esclarecer, ¡por fin!, “el caso”. Un caso, que era no sólo el rescate de Unamuno para la Alianza Intelectual Antifascista, que también por su/puesto, sino la hipótesis de su “ejecución” bajo la “ley del silencio”.
Y, como no hay dos sin tres, ahí “remata” la jugada Luis García Jambrina,“El Doctor García” [diría Almudena Grandes (2017 y Premio Nacional de Narrativa 2018), que en paz (nos) descanse], en La doble muerte de Unamuno [2021], dándole consistencia de ensayo científico o estudio de investigación con empaque universitario a la andanada, agitada y tendenciosa de Menchón, a la sazón colaborador necesario del/a pesquis/a, y que instruye con circunspección y rigor de comisario de Instrucción Pública el sumario abierto contra el último testigo que viera con vida a Unamuno en su incriminación por el presunto homicidio del escritor, en una pieza muy bien construida, con minuciosidad digna de mejor causa y la imaginación novelesca como abogada de los imposibles, que tras haber abocado al lector, ¿miembro jurado del tribunal popular de la III República?, al veredicto de culpable (difama, que algo queda), da la espantada por falta de pruebas.
Más que “nuevas pruebas sobre los últimos meses de Miguel de Unamuno”, Non plus ultra podría haber sido el reclamo comercial de semejante pareja de detectives privados con patente de corso pública (“detectives salvajes”, los habría llamado Roberto Bolaño), puesto que, con su baladronada audiovisual, Sherlock Menchón, y su taimada escritura, el Dr. García Watson, van más allá de donde nunca llegaron los Rabaté, Salcedo o González Egido[1], Juaristi o Trapiello, quienes ya se hacían eco de los rumores, en su día, en plena guerra, de la muerte por envenenamiento del escritor, sin darles el menor crédito.
(En fin, que han visto demasiadas películas (y han leído demasiadas novelas) y se han animado a hacer la suya (o de las suyas) y a no saber acabarla lo llaman “final abierto”.)
Sin embargo, como el que la sigue la consigue (o “el que la persigue la mata”, mejor dicho) el Dr. Gª ya había aventurado en el cuento “El último café” [Muertos S.A., 2005] la hipótesis de la intoxicación[2] a cargo de agentes al servicio del Gral. Millán Astray ¿o filonazis? sin identificar, para volver 15 años después, a las anda(na)das, con la versión, corregida y aumentada, de que fuera desnucado por el falangista que lo visitó la tarde de Nochevieja (¿toreo de salón (o despacho) con pases de muleta antes de entrar a matar y salir por la puerta de servicio, una tarde cumbre fuera de temporada?), que amaga pero no atina, se retira al burladero y masculla, entre sí, que un diagnóstico de traumatismo craneoencefálico sin autopsia sobre el hule es un timo encriptado del secreto del mulé.
EL (DOBLE) CRIMEN DE LA CALLE DE BORDADORES
—“Tal como me lo cuenta parece muy sencillo —dije, sonriendo—. Me recuerda al Dupin de Edgar Allan Poe. No imaginaba que tales individuos pudieran existir fuera de las novelas.”
Arthur Conan Doyle, Estudio en escarlata, [Barcelona, Debolsillo, 2012, p. 26.]
La memoria histórica de la Guerra Civil (durante la cuarentena de aprendizaje memorístico de la Transición prescrito ¿o pre-escrito? por la Izquierda) va inseparablemente asociada, identificada, confundida con el cine español (del que Amenábar y Menchón son sus penúltimos frutos). La doble muerte de Unamuno, en la calle de Bordadores, nº 4, de Salamanca, el día 31 de diciembre de 1936, tal como la reconstruye Luis García ¿Berlanguina? en el procedimiento instruido o construido contra el pretendiente inoportuno, se antoja un refrito (a la brasa, en brasero de mesa camilla) de otro misterioso asesinato, El crimen de la calle de Bordadores [1946], rodado (en la cuaresma dictada en la Postguerra) por Edgar Neville (otro pez gordo del régimen, en todos los sentidos menos el alimenticio) y basado en el crimen de una viuda principal de envidiable posición de la calle Fuencarral de Madrid (a fines del s. XIX) —y cuyas sospechas planean para el ministerio fiscal sobre un tal Miguel, último pretendiente, amén de una florista—. Algo que, en el modo en que se cargan las tintas contra el “presunto implicado” antes de conocerse su inocencia, recuerda al joven Bartolomé Aragón, con su meritoria pretensión acaso de beneficiarse del prestigio del anfitrión para el prólogo de un mamotreto de su autoría y presentado por el Dr. García poco menos que con el homínido perfil lombrosiano del gorila de El doble crimen de la calle Morgue (E. A. Poe versus la salmantina morgue domiciliaria), con que se estrenan este Dupin y el narrador de tan negra crónica.
[Y las comparaciones ofenden, obviamente, porque mantener la analogía entre ambos crímenes de sendas calles de Bordadores, haría recaer la autoría real de Petra, la criada respondona por razones intrahistóricas, del asesinato de Neville, en la leal y abnegada Aurelia, de Unamuno (en lugar del mayordomo borderline de los puños y las pistolas).]
MUERTOS (MUERTAS) Y MUERTES S. A.
(O
LA DOBLE PAUTA)
—“¡Oh! ¡Oh! —dijo—. ¿Qué me pasa? ¿Me habrán envenenado? […]
Ahora no parecía sufrir, pero su cabeza, pesada, descansaba sobre su hombro y sus párpados caídos nos escondían su mirada. Rouletabille se inclinó sobre su pecho y le auscultó el corazón…
Cuando se incorporó, mi amigo tenía una cara tan tranquila como trastornada se la había visto hacía un momento. Me dijo:
—Duerme.”
Gaston Leroux [1981:191 y 192.]
“Y sé que iba de maravilla
nuestro castizo garrote vil
para ajustarle la golilla
al pescuezo más incivil.”
Javier Krahe, “La hoguera” [Valle de lágrimas (1980)]
“DON HILARIÓN – El aceite de ricino,
ya no es malo de tomar.
DON SEBASTIAN – ¡Pues cómo!
DON HILARION – Se administra en pildoritas,
y el efecto es siempre igual, igual, igual
DON SEBASTIÁN – Hoy las ciencias adelantan,
que es una barbaridad.
DON HILARIÓN – ¡Es una brutalidad!
DON SEBASTIÁN – ¡Es una bestialidad!
¡Es una bestialidad!”
Ricardo de la Vega (y Tomás Bretón), La verbena de la Paloma [1894.]
Lo cual no quita para que, sobre los posos de “El último café” [Muertos S.A., 2005] el Dr. borde (¡que lo borda!), tres lustros después, ese ejercicio límite de personalidad que es La doble muerte de Unamuno, como Muertos (muertas y muertes) S.A. demandaban.
Y es que, si se trata de dar matarile al Maestro para alzarse con el santo y la limosna, nada más seguro que la “doble muerte” (‘doble pauta’ en neo-lengua española global): intoxicación —Arséni(c)o (Lupin, no confundir con Dupin), por compasión—, seguida de traumatismo craneal —el garrote (inci)vil de la pelea a garrotazo(s) con El verdugo (y no confundir con el garrotín, ni con el garrotán del palo (que también) flamenco)—. Aunque, a estas alturas del Partido, cuando “las ciencias adelantan,/ que es una barbaridad”, resultaría infalible, y a la tercera va la vencida, el diagnóstico “muerte por Covid”.
LOS PACIENTES DEL DOCTOR GARCÍA (JAMBRINA)
O
PACIENCIA Y SEGUIR BARAJANDO (HIPÓTESIS)
Haciendo nuestro el título de la conocida y reconocida novela de Almudena Grandes, pues sus palabras son “matrimonio del pueblo de Madrid” y, por extensión, español y de la Humanidad toda, acompañemos pues al Dr. García, homónimo de aquel galardonado de la mamá Grandes en su infiltración en el fascinazinante Cuartel Gral. de Salamanca a ver pacientes que, muertos (S. L.) hace ya una eternidad, “gozan de excelente salud”.
¿MANUEL DE INSTRUCCIONES
O
MANUAL DE INSTRUMENTACIONES?
“—Sólo quiero decir, Anton Antonovich, que yo voy derecho por mi camino, que detesto los rodeos, que no soy intrigante y que, si se me permite decirlo, puedo estar justamente orgullosos de ello…”
M. Dostoyevski, El doble [Madrid, Alianza, 2003, p. 96.]
“No hay una única verdad histórica. Sólo relatos del pasado diversos. Unos mejor fundados que otros”, sentenciaba la voz narradora de la investigadora en el agit-doc — Palabras para un fin del mundo [2020]—, escrito y dirigido por Manuel Menchón, en una declaración de principios que hace del relativismo un axioma de carácter absoluto. Para matizar acto seguido la declarada “verdad” parcial (o una más, en el pluralismo de la Historia): “La verosimilitud es discutible por el filtro traicionero de la memoria”, que rebaja la verdad a credibilidad y, precisamente, en nombre de la memoria, “traicionera” (no por frágil, sino por interesada), en una nueva relativización de la verdad ya relativa, mientras apuntala la reconstrucción monolítica, por ley, de la Memoria Histórica oficial.
“Tampoco pretendemos ofrecer la verdad”, apostilla un año después, en comandita ya con Luis García Jambrina, por colleras (por collejas, diría más bien un castizo, a la vista de la faena) en la doble suerte de “Nota de los autores” a La doble muerte de Unamuno. “Se trata, en última instancia, de/ provocar el debate y la reflexión desapasionada sobre un asunto polémico, como casi todo lo que tiene que ver con este gran escritor e intelectual. […] tan solo hacemos uso de nuestro derecho a discrepar de la versión oficial y a poner en cuestión un relato de los hechos que, como mínimo, habría que calificar de insuficiente y confuso, cuando no de contradictorio y falaz. […] así que ya sabemos a lo que nos arriesgamos. Como siempre, será el lector el que habrá de sacar sus propias conclusiones, como habría deseado el propio don Miguel” [2021:7-8]. Declaración de intenciones en que, primero se degrada de nuevo la verdad parcial cuasi inverosímil a coloquio sobre un presunto tema de discusión que abund(i)e en su argumentario en la mente del lector (trabajándoselo en el libro-fórum) y a disparador del mantenedor de los fuegos florales para un pseudo-debate (de “asamblea abierta” de Facultad de Fía.(te) y Letras) que rebañe más de lo mismo con persuasión y adoctrinamiento; una partitura parcial (particella) donde los silencios retumban más que las notas al pie; el texto como pretexto para una posmoderna semiosis interminable; después, se invoca el derecho a la disidencia respecto de la “versión oficial” (vale decir toda la bibliografía precedente), a la que acaba calificando, tras gradación descendente (o sea degradación), de “mentira”, a la vez que se asume “el riesgo” (ignoramos si por la animadversión ajena o por incapacidad propia) y, por último (no te digo que te vistas, pero ahí tienes la ropa), se deja la última palabra al lector, delegando en un brindis a la teoría de la recepción el corolario propagandístico. Una tarea, en fin, mediatizada por las valoraciones subjetivas que acotan el corpus documental —instrumentalizado al servicio de una autopsia de hermenéutica forense que confirma en el diagnóstico los prejuicios de la exégesis previa— y que condenan a Aragón in pectore desde el “minuto (Unam)uno” haciendo planear sobre él la sombra de la sospecha, como persiguiera a Luis Rosales la más alargada de Gª Lorca. Y anticipada, quod demostrandum erat, por el mal augurio de una predicción[3] autocumplida o, mejor dicho, una profecía de portera (después de visto, todo el mundo es muy listo): “Y eso fue lo que pasó el 12 de octubre de 1936; así que nadie dudaba que don Miguel podría volver a hacerlo desde su confinamiento si no lo callaban” [2021: 79].
NUEVA VISITA A LA BIBLIOTECA DE BOBELIA
“La aquí llamada versión oficial de la muerte de Unamuno no es, pues [sostiene la voz cantante], más que un relato claramente propagandístico que pretende apropiarse de su figura y secuestrar su memoria”, “con intención aviesa”, “convirtiéndolo en/ un falangista, como siempre habían deseado” [2021: 55-56]. Y la analogía con el borgiano final de “Emma Zunz” le devolverá, con efecto boomerang, el eco de la cita: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta” (que es el riesgo de buscar el respaldo, como testigo de parte, de un gigante universal, pues con el espaldarazo la cita se te va por el lado contrario: “sustancialmente era cierta” [56]. Y más cuando, tras el gatillazo de un discurso persuasivo de tesis dialéctica sin síntesis, la falta de datos objetivos pasa el testigo a la invención subjetiva, el científico Dr. García entrega los trastos de inventar a su sosias novelista, Sr. Jambrina, coronando, como en el más reaccionario Romanticismo germánico, el Conocimiento científico con la Poesía.
EL (DOBLE) AUTOR DEL CRIMEN DE LESA UNAMUNIDAD
“Quien ahora estaba sentado enfrente del señor Goliadkin era el terror del señor Goliadkin, la vergüenza del señor Goliadkin, su pesadilla d3e la víspera, en una palabra, era el propio señor Goliadkin.”
M. Dostoyevski, El doble [2003: 71.]
Y a ese tenor, no extrañará que “Luis Manuel” (valga decir el autor y su alter ego, o su doble, en la moneda bifronte del jambrileño Jano que mira el pasado con visión de futuro), reconozca que “El relato, claro está, es absolutamente falso o fantasioso, pero no deja de tener su lógica narrativa” [2021: 32], a propósito de la información de la prensa republicana sobre la muerte de Unamuno, haciendo de la necesidad virtud y arrimando el ascua a su jambrina, lo que se compadece bien con un relato ayuno de la documentación definitiva para rematar la tesis (porque quien hambre documental pasa con propaganda sueña, y a falta de faction, buena es la fiction, o la facción, y mejores son tortas).
“El hombre bueno trata de vivir honradamente y no de cualquier modo y, además, nunca tiene un doble.”
M. Dostoyevski, El doble [2003, p. 131.]
ANTICIPO EDITORIAL
O
¿HACER ESPOILER, ESPOLEAR O HACER EXPOLIO?
—“Se lo explicaré más tarde, cuando me parezca llegado el momento; pero no creo haber pronunciado palabras más importantes acerca del caso, si se justifica mi hipótesis.
[…]
—¿Tiene, por lo menos, alguna idea del asesino?
—No, señor, no sé quién es el asesino, pero no se preocupe, señor Darzac, lo sabré.”
Gaston Leroux [1981: 79.]
“Seguimos sin saber qué sucedió exactamente la tarde del 31 de diciembre de 1936 en casa de don Miguel. No lo sabemos y lo más seguro es que nunca lo sepamos con absoluta certeza. Los pocos que podían haberlo revelado no lo hicieron. Uno porque ya no pudo contarlo y el otro porque se llevó su secreto a la tumba, tras pasarse la vida sosteniendo un relato, en nuestra opinión, engañoso, contradictorio y tergiversador.”
Luis García Jambrina y Manuel Menchón [2021:139.]
“¡HAY QUE COGER LA RAZÓN POR SU LADO BUENO!”
Gaston Leroux [1981: 69.]
________________________________
BIBLIOCRACIA
CONAN DOYLE, ARTHUR [2012]: Estudio en escarlata, Barcelona, Debolsillo.
GARCÍA JAMBRINA, LUIS y MENCHÓN, MANUEL [2021]: La doble muerte de
Unamuno, Madrid, Capitán Swing.
GARCÍA JAMBRINA, LUIS [2005]: “El último café”, en Muertos S.A. Almería, El
Gaviero.
GONZÁLEZ EGIDO, LUCIANO [1986]: Agonizar en Salamanca. Unamuno (julio-
diciembre 1936), Madrid, Alianza.
JUARISTI, JON [2012]: Miguel de Unamuno, Madrid, Taurus.
LEROUX, GASTON [1981]: El misterio del cuarto amarillo, Madrid, Anaya.
MENCHÓN, MANUEL (dir.) [2020]: Palabras para un fin del mundo, RTVE.
RABATÉ, COLETTE y JEAN-CLAUDE [2019]: Miguel de Unamuno: biografía,
Barcelona, Galaxia Gutenberg.
TRAPIELLO, ANDRÉS [2019]: Las armas y las letras, Barcelona, Destino.
UNAMUNO, MIGUEL DE [1986]: Cómo se hace una novela, Bilbao, Asociación de Amigos de Unamuno.
NOTAS
[1] “El rumor de que había sido asesinado cruzó la ciudad como un relámpago y se asentó en las conciencias dispuestas a creerlo. Lo habían envenenado” [González Egido, 1986: 270].
[2] QUE LE DEN CAFÉ O ¡CUÉNTAME UN CUENTO Y VERÁS QUÉ CONTENTO ME VOY A LA CAMA Y TENGO MALOS SUEÑOS!” O ya no pego ojo, después de “El último café”, con Luis García Jambrina [Muertos S.A. Almería, El Gaviero, 2005].
El régimen de confinamiento domiciliario de Unamuno se ha endurecido en lo que va de siglo XXI. Y, mientras en La doble muerte lo presenta prácticamente secuestrado — “Desde hacía dos meses y medio vivía secuestrado en su propia casa. Por supuesto [¡?], podía salir o recibir visitas, casi siempre bajo vigilancia” [Gª y Menchón, 2021: 106]—, en “El último café” [Muertos S. A., 2005], 16 años atrás, “En contra de lo que muchos pensaban, tras el incidente del 12 de octubre, don Miguel de Unamuno no está secuestrado en su propia casa. Se trataba tan sólo de un encierro parcial y voluntario. Para demostrarlo, salía todas las tardes, de tres a cuatro, a dar un pequeño paseo y a tomar un café en la plaza Mayor. […] Esa tarde, la última de 1936, don Miguel acudió puntual a su cita” [2005: 103 y 104]. Un agente secreto (en 2021, y por alusiones (e) indirectas “sospechamos” que sicario de Joseph Millán Astray/o a las órdenes de José Goebbels, jefe del ramo), “sentado en un taburete”, “llevaba puesto el sombrero y vestía un sombrero elegante y unos guantes de piel de cabritilla que no se había quitado” (ojo al dato). “Filomena [a la sazón, niña, y abuela después de la coeditora de El Gaviero] vio cómo el hombre del abrigo elegante abría una pequeña bolsa de papel y dejaba caer un polvillo blanco [descartamos la sacarina] en la taza de la bandeja”. “De modo que observó con resignación cómo Unamuno echaba el azucarillo en el café y le daba vueltas con mucha parsimonia. Mientras lo hacía, el anciano no dejaba de mirar al hombre del abrigo elegante, que permanecía de espaldas, absorto en la lectura del periódico. No era la primera vez que Filomena lo veía por allí, siempre en el mismo sitio, con el cuello del abrigo levantado y el sombrero calado hasta las orejas” [104-105], al autor del envenena/miento —y no porque con inocencia la nena “mienta”, ni mentarlo (avalada por el estatus del ente de ficción), sino porque quien miente, a lo Jamesbrina, es el narrador.
De la niña sabemos, hoy, que estaba en casa aquejada también de catarro gripal (que todavía no se llamaba “Covid”, pues tal sinónimo aún no la había inventado la OMS).
De vuelta en casa, a las 4, Unamuno recibe a Bartolomé Aragón, un admirador falangista (a quien la niña no identifica, en el cuento, con el misterioso cliente camuflado), que hora y media más tarde “no paraba de repetir entre sollozos, que él no había sido, que él no lo había hecho, que no lo había matado” [106-107], recriminándose con protestas de inocencia poder ser incriminado mutatis mutandis por único testigo, y a quien exculpan deudos y vecinos, amén del narrador/alter ego del comisario de Prensa y Propaganda del Frente Popular (reconstituido): “Pero bien pudieron ser otras las manos asesinas” [108].
“Al día siguiente, [Filomena] creyó ver, de repente, al hombre del sombrero elegante; estaba de espaldas, hablando con un militar que llevaba un parche en un ojo” [109]. El sicario dando el parte de novedades (ojo al parche), al jefe de Prensa y Propaganda de los sublevados, Gral. Miilán Astray—don Millán, “un asesino español”, R. J. Sender—. “En ese momento, el hombre del abrigo elegante [de ahora en adelante: el HdAE] se dio la vuelta […] Tenía una mirada fría y cortante como una navaja de afeitar. [obsérvese el contraste con el ojo avizor del Azor, ]. Era él, seguro que era él”. “Me tortura la idea de que podría haber evitado su muerte o, al menos, haber señalado a su presunto asesino. […] Al HdAE no volvía a verlo nunca. Es muy probable que se lo llevara el viento frío de la guerra; aunque también es posible que haya estado conviviendo entre nosotros, sin enterarnos, durante mucho tiempo.” Y “[…] puede usted utilizar esta carta para la biografía que está escribiendo sobre don Miguel. Ojalá sirva para aclarar su muerte, después de tantos años, y hacerle un poco de justicia, aquí en la tierra” [2005: 109 y 110].
[3] “El caso es que, para entonces, Unamuno se había convertido en una figura muy peligrosa a la que no convenía mantener como rehén durante mucho tiempo, ya que se mostraba dispuesto a hablar a/ toda costa y a decir a quien quisiera escucharlo lo que pensaba, aunque eso supusiera un riesgo para él; de hecho, lo único que lo frenaba era el que pudiera correr su familia. Unamuno era, por tanto, una bomba de relojería que podía estallar en cualquier momento y provocar un daño incalculable a la causa de los sublevados” [García y Menchón, 2021: 66-67].
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