22/11/2024 07:46
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Manuel Chaves Nogales

 

El tercero de los periodistas es Manuel Chaves Nogales, republicano de izquierdas y azañista que viajó también a Asturias y escribió varias cronicas. Los escritos de los otros dos periodistas están comentados aquí

Del mayor interés es la entrevista a López Ochoa, que muestra que este general masón dejó escapar a los lideres revolucionarios cuando los tenía cercados y sin municiones con la disculpa de evitar mayor destrucción y muertes.  

Las crónicas de Manuel Chaves Nogales, al que no se le puede acusar de derechista, reafirman el testimonio de Pla sobre el alcance de la destrucción y la brutalidad de aquellos mineros ahítos de propaganda socialista. 

Los títulos de los artículos están en negrita.

La organización del ejército rojo en Asturias.

 

Es cierto, rigurosamente cierto, que la rebelión ha tenido esta vez caracteres de ferocidad que no ha habido nunca en España. 

Ni siquiera durante la gesta bárbara de los carlistas hubo tanta crueldad, tanto encono y una tan pavorosa falta de sentido humano. 

Todo cuanto se diga de la bestialidad de algunos episodios es poco. Dentro de cien años, cuando sean conocidos a fondo, se seguirán recordando con horror. La revolución de los mineros de Asturias, fracasada, no tiene nada que envidiar, en punto a crueldad, a la revolución bolchevique triunfante. 

Más de sesenta edificios destruidos totalmente —la mayor parte de ellos, en el corazón de la ciudad

… determinados episodios de ferocidad jamás igualada, que harán pasar a la historia este alzamiento como una de esas etapas en las que la humanidad retrocede a la barbarie

 

Reitera lo dicho por Pla. Aprovecha para poner de malos a los carlistas. Y se confunde en lo de los cien años… apuesto a que los que veremos será más bien celebraciones.

… los dos o tres días de fuego, los grupos de mineros de Mieres, Turón y Sama que bajaban todas las mañanas a Pola para coger los fusiles y marchar a la línea de fuego empezaban a disminuir. Se veía que cada vez tenían menos ánimos.

Dos revoluciones en quince días desatadas sobre la región asturiana

 

De momento, la única tarea gubernativa consistía en requisar géneros. Empezaron mandando emisarios con vales a las tiendas; pero como los tenderos, si no se atrevían a oponerse, por lo menos ensayaban una resistencia pasiva bastante eficaz, terminaron extendiendo órdenes de requisa y llevándose los géneros a una cooperativa revolucionaria, a cuyas puertas empezaron a formarse las inevitables colas.

 

Después no han tenido otra cosa que hacer. Una vez asaltados e incendiados los cuartelillos, los revolucionarios se han quedado con el arma al brazo en las plazas de los pueblos, esperando a que llegasen las tropas y les hiciesen pagar caras las vidas de los guardias.

Con la población civil han cometido grandes tropelías, indudablemente; pero, desde luego, muchas menos de las que en buena lógica podía suponerse. Me atrevería a afirmar que casi todas las víctimas de la revolución lo han sido por motivos de venganza personal pura y simple, no porque la revolución triunfante se haya dedicado a la tarea de cortar las cabezas de sus odiados enemigos de la burguesía, según reza la tradicional amenaza.

 

Las masas sublevadas asesinaban a los guardias, encerraban en las Casas del Pueblo a los representantes de la burguesía, que arbitrariamente trataban de fascistas; satisfacían con verdadera saña algunas venganzas personales, incendiaban tal o cual palacio o iglesia y luego se ponían a repartir bonos contra los tenderos. Al cura de La Felguera le quemaron la iglesia, y luego le mandaron cuidadosamente cada día los bonos de pan necesarios para él y para su hermana.
De los más de treinta religiosos asesinados no dice nada… 

Y no se olvide que en la mayor parte de las poblaciones de la cuenca minera el nuevo Estado ha sido soberano durante quince días. ¿Qué hicieron durante esos larguísimos quince días de holganza los directores del movimiento? Publicar unos encendidos manifiestos plagados de imágenes literarias lamentables y con tal prosopopeya, que parece mentira que haya habido hombres que hayan asesinado y se hayan hecho matar por tales estímulos. 

Los quince días que los revoltosos han sido dueños de los pueblos mineros han bastado para que fracasase la primera revolución y se hiciese una segunda. La primera estuvo dirigida por los socialistas; constituidos en todos los pueblos los comités revolucionarios a base de la Alianza Obrera, formando parte de ellos, por lo general, dos socialistas, dos sindicalistas y un comunista, se empezaron a repartir los bonos de víveres, se encarceló a los representantes de la autoridad y a algunos burgueses significados, se incendió alguna iglesia y se esperó el curso de los acontecimientos en los que ellos llamaban frentes de combate.

… empezaban a desertar. La rebelión estaba dominada en toda España y las noticias eran desalentadoras.

Los comités revolucionarios adoptaron entonces dos previsiones. Una de ellas, confiscar los aparatos de radio para que no se divulgasen las malas noticias, y otra, amenazar con levas a la población civil para que todos los hombres de dieciocho a cuarenta años fuesen a luchar contra la burguesía.

La revolución estaba vencida. Surgió de nuevo con más ímpetu. El centro revolucionario pasaba de las manos de los viejos militantes socialistas a las juventudes. Estas acusaron a los primitivos comités de haber actuado con lenidad y blandura. Su primera resolución fue la de dar muerte a todos los prisioneros. 

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Cómo hubiese terminado aquello de no llegar las tropas es difícil de prever. Seguramente hubiesen sido víctimas de la revolución los mismos que la desencadenaron.

Eso como en todas. 

Hay que poner las cosas en su punto 

En este instante, el día 11 o el 12, los primitivos Comités revolucionarios se consideraron derrotados e iniciaron la desbandada. Acto seguido apareció en primera fila la fuerza revolucionaria de las juventudes

Estas juventudes, trabajadas por una propaganda soviética intensísima, conocían al dedillo la casuística de la táctica revolucionaria comunista y, según sus patrones rusos, fielmente seguidos, determinaron que era llegado el momento de salvar la revolución por el terror. Decretaron, pues, el terror, y la primera medida a ponerse en práctica, según sus textos, era el fusilamiento de los rehenes tomados a la burguesía.

Conozco detalladamente el curso de este episodio de la revolución en diez o doce pueblos. Los miembros del primer comité luchan con los del segundo comité para salvar la vida de los prisioneros. En todos lo consiguen, menos en uno, en Turón, donde la inhumana sentencia se cumple inexorablemente, y los rehenes —el director de la mina, unos capataces, unos religiosos y unos militares— son fusilados fríamente junto a las tapias del cementerio. He hablado largamente con el sepulturero de Turón.

Lo que no debe quedar vivo bajo los escombros 

OVIEDO, 26. Tan pronto como entró en Oviedo la columna de López Ochoa, toda Asturias quedó definitivamente pacificada.

Aquí se contradice, porque, precisamente, López Ochoa pacta después con los mineros de la cuenca. Luego no estaba pacificada.

 

Foto: López Ochoa posa muy serio en su despacho de la comandancia militar de Cataluña en 1931. 

Pero esto no quiere decir que los revolucionarios, vencidos por la fuerza de las armas, se consideren moralmente vencidos,

«Estimamos necesaria una tregua en la lucha, deponiendo las armas en evitación de mayores males…»; «es un alto en el camino…»; «nos creemos, por el momento, vencidos, pero no eliminados para continuar actuando y laborando para un golpe más certero…»;


No, esto no puede ser. A que no sea debe tender desde ahora mismo la acción del gobierno, de este y de todos los que puedan sucederle, de la derecha y de la izquierda, de Fulano o de Mengano. Esto, no.

Sin embargo, menos de dos años después, los republicanos de izquierdas que tanto admiraba Chaves Nogales les ayudaron a tomarse la revancha.

 

El martirio de Oviedo bajo el imperio de la dinamita. Insiste en lo dicho por Pla. 

Cuando escribo tengo a la vista el pavoroso aspecto de las calles céntricas de Oviedo. Da la impresión de una ciudad en ruinas, devastada por un ejército invasor o un seísmo espantoso. Manzanas enteras de soberbios edificios se han venido abajo por la explosión de toneladas de dinamita. ¿Cómo ha sido posible que esto llegara a producirse? ¿Es que va a ser posible otra vez algún día?…

No creo que haya habido una ciudad en la que una revolución haya hecho tantos destrozos como la rebelión de los mineros ha causado en Oviedo. Las referencias que se tienen de la lucha revolucionaria en las calles de Petrogrado y Moscú en 1917, de las devastaciones de la guerra civil en Ucrania y de las revoluciones comunistas en Alemania y Hungría no acusan un porcentaje tan elevado de edificios destruidos, de tesoros artísticos perdidos y de vidas humanas sacrificadas. Costó mucho menos implantar el bolchevismo en las calles de Moscú de lo que ha costado a Oviedo resistir a los mineros. 

Este récord de destrucción lo explica sobradamente una cosa: la dinamita.
Cuando se encuentra una casa cuyas ventanas están enmarcadas por los impactos, mientras el resto de la fachada permanece intacto, ya se sabe que allí estaban refugiados los rebeldes y que contra ellos han tirado los soldados o los guardias. Cuando, por el contrario, se ve un muro acribillado a balazos por todas partes menos por los contornos de los huecos, ya se sabe: contra esta pared tiraban los revolucionarios.
El fusil no les ha servido de nada. En los tres primeros días de asalto a Oviedo, los guardias rojos dispararon al aire millares y millares de cartuchos sin hacer un solo blanco. El día y la noche se los pasaban consumiendo los peines de balas que les entregaban para cada guardia. Se calcula que en los ocho días han disparado cuatro millones de cartuchos. Así se explica que ya al final tuvieran que rendirse por falta de municiones

Manzanas enteras de soberbios edificios se abatieron. De ellas no quedan más que informes montones de escombros o negros paredones que amenazan desplomarse.
La traca final fue la voladura del edificio del Instituto, llevada a cabo por los rebeldes cuando ya se sentían derrotados. Una tonelada de dinamita sacudió las entrañas de Oviedo y escupió al cielo aquella ingente mole.

Como pollos sin cabeza. 

La liberación de Asturias contada por el general López Ochoa

Este artículo-entrevista es interesante y muy relevante históricamente. Se ha dicho que López Ochoa dejó escapar a los cabecillas de la revolución con su pacto. La entrevista apoya esa tesis:

 

—¿Cómo logró usted la rendición de la cuenca minera?

—Sin disparar un tiro.

—Se ha hablado de un pacto con los rebeldes.

—No hubo tal pacto. La verdad neta de las negociaciones para la rendición de la cuenca minera es esta.

El general López Ochoa recapacita y dice:

—Por mediación de una tercera persona, uno de los jefes de los rebeldes llamado Belarmino Tomás me hizo saber que estaba dispuesto a procurar la rendición de la cuenca minera y quería conocer las condiciones que yo impondría. Expuse al emisario mis condiciones: entrega de la cuarta parte de los miembros del comité provincial revolucionario, entrega inmediata de las armas a los representantes de la autoridad que habían sido depuestos y aprisionados y que no se disparase un solo tiro cuando las fuerzas avanzasen.

 

Una cuarta parte de los miembros del comité provincial revolucionario… los pringaos de siempre en vez de los cabecillas.

 

Lo único que Belarmino Tomás me pidió, no como condición para rendirse, sino en tono de ruego, fue que en los pueblos de la cuenca minera no entrasen en vanguardia las tropas de Regulares.

Las cuencas mineras fueron ocupadas al día siguiente sin que sonase un solo tiro. Hemos salvado muchas vidas de seres inocentes, y el ejército ha cumplido su misión con absoluta fidelidad, sin la más mínima concesión y sin pacto alguno con los rebeldes. Eso es todo.

A lo único que renuncié fue a la entrega de la cuarta parte de los miembros del comité provincial; pero no por otra razón que la de haberse fugado ya a aquellas horas el titulado comité provincial revolucionario y no subsistir más que los comités locales. La entrega de la cuarta parte de los miembros de estos comités locales hubiera sido labor lenta. Yo quería cumplir mi decisión firme, con negociaciones o sin ellas, por las buenas o por las malas, de estar al día siguiente con mis tropas en la cuenca minera.

Es decir, la final ni los pringadillos. Escaparon todos, con sus 16 millones de pesetas de entonces. 

—¿No hubo nada más en la negociación?

—Nada más. Es decir, sí. Hubo en el momento de marcharse el negociador el deseo por parte de este de hacer constar que se rendían sin condiciones, primero, porque se habían quedado sin municiones, y segundo, porque confiaban en mi espíritu humanitario y democrático y en mi lealtad personal, sin cuyas circunstancias no hubiera sido posible, ni probable, el pacífico sometimiento. 

Es decir, López Ochoa les dejó escapar cuando no tenían municiones. El espíritu humanitario y democrático significa -dicho claramente- que era un reconocido masón. Como sabemos, los obreristas no le perdonaron que hubiera combatido la revolución de Asturias y su cabeza acabó paseada por los madriles en una pica. 

 

El libro se puede leer aquí: Tres periodistas en la revolución de Asturias – Telegraph

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