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En esta tercera parte y última (las anteriores están aquí), continúa la narración de la experiencia carcelaria del autor, que es una auténtica refutación de las narrativas victimistas de la claque antifranquista. El final, que muestra al autor defendiendo a la justicia franquista frente a la represión desproporcionada, criminal y hipócrita ejercida en Francia por los comunistas y permitida por los demócratas, podría valerle hoy en día la persecución ideológica del degenerado y corrupto régimen del 78.
Mi amistad con el señor Videgay había continuado. Era -y deseo que continúe siendo- una de las personas más bondadosas que he conocido. Soltero, vivía en una pensión y pasaba bastantes apuros económicos, sobre todo porque se gastaba mucho dinero en libros. Pues bien, a pesar de sus apuros, en mas de una ocasión me había hecho servir de intermediario para que entregara un par de paquetes de tabaco o unas latas de conserva a algún preso indigente. Nunca quiso que se supiera que el donante era él. (p. 167)
¿De cuántos funcionarios de prisiones progresistas y demócratas de hoy en día se podrá decir algo similar?
En noviembre de 1940, Aroca es trasladado al departamento de Políticos a petición suya porque la situación con sus ex-compañeros anarquistas se hizo tirante.
El departamento de Políticos era un pequeño recinto -un total de 16 celdas y una sala común, llamada la Aglomeración – que en época normal albergaba los presos políticos y a los que, sin serlo, gozaban de un trato de favor.
…
Huelga decir que todos los reclusos del departamento estaban recomendados por el director o el capellán de la prisión, o por el propio gobernador civil de Barcelona.
Al llegar allí, procedente de una galería, se entraba en un mundo completamente distinto. Un mundo de personas educadas, bien vestidas, aunque algunas de ellas fuesen notorios criminales. (pp. 169 y 170)
Por ejemplo:
Jaime A… asesino del anticuario de la calle de Valencia. En aquella época estaba en la cárcel por haber cometido una serie de estafas. Era un individuo de muy buena familia, licenciado en derecho y de una cultura sorprendente. Pero físicamente estaba hecho una ruina, a pesar de su juventud, y tenía todos los vicios imaginables desde la homosexualidad a las drogas. (p. 170)
Cuenta el caso de un timo que pensaron en la sección. Ofrecían patatas o azúcar de estraperlo, pidiendo por adelantado los sacos para transportarlos. Se los quedaban. Un timo modesto, pero que juntando muchos sacos resultaba bastante rentable.
El único político relevante con que se encontró en la sección de Políticos fue un chaquetero de la CEDA, Luis Lucia Lucia. No deja de tener gracia. Por supuesto, los peces gordos de la ex república de trabajadores habían huido a tiempo con un yate cargado de tesoros o estaban rindiendo culto a Stalin.
El caso es que Aroca confiesa que lo pasó peor con los Políticos que con los Comunes, y que se arrepintió más de una vez el haber sido trasladado…
Cortada la ayuda de mis ex compañeros de Organización, lo único que recibía del exterior era un paquete semanal de la señora Carmen y algún envío esporádico de Joaquina. Por absurdo que pueda parecer, esto me colocaba en una situación de inferioridad en un departamento donde los pocos que comíamos el rancho de la prisión estábamos considerado como “subproductos”. (p. 176)
Cuenta otros casos curiosos. Llama especialmente la atención el de un estafador que tenía un aplomo de antología y era capaz de entretejer unas historietas de novela. Estafó al ejército republicano y a un empresario de rebote. Y después lió a su esposa a la que hizo creer que estaba ayudándole a sacarlo de la cárcel. Enamora a la hija de un fabricante. El padre a regañadientes le da entrada en la fábrica. Empieza a vender como ningún otro viajante; le asigna un coche. Resulta que las ventas eran ficticias y el tipo además vende el coche… Un buen día decide cambiar de vida. Salda las deudas y se casa con la chica. Hereda la fábrica y se convierte en un próspero comerciante.
A principios de los años 40 los indultos empiezan a vaciar las cárceles de políticos y rojos. Todo empezó con la Ley de Examen de Pruebas, que revisa los juicios militares. A medida que salen los presos indultados empiezan a entrar otro tipo de internos. Se trata de extranjeros huidos de Francia, de paso a su destino definitivo por vía marítima.
Todos los que luchamos por la causa republicana llevamos clavada la espina de la acogida que la democrática Francia tributo a nuestros compañeros cuando buscaron refugio en ella. En España, donde se simpatizaba oficialmente con los alemanes, no hubo campos de concentración ni brutalidades senegalesas para los enemigos del Tercer Reich. (p. 198)
El trasiego era constante: a las expediciones de salida, con destino a Gibraltar o al puerto de embarque de Bilbao, sucedían las expediciones de llegada, procedentes de la frontera. De ahí la necesidad de un remanente de víveres y mantas, facilitado por los consulados y administrado por los propios extranjeros. El almacén se encontraba en la celda 4 de Políticos y estaba a cargo de un judío francés, M. Dreyfus, ex-alcalde de Marsella y propietario de una cadena de hoteles en el vecino país. (p. 199)
Al principio, mis relaciones con M. Dreyfus fueron bastante cordiales, pero poco a poco se envenenaron. Uno de los defectos que más aborrezco es la mezquindad y M. Dreyfus era un hombre mezquino, a pesar de sus millones y de su cadena de hoteles. Bastará un detalle para reflejar su carácter.
Mr. Cunningham y el disponían en la celda de una mesa, que entre otras cosas utilizaban para comer. Les servían el almuerzo y la cena de un bar situado en las inmediaciones de la cárcel. Ni una sola vez me invitaron a sentarme con ellos, a pesar de que compartía su celda. Me trataban como a un criado. Esto, a fin de cuentas, no tiene demasiada importancia, al margen de lo que lo pudiera lastimarme mi amor propio. Lo realmente revelador es la maniobra que efectuaba invariablemente M. Dreyfus al final de las comidas.
… Al terminar de comer, recogía cuidadosamente en un montoncito las migajas de pan que habían caído de la mesa y se las entregaban al machacante, diciéndole: toma hijo aprovéchalas. (p. 201)
Un repugnante espécimen del “pueblo elegido”.
En aplicación de la Ley de Redención de Penas por el Trabajo se emplea de administrativo en una obra en El Pasteral (Gerona). Cuenta diversas experiencias personales. En la práctica no hacía nada, porque otra persona ocupa su puesto; así que prácticamente estaba paseándose por los alrededores. Hay una fuga.
Me atrevo a decir que los primeros sorprendidos por la fuga fuimos los propios presos. Pocos la justificaron. En el destacamento había un ambiente bastante sano. El trato que recibíamos no era severo, ni mucho menos. La alimentación regular, superado el primer bache. El trabajo resultaba duro, a veces, pero la mayoría de los que lo realizaban estaban acostumbrados a manejar el pico y la pala. Y un día en el campo, con la esposa y los hijos, compensaba los esfuerzos de una semana. Además, he de insistir en el hecho de que todo el mundo sabía que el nuevo indulto era inminente, y nadie quería complicarse la vida creando problemas.
…
El esperado indulto llegó a primeros de abril de 1943. Afectó a la casi totalidad de los trabajadores de nuestro destacamento, que por esta causa quedó disuelto en el mes de junio siguiente. Un 12% de los recursos indultados solicitar un trabajo en la empresa Burés, en calidad de obreros libres. La empresa los admitió, algunos de ellos con empleos muy bien remunerados. Creo que las preguntas quedan contestadas. (pp. 228 y 229)
Cuenta su relación con el médico del pueblo, falangista; tan mal médico como buena persona:
«Si el movimiento llega a pillarte en Zona Nacional, hubieras sido un buen falangista, solía decirme.»
Y yo le devolvía el cumplido:
«Qué gran anarquista se perdió en la zona republicana.»
Así acaba la aventura en el destacamento:
Lo que en principio debía ser un simple rancho extraordinario, se convirtió en una verdadera comida de hermandad. Participaron en ella los familiares de los trabajadores que habían venido de visita, y la sección de la Guardia Civil encargada del servicio de vigilancia. El sargento que la mandaba acababa de ser ascendido a Brigada, y quiso celebrar el acontecimiento con nosotros. Lo más emotivo del acto, para mí, fue aquella confraternización, símbolo de que el transcurso del tiempo y el mutuo conocimiento iban derribando unas barreras que nunca debieron alzarse. (p. 243).
Era solo el año 1943 y ya se estaban dando abrazos los peones rojos y azules. Pero ochenta años después, los nuevos jefes de los rojos quieren acabar con esa confraternización.
El último capítulo del libro, Calafell-Playa, da un salto que nos lleva a la primavera verano de 1968. El autor está en la playa con sus dos hijos. Y cuenta rápidamente la trayectoria desde el destacamento de El Pasteral hasta su libertad. Por una razón de tecnicismos legales, no le alcanzó el indulto del 43, por lo que reingresa en prisión. Fue trasladado a la prisión militar de El Hacho en Ceuta, al pedir plaza como maestro. En el 45 hay otro indulto, pero tampoco se puede acoger por estar procesado por otros asuntos menores. En total estuvo algo más de 11 años de cautiverio. Muchísimo más que la mayor parte de los condenados, algunos por verdaderos crímenes. No cuenta muchos detalles de su vida de ciudadano libre desde su salida de prisión. Pero en ese momento tiene dos hijos, lo que quiere decir que ha rehecho su vida.
El capítulo recoge la conversación con un médico francés que se encuentra en Calafell, donde vive el autor. La conversación muestra que la represión de la democrática Francia fue mucho más dura, implacable y sañuda que la de la España que algunos llaman “fascista”. El caso es que es Francia ni siquiera hubo Guerra Civil: se firmó un armisticio tras perder la guerra que los políticos declararon a Alemania; esos políticos y algunos desertores militares huyeron a Inglaterra para continuar la guerra por su cuenta desde allí. Esos desertores, que tuvieron suerte y ganaron la guerra, exigieron después responsabilidades a quienes firmaron el armisticio y se quedaron gestionando el país.
Esta es la conclusión del diálogo:
El doctor Menieur me miró, entre irónico y asombrado.
– Si no supiera que ha estado usted once años en la cárcel por haber luchado con los republicanos – dijo-, creería que es un propagandista del franquismo.
– Lo cortés no quita lo valiente – repliqué -. En mi fuero íntimo, puedo estar más o menos en desacuerdo con el actual estado de cosas. Lo que no puedo hacer es negar sistemáticamente la evidencia, aunque el aceptarla signifique el reconocimiento de las virtudes y los aciertos del adversario. (pp. 249-250)
La gran sorpresa nos la llevamos cuando nos cuenta los antecedentes del doctor:
Al finalizar la Segunda Guerra mundial le detuvieron, acusándole de colaboracionista, y le encerraron en la cárcel de Albi, donde permaneció un par de años, hasta que compareció ante sus jueces, los cuales le resolvieron por falta de pruebas.
Sin embargo, su odisea no acabó con aquella absolución. de regreso a la pequeña ciudad donde residía, el alcalde le prohibió el ejercicio de su profesión de médico. tuvo que iniciar un largo y costoso proceso, llevando el caso hasta la Corte Suprema de la nación, para conseguir que fuera revocada aquella arbitraria medida. Y aun así se vio obligado a exiliarse, profesionalmente hablando, para ingresar en la plantilla médica de una importante industria aeronáutica radicada en Toulouse. Además, en 3 ocasiones había sido objeto de atentados: dos contra su persona y uno contra su hogar, que estuvo a punto de quedar destruido por un incendio. (pp. 250 y 251)
El delito del doctor fue que había seguido atendiendo a cualquier paciente, incluidos los alemanes… Y aún defendía al régimen francés y acusaba al español. Pobre hombre…
Así se cierra el libro:
He hablado y he discutido con muchos jóvenes, y la idea de este libro se me ocurrió pensando principalmente en ellos, pensando que tienen el derecho y la obligación de saber lo que ocurrió en España al terminar la guerra, para que aprendan a mirar hacia atrás sin ira, sin rencor que pueda predicarles algún falso profeta.
…
Cuando esto sea cierto, se habrá cerrado de veras uno de los capítulos más apasionantes y más dolorosos de nuestra historia. (p. 259)
Que curioso, que los falsos profetas (en realidad pobres diablos de la Sinagoga de Satán, de ínfima categoría) estén predicando falsedades y abriendo otra vez cuentas saldadas más de 50 años después de estas palabras.
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