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Comenzó su pontificado con aquella terrible acusación a los anteriores papas… “quien soy yo para condenar a los homosexuales”, como si los anteriores pontífices hubieran condenado a las personas y no el acto contra natura que es la homosexualidad. Pero no contento con esto, recibió a conocidas figuras del mundo homosexual y lésbico, a quienes recibió con sus parejas. No se ha mostrado contundente en defender a determinados obispos y sacerdotes que se han enfrentado a procesos judiciales o acusaciones gravísimas por no admitir la práctica de la homosexualidad, ni a lo ocurrido recientemente en Alemania con la “salida del armario” de cientos de sacerdotes, religiosos y religiosas. Y para remate, va y nos dice a los padres que queramos a nuestros hijos aunque sean homosexuales, como si la condición sexual de nuestros hijos fuera condición sine qua non para quererles.

    La superficialidad de este hombre es un gravísimo problema para la cultura católica, y tanto creo que es así, que desde mi punto de vista se está cargando el legado de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, que fueron dos regalos de Dios a la Iglesia al combatir el análisis marxista de la historia y defender el legado católico de Occidente. Ahora bien, no caigamos en el otro extremo de considerar a Francisco un anti-Papa, por no decir cosas mayores. Admitamos, sí, que nunca tuvo que haber sido elegido Pontífice y que lo más conveniente sería que se forzase su dimisión. Que en eso estamos muchos católicos, que no ateos o agnósticos, tuiteros y no practicantes. 

    Qué más da que haya dos Eméritos. Aquí lo importante es frenar la deriva que comienza en la Cabeza y se transmite por inercia a todos los miembros del Cuerpo. No se puede seguir dando dos de cal y una de arena, y de esto estamos advertidos… “A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del maligno…” (Mt 5, 17-37).

Autor

Pablo Gasco de la Rocha
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