22/11/2024 02:48
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Lo primero que debe hacerse es constatar con amargura lo ya sabido: que en España no existe democracia, pues los acosos, provocaciones, agresiones y desafueros cometidos durante la campaña electoral contra uno de los candidatos -VOX-, amparados por el escandaloso beneplácito o silencio de las autoridades, es impensable en una democracia genuina. 

Lo segundo, añadir que los resultados de estas últimas elecciones subrayan la degradación ciudadana y confirman la existencia de un frentepopulismo sociológico, arraigado gracias a la cobardía de una sociedad exánime. Una sociedad incapacitada para defender el propio decoro, que no vota programas, sino frivolidades, miedos, sectarismos y aleatorios estados de ánimo.

La mayoría del pueblo español desconoce lo glorioso de su Historia, porque se la han falseado y porque se ha desinteresado de la verdad; y se ha resignado a ser uno de tantos pueblos que aceptan sucumbir ante otras culturas, ante otras modas, padeciendo lo contingente en vez de determinarlo. Lo que le falta al pueblo español para seguir manteniendo su papel de gran pueblo no son -hasta ahora- los medios materiales, sino el vigor moral.

El pueblo español es pícaro y lleva en sí una significativa parte de plebe gallofera y, como todo estafador miserable, su modelo a seguir es otro bellaco más próspero y refinado. Por eso elige para su gobierno a los políticos más corruptos y a los trapisondistas más expertos.

Ni en Galicia ni en Vascongadas VOX podía perder nada. Por eso, puestos a no sacar escaños, como le ha ocurrido en Galicia, mejor es dirigirse a los electores sin pelos en la lengua. Para quien esté dispuesto a regenerar la sociedad española no puede ser esta una época de cálculos políticos, sino de acendrada dignidad. En esta encrucijada histórica es obligatorio cristianar las cosas, llamarlas por su nombre, desde la más alta a la más baja, y caiga quien caiga.

Para su consolidación social, VOX, desde la firmeza de los principios, debe enfrentar al pueblo con su inalienable responsabilidad cívica. Que, a la vista de unos y otros programas, de unas y otras actuaciones, éste decida si quiere estar del lado de quienes aman la libertad y la patria o junto a los hispanófobos y liberticidas. Es en esa disyuntiva, a mi juicio, donde se debe librar la batalla, desechando apocadas especulaciones o prosaicas componendas.

Los demagogos suelen alabar al pueblo, y eso es lo que hipócritamente no ha dejado de hacer la actual partidocracia a lo largo de la transición, pero si VOX quiere ser realmente la alternativa a este caos ha de diferenciarse absolutamente de la casta. Y, además, perder el miedo a reivindicar activamente el paréntesis histórico que supuso el período franquista, uno de los más fructíferos de nuestra historia, sobre todo considerando su brevedad.  Perder el miedo a decir que el odio antifranquista es proporcionalmente consustancial al odio a España, y a la libertad y la excelencia.

Frente al ¡viva las cadenas! y a la diabólica atracción que siente la masa hacia los mensajes totalitarios del izquierdismo rencoroso y vengativo, VOX, que está dando la cara en soledad con meritorio brío, debe oponer la defensa del individuo libre y soberano. Toda rebeldía es justa si es necesaria. Y la rebeldía ha de ser en la actualidad un empeño común, liderado por los hombres y mujeres de bien y, políticamente, por quien representa en el parlamento la única alternativa. 

Porque en esta fraudulenta democracia parlamentaria que padecemos, aceptada y consentida sin sonrojo por las traidoras instituciones, nada impide el uso de violencias y patrañas que confundan a la voluntad popular si ésta es receptiva a ellas. Y porque nadie puede regenerarse si antes no reconoce sinceramente sus errores y se empeña en enmendarlos. ¿Reconoce el pueblo español los suyos?

Dejando a un lado a ese lastre de españoles resentidos que siempre gravará a nuestra patria, puede plantearse la pregunta de otro modo: ¿reconoce la parte supuestamente normal y sana del pueblo español, con sus encauzadores de opinión a la cabeza, ese cúmulo de desatinos, de confusiones, de inadvertencias, de comodidades, de omisiones, de cobardías, de ofuscaciones, de mezquinos intereses que nos han traído hasta aquí?

Si no somos capaces de examinar nuestra conciencia en este sentido y si, a más inri, todavía no somos conscientes de hallarnos en manos del mal en estado puro, de los que más allá de odiar a su patria abominan de la dignidad del ser humano y de su libertad, o si aún creemos que alguno de los protagonistas políticos de la tramposa transición, sea del color que sea, puede solucionar lo que ha venido estropeando con alevosía, premeditación, ventaja y deslealtad durante estas últimas décadas, es que no tenemos arreglo.

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El socialcomunismo, que lleva décadas iniciando al pueblo en los misterios de la ignorancia, de la cobardía y del libertinaje, cosas, éstas, que a veces se heredan, pero que también se enseñan y se aprenden, con más facilidad, ciertamente, que el buen juicio, ha llegado a un estado de putrefacción tal que sólo puede ya legitimarse a base de subsidiados, okupas, parásitos, hampones, pervertidos, totalitarios, separatistas y filoterroristas, todos ellos contrarios a los valores de la razón y del Derecho.

Con ellos de base electoral -vil distinción ésta que ya no les importa ostentar ni se preocupan en desmentir- y persistiendo en atemorizar o engañar mediante su propaganda a sectores sociales que se dejan siempre llevar de la mano de quien gobierna con amenazas, por mor de un conservadurismo atávico, más o menos ajeno a rótulos e ideologías, es capaz de conseguir aún mayores cotas de poder para arrumbar con definitiva impunidad vidas y valores.

Por ello insisto en que VOX debe dirigirse a la sociedad -y a sus voceros- con crudeza, removiendo su conciencia, culpándola de su incapacidad para encarcelar la insaciable sed de estos políticos codiciosos -y la de sus cómplices-, que por destruir lo moral y apoderarse de lo ajeno no vacilan en infligir al mísero pueblo las penas del infierno, condenándolo a vivir en medio de la mayor incertidumbre, de la mayor desdicha.

El frentepopulismo se ha conjurado para aguantar en el poder y tratar de perpetuarse en él. O acabamos con su lacra o su lacra acabará con toda salud del alma y toda nobleza de pensamiento.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.