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Esto no es nuevo y viene de forma intermitente desde los años treinta del siglo pasado. En aquellas fechas los abuelos de estos de ahora se propusieron aniquilar a la Iglesia y desterrar cualquier vestigio de ella, por eso la quema de conventos, la suspensión de órdenes católicas y el exterminio personal llevando a cabo los crímenes más horrendos que uno pueda imaginar. La cacería fue interrumpida por nuestra gloriosa cruzada que paró la sangría impuesta por los criminales del frente popular que como comadrejas repugnantes salieron corriendo llevándose todo lo que pudieron. Tiempos tranquilos para una Iglesia que estaba viva en la esencia del alma española y que nos guste más o menos fue uno de los pilares del régimen.

A la muerte de Franco volvieron estos herederos de los que gritaban «viva Rusia» y mataban curas y monjas, se inició un camino disimulado hacia una de las fijaciones de la izquierda, la Iglesia. Esta como siempre en su historia se puso del lado del que manda y entre otras tropelías accedió a la profanación de la tumba de Franco sin recordar que fue él quien evitó su total eliminación. Esto es ya historia pasada, pero es conveniente recordar más cuando ahora y de nuevo la cacería parece que toma aires nuevos.

La izquierda que soportamos es corrupta e inmoral en términos tan absolutos que da asco. Es tan sectaria que no disimula su amoralidad sacando leyes que atentan contra la infancia y su inocencia introduciendo en las escuelas la corrupción de menores sin ningún disimulo.

Estamos en un país que en la Comunidad de Valencia y en la de Baleares han salido a la luz cientos de casos de niños y niñas prostituidos bajo el paraguas de protección oficial. Críos separados de sus respectivas familias para ser tutelados por estos gobiernos de izquierdas de turno. Hay de todo, drogas, alcohol e incluso algún aborto provocado. ¿Alguien ha tomado carta en este asunto nauseabundo? Nadie. Tampoco la Conferencia Episcopal, que como siempre ha mirado hacia otro lado sin contar con que esta izquierda gestiona los tiempos como le da la gana y ahora con los casos estos ya mencionados bullendo por la sociedad, se les ocurre, a través de los órganos del Estado, investigar los abusos a menores de la Iglesia católica ¿Cabe mayor desfachatez? Cualquier abuso a menores venga de donde venga y lo haga quien lo haga debe ser perseguido y castigado con la mayor dureza. Estos sí y los nuestros no, parecen decir entre risitas que destilan bilis. La cacería continúa, hace unos días fueron los edificios y bienes patrimoniales de la Iglesia y ahora los abusos. No van a parar de atacar a la Iglesia y lo peor de todo es que se lo merecen por cobardes y fariseos.

Autor

Alejandro Descalzo
Alejandro Descalzo
Nace en Madrid en 1958. Estudia en Los Escolapios de San Antón. Falangista. Ha publicado 4 libros de relatos. Apasionado del cine y la lectura. Colaborar en este medio lo considera un honor.