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Cabiria (1917) de Pastrone es una obra de culto. Antes que Griffith, director que se obsesionará con la película, introduce al nuevo arte cinematográfico técnicas narrativas extraídas de las novelas. En una escena, “Maciste el coloso”, personaje que dará para una serie propia, tiene que zafarse con la protagonista, un bebé cuyo nombre da título al film, de Cartago. Hay una persecución por las calles después de que hayamos visto cómo otros niños eran arrojados al fuego en el templo de Baal-Moloch. Esa deidad pagana, Baal o Bael, tuvo un culto muy extendido entre canaanitas, cartagineses, fenicios y sirios. Similar a Saturno, en el Antiguo Testamento también encontramos retazos de ese ídolo, que aparece nombrado como Moloch, por el que también se sacrifican niños. Se trata de dos figuras que han sido relacionadas con el dios egipcio Set, de cuyo nombre parece venir el de Satana, más tarde conocido como Satán, que también exige el sacrificio de los recién nacidos.

Pío Moa encuentra la fundación de Europa, y hasta de la propia España, en las Guerras Púnicas. Ese momento en que los romanos, tras anexionarse a Grecia, derrotan a sus enemigos cartagineses supone el nacimiento histórico, político y cultural del continente que más le ha dado a la civilización occidental antes de inmolarse en la pira europea de las dos Guerras Mundiales que estallaron en el siglo XX. Siglos de dominación que no hubieran existido si los victoriosos en la guerra hubieran sido los cartagineses. En ese caso, quizás en Europa se habría rendido culto a Moloch-Baal, a Satán; en vez de a la figura de Cristo donde confluyen los grandes principios de Atenas y de Jerusalén bajo la configuración filosófica que le dieron San Pablo, primero, y San Agustín, después. Recordemos que Aníbal se escribe Hani-Baal (“el que goza del favor de Baal”) en fenicio, no por casualidad.

En el lenguaje común de nuestros días se tiende a confundir a Europa con la Unión Europea. Esta segunda institución tiene un doble origen: el proyecto económico de De Gaulle y de Adenauer; y el paneuropeo de Mandell House y de Coudenhove-Kalergi. No hace falta que aclare que en estos momentos se está imponiendo el plan de Kalergi, un masón de alto grado, y no el de los cristianos De Gaulle y Adenauer. Un último paso en esta dirección lo hemos vivido estos días con la votación de un proyecto de “aborto libre”. Cualquiera que, manteniendo unos valores mínimos alejados del relativismo imperante acceda a las condiciones que recoge este documento para poder abortar, acabará en una misma conclusión: al fin Baal ha ganado la batalla, y ha conseguido imponerse en Europa.

Pero la UE no es Europa, aunque la mayoría de nuestros conciudadanos caiga en esa confusión. Durante no poco tiempo decir europeo y decir cristiano era aludir a lo mismo. Sin embargo, decir Unión Europea será sinónimo de decir Masonería, como ha probado brillantemente el escritor, Doctor, este sí, en historia y profesor universitario Alberto Bárcena recogiendo una denuncia hecha por el Partido Laborista inglés sobre la preeminencia de la sociedad “discreta” en la Unión Europea. El mismo Bárcena, continuando y completando los trabajos previos de Manuel Guerra y de Ricardo de la Cierva sobre la Masonería, ha demostrado que el fondo de la Masonería es satánico, dado que rinden culto a una deidad llamada Bafomet o Baphomet, que no es, en realidad, sino otro de los numerosos nombres con los que se denomina a Satanás. En otras palabras: son adoradores del Maligno.

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Que la UE no es Europa queda también evidenciado en la resistencia que Hungría y Polonia están ejerciendo contra dicho organismo. Acusada de homofobia por el globalismo hegemónico, Hungría ha aprobado recientemente una ley que blinda la educación contra los intentos de la ideología de género de convertir a los niños en sus clientes a perpetuidad mediante la manipulación y la perversión de menores. Que esta decisión haya sido condenada por la mayoría de países de la UE es una vergüenza para dichos países, no para Hungría. Mientras quede algo de la vieja Europa, Baal no nos dominará.

Autor

Guillermo Mas Arellano