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«Tenemos sobrepoblación. El mundo tiene casi siete mil millones de habitantes, y va camino de los nueve mil. Ahora, si hacemos un gran trabajo con vacunas, atención médica y servicios de salud productiva, podríamos reducirla en, quizás, un 15%». (Bill Gates). En este curioso método genocida, basado en vacunas, atención médica y servicios de salud productiva -proyectado por el magnate de Microsoft-, se pueden ejemplificar las innumerables contradicciones de ese engendro monstruoso denominado Nuevo Orden Mundial.

 

Es obvio que uno de los fines del NOM, bien explícito en sus agendas, es la despoblación, y para ello cuenta con el control de la fertilidad, la implantación de vacunas obligatorias para todas las edades y la promulgación de leyes radicales de suicidio asistido y aborto. Y, cómo no -aunque no lo relacione en su código de los horrores-, con el salvaje comodín de la guerra; una guerra diversificada -tradicional, nuclear, química, vírica- y según utilidad geoestratégica.

 

Los jerarcas del NOM saben que toda guerra, como toda crisis y toda catástrofe, son o suelen ser ocasiones propicias para imponer cambios, llevando a cabo transformaciones revolucionarias, modificando costumbres y estructuras o subvirtiendo instituciones que, en situaciones normales, resultarían muy difíciles de aplicar. Y saben también que quien pretende iniciar una guerra desea aparentar y convencer por todos los medios que lucha por causa justa. Algo que a los mentores del NOM se les da de rechupete.

 

En el experimento de ingeniería social propuesto por los nuevos demiurgos, la guerra -mediante la OTAN, su brazo armado- es una experiencia estimulante que, además de permitir la imposición de nuevas formas de control y de vida a la humanidad, es bien recibida en grupos, mentalidades y poblaciones fanáticas y, por supuesto, en las multinacionales insaciables, ávidas de poder y rentabilidad. Una experiencia tan excitante, esta de la guerra, como la de las epidemias, que nos caerán en cascada, con sus sucesivas fases, improvisaciones, incertidumbres e incoherencias, pero siempre enfocadas al fin último establecido: la despoblación.

 

Algunos sabios han dejado escrito que para las almas perversas no hay nunca días ni noches hermosas; que pueden divertirse o, mejor dicho, aturdirse, pero que jamás disfrutan de goces auténticos, sólo reservados para las almas nobles. Me gustaría que eso fuera cierto y yo quisiera creerlo, pero como cada día oigo y veo que triunfan en todo, que todo les sale bien porque la diosa Fortuna les complace, no queda más remedio que lamentarse bajo la sospecha de que la Providencia haya reservado para otra vida el castigo de los malvados y el premio de los justos.

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El caso es que vivimos, una vez más, en el tiempo de los ventajeros, sean plutócratas o sus sicarios. Con ellos, el engaño toma bellas formas, un antifaz de virtud cubre sus vicios, algo que es tan viejo como el mundo y que los tramposos han practicado a lo largo de la Historia. Tan hábilmente cubren su maldad con el barniz de la virtud que, en el mundo, sólo una minoría -los conspiranoicos- conoce o sospecha sus vicios, y los denuncia. Algo inconveniente e inaceptable para los propósitos de la cofradía.

 

Los amos saben mejor que nadie que para mantenerse en el poder o para sobrevivir, hay que avivarse. Que ni la verdad ni el trabajo honrado se cotizan en el mercado. Financieros y vagos saben que trabajar, producir en favor de la ciudadanía o ir con la verdad por delante no es negocio. Y, por supuesto, crear buscando la excelencia es delito. Los amos lo saben y, amparados en su impunidad, escupen sus perversos pensamientos con absoluta desenvoltura y convicción, como el banquero y magnate del petróleo David Rockefeller: «Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el NOM».

 

Así, con la osadía que da la inmunidad jurídica, la crónica social muestra a los oligarcas del brazo de los verdugos. La doctrina colectivista elige la mezquina igualdad para la muchedumbre y la opulencia para sí, por eso estimula a los esbirros y a todo tipo de maleantes, y desalienta o envía a la hoguera a los disidentes, recompensando a los infames y genuflexos. Necesitan crisis, grandes crisis, sin importarles el dolor humano que habrán de causar, y para ello elaboran agendas perniciosas elevándolas a la categoría de doctrina sociopolítica, educativa, cultural y económica, y se las bautiza enfáticamente con el nombre de nuevo orden mundial o globalismo.

 

Aunque sepamos que el alma humana no es colectiva, sino individual, y que tarde o temprano el intento colectivista acabará en fracaso, no podemos vivir tranquilos ante el capricho de un grupo de plutócratas iluminados o de unas sectas que nos dictan sus doctrinas por la fuerza de su puño y de su insolencia. Pero ¿observan ustedes en alguna de nuestras instituciones o en alguno de nuestros políticos la defensa de la ciudadanía amenazada y perseguida o, por el contrario, los ven como agentes de los victimarios? Como agentes, sin duda; agentes, además, elegidos y reelegidos por las víctimas.

 

De ahí que los tiranos se harten de hacer burlas, pues hagan lo que hagan, todos ríen y los halagan o consienten, hallando ingeniosas sus observaciones más vacías, porque el pueblo suele ser paciente con el crimen y su resignación puede llegar lejos. Los plutócratas del NOM y sus esbirros saben que no es el crimen lo que pierde a los tiranos, sino la debilidad. En una crueldad excepcional hay algo sobrehumano que llena de asombro al vulgo y consolida los despotismos. Por el contrario, es su debilidad la que mueve a los mandarines a traicionar a sus señores; y a los que los han soportado, a vengarse.

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El caso es que, a usted, amable lector, le han asignado, sin comunicárselo personalmente, algunas papeletas para la rifa de los entresacados para la despoblación en marcha. Ante esta realidad, la única esperanza que le queda a la multitud es que los mentores y jerarcas del NOM, tan pagados de sí mismos y de su enorme poder, no cuentan con el azar, más poderoso que ellos y, al contrario que ellos, impredecible. Estos arrogantes diosecillos creen que están liderando su proyectado ordenamiento universal y que pueden modificar a su manera la armonía del mundo, pero es posible que finalmente acaben arrastrados por la misma realidad que quieren cambiar.

 

Dado que la inercia del universo se comporta con fatalidad, y los acontecimientos tienen una dinámica ajena a los seres humanos, y van más allá que ellos y les supera, es posible que, creyendo los plutócratas que son ellos quienes toman las decisiones, sean en realidad los acontecimientos quienes las toman por ellos. Pueden causar genocidios que despueblen el planeta, pero serán tragados por el mismo proceso consecuente a su proyecto. Su delirio causará dolor a millones de seres humanos -culpables de inacción o de indiferencia ante el peligro-, pero a su vez será la causa de su propia destrucción y la de los suyos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.