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Flamante columnista cuñado en artículo de ayer:

Para una persona de mi edad un CD es tecnología. Para nuestros hijos no, porque ellos escuchan la música en ‘streaming’. Pero, sobre todo, porque no los han visto surgir. Los humanos consideramos que algo es tecnología solo si hemos nacido antes. Como yo he nacido antes que los CD, los considero tecnología. Es un asunto evolutivo, de lo que consideras la base y de lo que se va añadiendo después, como lapas superpuestas a la roca. Por eso, para los jóvenes, un vinilo tiene interés: aunque estaba superado, lo han visto ‘renacer’ y ya es tecnología de nuevo. Es moderno.

Como es frecuente en el columnismo sistémico, se estila aquí una filosofía de parvulario. La clave estético-literaria del cuñadismo es fundamentalmente esta: poner encima de la mesa ideas simplicísimas y convencionales, fáciles de entender y de deglutir por el lector medio, pero adobadas con una pátina de elucubración efectista que busca generar la engañosa impresión de que el escritor sabe mucho de lo que habla, pero reduce sus inmensos conocimientos a píldoras modestas con las que hacerse entender por sus lectores. “Mire, lector, la tecnología es esto. Sí, sí, no se complique la vida, se lo digo yo. Se podrían decir más cosas al respecto, pero no tengo tiempo yo para entrar en sutilezas y ya entiende usted por dónde voy”. Vendedores de crecepelos. En realidad, el lector no entiende, pero no hay mayor truco psicológico para inducir a las masas a comprarte la mercancía que hacerles pensar que comprenden lo que en el fondo no comprenden, porque lo que más le gusta en el mundo a un ser humano es sentirse inteligente. El cuñado reduce la complejidad de las cosas para hacerlas muy inteligibles a sus receptores, y así halagarles una inteligencia poco exigida de partida por las exigencias de razón del propio columnista. Porque, en realidad, el columnista es como sus lectores. En la democracia morbosa que padecemos, el cuñado con el que terciamos en el bar es el columnista al que leemos luego en la prensa. Quiere decirse con esto que no hay una jerarquía entre el columnista y el lector, y no hay mediación, sino una auténtica isonomía y una impostura.

Por ejemplo, el señor cuñado nos quiere vender la idea de que algo es tecnológico si lo percibimos como tal, poniendo para ello rudimentarios ejemplos que se pretenden cautivantes. Pero no, señor cuñado, la tecnología no es, como dices, lo que vemos construirse, salvo si eres un cuñado precisamente que mide el universo por su ombligo. Una fregona es tan tecnológica como un secador de pelo o el último iPhone, y esto lo sabe cualquiera con dos dedos de frente. La tecnología tiene su historicidad, y su ser tecnológico no depende de nuestra vivencia subjetiva del mundo. Usamos elementos tecnológicos diariamente cuyo nacimiento y expansión no vivimos, y no por ello ignoramos su tecnologicidad.

Por otra parte, un vinilo no es moderno por gozar en un momento dado de una recuperación, de un revival. El ser de algo no muta por las operaciones psíquicas de sus usuarios. Pero aun en el psiquismo fallas estrepitosamente. Porque el resurgimiento del interés por algo demodé, para quien lo experimenta, se deberá a que aprecia en él no algo novísimo, sino antiguo, venerable, algo clásico, sencillo y elemental, que opera un contraste con una modalidad actual que nos desengaña. Al que le gustan los vinilos le gustan no por considerarlos modernos, sino porque en ellos aprecia valores que alzaprima y que no encuentra en su presente. Pero al columnista cuñado le interesa colarnos la falacia de que “un vinilo es moderno” para sostener la tesis política que nos va a vender. Prosigue:

De modo análogo, para mi generación, la derecha es un espacio difuso y poco dogmático que podríamos definir a través de la defensa del orden constitucional, la monarquía parlamentaria, las instituciones del Estado, la separación de poderes, la unidad de España, la libertad como aspiración -en contraposición a la esclavitud del comunismo del otro lado del muro-, el individualismo frente al colectivismo y la identificación con una tradición que bebe de los valores occidentales, grecolatinos, judeocristianos y del humanismo. Es decir, Europa. Y, sobre todo, se define en lo económico, en la defensa de la economía de mercado, del capitalismo, de la propiedad privada, de la iniciativa empresarial, de una política fiscal contenida y del equilibrio presupuestario. Y todo ello desde una postura conservadora, entendiendo lo conservador como lo moderado, lo sensato, lo racional, lo maduro y lo estable.

En resumen, la derecha es todo lo que signifique cosas buenas, bonitas y baratas. La derecha es todo lo que identifica también al PSOE, como el orden constitucional socialdemócrata, la república coronada por un rey-florero, la defensa de las instituciones del Estado ¿? -entre las que se incluyen la Generalidad golpista, el Gobierno Vasco felón, el Ministerio de Igualdad y una Hacienda que puede llegar a expolios que dejan a Stalin en un bebé-. Pero también, y esto la separa de la izquierda como un marquesado separa de la plebe, rasgos superferolíticos como “la aspiración a la libertad”, que distingue a los cracks, a los übermensch nietzscheanos, de esos piojosos de izquierdas a los que les gusta la esclavitud (“libertad” negativa, la suya, que lleva a la autodeterminación individual y colectiva), y por si fuera esto poco, también la derecha se caracteriza por identificación con valores occidentales, que cita el cuñado sin ton ni son pero que quedan muy bien; de la simplicidad inicial, salta a abrumarnos con enunciaciones arborescentes. Pero vuelve a la simplicidad, en un anillo circular, para concluir que todo esto que ha desglosado muy profundamente al final se resume en Europa, vaya. En una palabra, y dejándonos ya de orfebrería conceptual. Porque el columnista cuñado goza de la virtud sintética. Giro inesperado, desde luego. No nos esperábamos ese echar mano de Uropa para apuntalar el discurso (práctica que ya confrontamos en artículo anterior).

Por último, el finísimo columnista se anima repentinamente a opositar para teórico del conservadurismo y, dejando a Roger Scruton en paños menores, nos revela que la esencia de lo conservador radica en elevados principios como la moderación, la sensatez y la madurez, que serían, por tanto, un patrimonio exclusivo de la tipología política que nos pretende vender. ¿Quién no quiere ser todas esas cosas? Lo conservador es lo discreto, muchachos. Ya sabemos cómo se traduce esa discreción: en la disciplina totalitaria de voto, el matonismo clientelar, el periodismo sumiso y la corrupción a espuertas.

Pero lo que se infiere de sus altos vuelos teóricos, y esto es lo trascendental y grave, es que todo aquel que no se alinee con las posturas del columnista cuñadil, es decir, las del extremo centro, será un ultra, un insensato, un loco y un inmaduro que fomenta la anarquía con sus discrepancias baratas. De este modo, el que empezaba diciendo que la derecha es un “espacio difuso y poco dogmático” está sentando ya los mimbres para edificar su propio dogmatismo excluyente. Todo lo que no se acomode a su definición de la derecha será execrado, arrojado sin contemplaciones desde la roca espartana por este Licurgo de la centralidad. Nuestro querido columnista cuñado, que empezaba con un perfil bajo, empieza a despendolarse, a intentar generar como un Moisés liberal la separación de las aguas que permita huir de los populismos a las pobres gentes de la España moderada, a todos los animados por la promesa de una tierra libre de radicales. Prosigue el columnista cuñado:

Frente a esta manera de entender la derecha surge otra totalmente diferente, la ‘derecha alternativa’, que da por superados estos marcos legalistas y economicistas, para entrar de lleno en lo identitario. Ya no se centran en mejorar las condiciones materiales sino las posmateriales, invirtiendo la pirámide de Maslow. No se trata de lo que una persona ‘tiene’ o ‘quiere’ sino de lo que una persona ‘es’, y lo que ‘es’ se entiende en lo colectivo, en la identidad. Por eso, la derecha alternativa centra sus políticas en asuntos de género, de inmigración, de orientación sexual, en discursos antiglobalistas, autárquicos, nacionalistas, en la oposición al multilateralismo, a la agenda feminista o ecologista. En el caso de España, además, lo define su cuestionamiento de la Constitución en cuanto al modelo de organización del Estado, a la libertad política -piden ilegalizar a partidos comunistas e independentistas-, a la libertad religiosa -su actitud ante el islam y las mezquitas- y al principio de igualdad de los españoles ante la ley -la primacía de los españoles de origen frente a los nacionalizados-.

Me cuesta creer, seguramente como a ti, lector, que el párrafo citado vaya en serio. De hecho, es difícil pensar que el propio columnista se lo crea. Probablemente no sería vano teorizar a estas alturas sobre la prostitución periodística, la escritura lacaya por motivos mercantiles. Pero tomémonos en serio por un momento la honorabilidad y la conciencia del columnista con aspiración a la libertad pura, y fumiguemos su basura como si fuese sinceramente cocinada y exhibida como manjar.

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Este cuñado nos viene a decir que la derecha alternativa es una inversión de la extrema izquierda por el hecho de plantar resistencia a la violación que pretende perpetrar esa misma izquierda extrema contra la no-izquierda. Es decir, que la derecha alternativa es extrema izquierda, porque se fija en lo “posmaterial”, como hacen los de izquierdas. Y si asumes plantar batalla a los malos, plantarles controversia, te vuelves como ellos. ¿Que la izquierda pretende la destrucción de la sociedad? Conciliemos, muchachos. Gestionemos economicismos. Asegurémonos nuestros negociados económicos y nuestros intereses de pequeñoburgueses atareados. Para qué disputar a la izquierda nada. Eso haría que nuestra insobornable aristocracia moral se manchase. Aunque lo que ellos pretendan sea matar y los otros defenderse, los equivalemos.

Para este cuñado, la víctima y el verdugo son iguales porque ambos están inscritos en una lógica de conflicto. Para este cuñado, negar la realidad es ser superior. El cuñado acusa a la derecha alternativa de ser maléfica por partir de la realidad para hacer política.

Es decir, la derecha alternativa no surge como oposición a la izquierda, sino a la derecha clásica, que ya no sería capaz de entender las frustraciones de la sociedad posmoderna ni de articular una propuesta ganadora en esta era posmaterialista. Trabajan el mismo ‘insight’ que la izquierda: el rencor. Y lo resuelven del mismo modo que un marxista: sintiéndose la clase oprimida frente a la supuesta opresora (globalismo, progresismo, prensa).

A estas alturas apetece tirar el ordenador por la ventana. El columnista cuñado va montado en una ola ascendente de estupidez, que no sabemos si tendrá fin o se convertirá en un tsunami que arrample con nuestras neuronas. Lo que anticipábamos: la derecha alternativa es lo mismo que aquellos a los que esa derecha critica, porque la crítica de algo te equivale a ese algo. Por esa regla de tres, habría una identidad entre este columnista cuñado y yo, y yo asumiría sus cuñadismos como propios por arte de magia infusa. Como sabe cualquier persona cabal, cuando uno se opone a algo es porque le mueven principios opuestos a ese algo, no porque en las honduras de su corazón aspire a ser como aquello a lo que se opone solo que al revés. El loco de la colina centrista nos manda a los cuerdos al diván de Freud.

“La derecha alternativa es marxista porque se siente oprimida”. Los que murieron asesinados por ETA fundaron la victimocracia actual y no nos habíamos enterado hasta la sofisticada y audaz interpretación que nos ofrece el pope centrista en su columna. Los políticos catalanes de ese PP al que defiende el columnista de extremo centro frente a Vox (ya destapa groseramente sus verdaderas intenciones), esos camaradas perseguidos civilmente por los independentistas (señaladas sus casas, amenazadas sus familias, quemados sus coches), en realidad padecen de fantasías quijotescas. No hay motivos para sentirse oprimido en la sociedad actual si eres un catalán que quiere que sus hijos estudien un ¡25%! en español y eres civilmente masacrado por ello por tus vecinos, ni tampoco si eres un varón discriminado de facto por una ideología jurídica oficialmente implantada que puede destrozar tu vida y reputación de un modo irrestañable. Anciano rebelde al que han okupado la casa mientras se operaba de cataratas, tú tampoco protestes. Y mucho menos el tío que pasaba por ahí a deshoras, imprudentemente, cuando a dos bandas latinas les dio por jugar al GTA en las calles. Aunque ese ya no puede protestar, seguramente. Tampoco pueden hablar los nasciturus abortados o los viejos eutanasiados por sus hijos, y menos mal, porque incrementarían el sentimiento de opresión de los populistas. Para los que se sientan atacados (ojo a su incidencia en el sentimiento, como si fuese emanación de la percepción subjetiva la realidad enunciada), el cuñado, que es muy generoso, tiene una panacea: abandonar ese marxismo quejica y unirse a su irenismo liberal. Seremos más felices. El que entra en ese paraíso de realismo antisentimental, inmediatamente contempla en España un paraíso constitucional de libertades firmemente consolidadas y de logros económicos sin par, en donde no hay problemas, como en una utopía comunista, y quien diga que los hay bien merece un traslado temporal al gulag centroide, por populista de los cojones. Centro-centrado, moderado y refinado. Centro zumbado.

Para los que hemos nacido en otra época, esa derecha es ‘alternativa’ porque, al igual que la tecnología, la hemos visto nacer. Sin embargo, para una persona joven, la ‘derecha alternativa’ es simplemente ‘la derecha’, es decir, no es alternativa a nada, es la derecha que conocen, es lo que consideran derecha. Y esto llega al punto de tildar a la derecha ortodoxa de ‘cobarde’, de ‘progre’ o incluso, directamente, de izquierda.

El cuñado se caracteriza también por su infinito paternalismo. Él está muy de regreso de todo. Ha visto caer la Unión Soviética… tiene mucha edad ya. Todo lo que no sea analizar la política desde las antiparras del siglo XX, que a él tanto le gustan, es cosa de modernos revolucionarios. Empezaba criticando la nostalgia del vinilo y resulta que los presupuestos de su exégesis no pueden ser más inactuales. Además, ¿a qué jóvenes se refiere cuando habla de que no han conocido más derecha que la alternativa? Porque quien escribe estas líneas tiene 24 años y ha conocido a la perfección el bipartidismo, creciendo con la derecha sistémica en el poder y deseando su aniquilación desde bien pronto, precisamente por conocerla. Los únicos jóvenes de los que puede decirse que han venido al mundo con una derecha alternativa ya operando en España aún no tienen derecho al voto. Por supuesto, el recurso generacional es del todo absurdo, porque a la derecha alternativa se han unido personas de todas las generaciones, como es lógico, natural y evidente. Pero el columnista cuñado se tiene que inventar sujetos pasivos inexistentes para hacer sostenible su lábil argumentación. Tiene que condescender, desde su grosera supremacía biográfica, a un supuesto granero eunuco del que la derecha alternativa extraería a sus incautos votos. La derecha alternativa es producto del infantilismo, de no haber vivido suficiente, como él, que es muy sabio y está debajo de la higuera de la sapiencia, lamentándose en su retiro por la estupidez infinita de España, como Jaime Gil de Biedma en De vita beata.

Para quien conozca el siglo XX, las posiciones de la derecha alternativa tienen cierto olor a pasado. Pero no debemos confundirnos en los términos: la derecha alternativa -Vox en España- es hija de la modernidad, fruto de ella, signo de la adaptación a los tiempos; es un movimiento joven, nuevo, una propuesta innovadora y con mucho futuro. Pese a tener aires reaccionarios, esta derecha vuelve a debates que la derecha clásica da por resueltos y, por tanto, se perciben como algo diferente. Y para quienes no los conozcan, también como nuevos. Como el vinilo. Para nosotros es tecnología, los hemos visto nacer. Para un joven es lo estándar, es el ‘streaming’. Y, frente a lo que pueda parecer, no son conservadores, en absoluto engarza con los valores clásicos del conservadurismo. Lo conservador es la derecha clásica. Vox es su némesis, lo revolucionario -en ciertos aspectos incluso antisistema- y es la apuesta radical de la modernidad, aunque se nutra de conceptos antiguos.

Nos viene a decir este aspirante a Hegel que la derecha alternativa es la vez reaccionaria y posmoderna. Pero se ha saltado a Aristóteles. El principio de no contradicción (“es imposible que, al mismo tiempo y bajo una misma relación, se dé y no se dé en un mismo sujeto, un mismo atributo”) se lo pasa por el forro centrado, por el que uno puede pasarse todo lo que le venga en gana con tal de querer la razón para sí, aunque sea una razón que ya podemos tildar justificadamente de delirante. Para no hacer este artículo demasiado extenso, no analizaremos la mediocridad desoladora de su lenguaje y prosa, pero sería un texto por estudiar en las facultades de filología y periodismo como ejemplo de cómo no hacer las cosas.

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El paralelismo de modas tecnológicas y modas ideológicas del que se sirve todo el artículo es pésimo y cuñado hasta decir basta, pero lo peor es que achaque a la derecha alternativa ser, simultáneamente, vinilo antiguo que atrae por no haberse conocido, y streaming moderno que gusta por haber crecido ya con su hegemonía. Un contrasentido que llevaría al miasma cerebral si no fuese porque antes conduce a la carcajada hilarante.

Porque ‘modernidad’ no es lo mismo que ‘progreso’, ni ‘progreso’ es lo mismo que ‘futuro’. Del mismo modo que ‘antiguo’ no es lo mismo que ‘conservador’, ni ‘conservador’ es lo mismo que ‘pasado’. El progreso no es opcional, no se puede elegir, solo existen instantes que se suceden. Y ya hemos partido. El progreso es inevitable, hagamos lo que hagamos estamos progresando. Lo que sucede es que hay una manera de progresar ‘progre’ y una manera de progresar basada en otros principios. Es decir, lo que diferencia a unos y a otros no es ‘progreso sí’ o ‘progreso no’, sino, solamente, cómo queremos que sea ese progreso. La derecha alternativa es moderna, como lo es Podemos, aunque ambos traigan ideas fracasadas del pasado. Pero los jóvenes no las conocen, como no conocían los vinilos. Todos somos hijos de nuestro tiempo. Por eso, pese a que alguien del PSOE piense que está con el ‘progreso’, se encuentra muy lejos de la modernidad que sí encarna Vox. El progreso no está en el futuro ni el pasado, no está en lo moderno ni en lo antiguo: el progreso son unos valores. Cuando llegaron los bárbaros, los romanos veían los valores del progreso en el pasado. Con Vox sucede lo contrario: aunque se identifique con lo conservador, su propuesta de modernidad es una enmienda a la totalidad de la herencia.

Pasamos de opositar a Hegel a opositar a maestro de escuela, a Epi y Blas: progreso es esto y futuro lo otro. Derecha e izquierda, arriba y abajo. Pero te doy un ligero cambiazo para que alucines con esta nueva perspectiva, para hacerla no del todo perogrullesca, para carenar un poco su vulgaridad, para volverla original. Eso es el cuñadismo, un carenado de los lugares comunes. Y en ese acto de trilero de la prosa y del argumento, el cuñado pervierte el grado de verdad que el lugar común originario podía tener.

El progreso es siempre ineludible, porque el tiempo pasa, nos dice el pope. La finura político-moral desaparece cuando filosofa, entonces el cuñado no puede ser más mostrenco. Confunde el paso del tiempo, que es un valor cronológico, con el progreso, que es una categoría cualitativa. Dice que el PSOE no es tan moderno como Vox porque pertenece a una lógica anterior. Vox subvierte con su enmienda a la totalidad una herencia que no se define, pero el PSOE, entonces, sí que sería conservador de esa herencia. El progreso son unos valores, dice, pero a la vez la posición respecto al progreso depende de la cronología histórica del objeto. Es todo un desastre, una locura espectacular. Pero el tono didáctico y descubridor no desaparece. El columnista cuñado es como un Colón de los conceptos, con su oficio nos descubre regiones inexploradas del pensamiento, sólo alcance de su perspicacia sin fin. “Hay una manera de progresar “progre” y otra que no lo es”. Va con la chorra fuera. Perdone el lector el vulgarismo, pero no es para menos ante semejante caso. Se puede notar cómo se saca su autoridad con determinadas frases deliberadamente cipotudas, y se pasea con ella mirándonos con desprecio, como si fuésemos bárbaros o populistas severamente equivocados, despreciables habitantes de un tercermundismo ideológico que bien merecemos un correctivo de papá-cuñado.

Pero agárrese el cinturón, lector, que viene la apoteosis final, el acelerón racional-crítico definitivo, la bomba atómica contra las posiciones montaraces a la par que vanguardistas que el cuñado detesta, por montaraces y también por vanguardistas. Porque él siempre está en el centro de todo:

La tecnología se podría definir como la aplicación de un conjunto de conocimientos para desarrollar una idea con el fin de satisfacer necesidades del ser humano. Quizá la política sea un concepto afín. Y, al estar tan ligado al concepto de generación, es solo cuestión de tiempo que la derecha alternativa se convierta en la ‘tecnología’ hegemónica, en lo estándar, en la nueva derecha clásica. Y entonces, la derecha clásica, tradicionalmente unida a un concepto de orden y a lo económico, dejará de ser incumbente, porque sus logros se dan por descontados. Sin muros, el concepto de derecha se diluye en el concepto de ‘zeitgeist’, en el espíritu del tiempo.

Zeitgeist: en ABC escribieron Valle Inclán, Pemán, Azorín y Campmany, y ahora escribes tú.

Los jóvenes no entienden el progreso económico y las libertades individuales como fruto de la democracia liberal y del capitalismo -es decir, de la derecha-, sino solo como fruto de la historia, una herencia tan impersonal como la catedral de Burgos. Y ante esa realidad, la derecha alternativa, en vez de limitarse a proteger lo conseguido como haría un conservador, sigue aplicando ideología, porque lo que hay no les basta para su verdadera pretensión, que es la autorrealización. En eso se parecen al comunismo: la política como proyecto de salvación. Nos puede gustar más o menos, pero el futuro es de la derecha alternativa. No son nostálgicos, son visionarios que han roto con lo conservador para proponer un tipo de sociedad radicalmente nueva. Tanto que, a algunos, nos parece obsoleta.

Este final es más de lo mismo, pero machacadito para que entre bien, como un potito. Vox es lo que dice Podemos, ERC y EH Bildu que es Vox. Los votantes de Vox, pobres niños ideológicos que no saben de la misa a la media, deslumbrados ante el fascismo como quien se sorprende ante un vinilo. Hay que ser muy listo para ser cuñado. Dice que la pretensión del que vota a un partido de pura autodefensa es la autorrealización utopista, que los que lo votan están enfermos de ideología, a diferencia del cuñado (que no deja de obturarnos de ella en su plúmbeo artículo). No son nostálgicos, son visionarios que han roto con lo conservador para proponer un tipo de sociedad radicalmente nueva. Tanto que, a algunos, nos parece obsoleta. Esta acrobacia nos deja ya patidifusos y sin comentarios posibles, inermes ante la excelsitud de una razonabilidad paradójica propia de Chesterton.

Apología grotesca de la equidistancia entre opresores y oprimidos, de la estigmatización de una parte de la sociedad que se resiste a ser tiranizada por la dogmática propalada por las élites y los medios, de la entrega dócil del partido de la oposición y sus valederos a los discursos oficialistas del Gobierno y sus adláteres, este artículo es un ejemplo gráfico superlativo del armonismo tradicional del liberalismo con el núcleo de los consensos políticos que cohesionan la hegemonía de la izquierda revolucionaria. Maremágnum de falacias y de contradicciones, desvergüenza moral y chapuza intelectual propia de Manolo y Benito, los albañiles de la teleserie Manos a la obra, este artículo es, por otra parte, lo más sofisticado que se puede escribir para justificar el cordón sanitario implícito que el PP está haciendo contra Vox, que es en lo que está ahora mismo el articulismo centrista, con ocasión de los pactos poselectorales en Castilla y León. Pero los medios empleados para fines inicuos, aunque sofisticados como medios, revelan fácilmente sus inconsistencias, porque la mentira y la maldad son necesariamente inconsistentes.

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