25/11/2024 01:47
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¿Y ahora qué? Como se dice coloquialmente, la cosa pinta fea… Y sí, incluso antes de lo que se sospechaba, y llevamos solamente unos pocos días del 2021, en el que tantos depositaron la esperanza de que dejaría atrás el “peor año de nuestras vidas”. Desde nuestro entorno local y nacional nos asomamos al regional y mundial y las diferencias son muy pocas. En una era globalizada por los poderes supranacionales e instrumentalizados por las Big Tech todo parece lejos y cerca a la vez. El “mal de muchos, consuelo de tontos” hace que todavía se mire hacia un futuro con esperanza, pero que no se sabe muy bien donde se encuentra ni que nos va a deparar.

En España, congelados no solo literalmente por la catastrófica borrasca Filomena, sino también por el avance imparable del despotismo político sanitario global que ha helado la dignidad de un pueblo histórico indómito por naturaleza, millones ya se sienten parias de la nueva normalidad. El pánico se percibe mediáticamente ante la tercera ola de la pandemia absolutamente desbordada -virulenta nueva cepa británica, reclamo y deseo de confinamiento total domiciliario de por medio-, pregonado mañana, tarde y noche por los que antes eran medios de información, ahora reinventados en medios de reproducción y transmisión del pensamiento único.

Se tiene una sensación de opresión y exclusión social, no ya por causas económicas, sino también por la pérdida de libertad y del derecho al libre pensamiento y opinión debido a la censura ejercida, no ya por los Estados sino por empresas privadas que “tercerizan” la tarea del globalismo. Esto ha podido verse claramente a partir de la superación del trumpismo en los Estados Unidos y del empuje hacia el ghetto y confinamiento de los disidentes soberanistas que aún se mantienen con mayor o menor fuerza.

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Un peligroso escenario se abre para los diversos sectores identitarios y patrióticos de Europa y el resto del mundo que buscan “migrar” hacia otras redes sociales que les permitan manifestarse. No está mal, ni mucho menos, pero no se debería enfocar demasiada fuerza en una pelea con mucha desventaja frente a un contrincante tan poderoso. Seguramente ganar posiciones en la batalla cultural se encuentre en otros espacios, y a pesar de ello no se debería que dejar definitivamente el terreno en disputa, en sus manos -léase Facebook, Twitter, YouTube, etc.

La disidencia al globalismo ya está estigmatizada mediáticamente. Ha sido tildada de ultra derecha, terrorista supremacista, racista, homófoba, antivacunas negacionista, fanática fundamentalista o terraplanista y lunática. No debería importar la adjetivación infamante sino la recuperación de un terreno perdido que hasta no hace tanto tiempo se había ganado con coraje, voluntad y el voto libre y democrático, que incluso tomó por sorpresa al mismísimo Estado Profundo Global, como sucedió en los Estados Unidos en 2016.

 Hoy la imagen que trasladan los Medios y la oligarquía de Internet, sobre los identitarios, soberanistas y patriotas donde quiera que se encuentren, es la de un vociferante y ridículo personaje semidesnudo con pieles y cuernos de bisonte asaltando al Capitolio. Revertir esto llevará su tiempo, pero antes hay otras prioridades y en ellas se debería poner el empeño. 

La respuesta política y cultural, el disenso y la resistencia cuando el enemigo es muy poderoso debe repensarse, dejando de lado intereses puramente partidistas, sumando aliados y priorizando lo realmente vital y necesario ante lo que parece urgente. Cuando la pervivencia del mismo ser, la identidad, la libertad, la cultura y la tradición de los hombres y los pueblos están siendo borradas por el avance inexorable y paulatino de las sociedades abiertas plutocráticas, la respuesta debe ser firme y contundente frente al enemigo y generosa con los que sufren el mismo destino que el propio. La defensa de la identidad no es excluyente sino respetuosa del diferente que comparte una matriz común. Europa y occidente son un ejemplo de ello. 

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Cuando en apariencia las elites supranacionales están consiguiendo disolver el legado cultural milenario de los pueblos, convirtiéndolos en meros consumidores seriales de mercancías sin valor, reduciéndolos también en número mediante la eugenesia pandémica y creando individuos obedientes y homogenizados, alzarse en legítima defensa propia, no solo es lo importante, sino también, en este caso, urgente. Para otra parte de la sociedad, el repliegue e incluso retiro en los ideales, los afectos, intereses y la familia, dando ahí la batalla espiritual y cultural, también debe ser contemplado y respetado. No existen las fórmulas mágicas ni determinismo que solucionen los problemas de la civilización. 

Aun todo puede volver a recuperarse si empezamos por lo menos a preguntamos cómo reaccionar ante el Leviatán desatado que congela el espíritu e inmoviliza por el pánico. Si la bestia monstruosa y el caos han sido derrotados una vez y la visión del Evangelista lo profetiza, a pesar del sufrimiento, al final se encuentra el Triunfo.

Autor

José Papparelli