22/11/2024 07:42
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“Da pena ver cómo los partidos políticos se han olvidado de España y se dedican a la puñalada trapera y barriobajera”

 

LA noche del sábado día 27 Televisión Española nos deleitó (tal vez por equivocación) con una de las «grandes» del viejo cine del oeste: «Horizontes de grandeza», de William Wyler y Gregory Peck, Charlton Heston, Jean Simmons, Carol Baker y etc. Y digo por equivocación porque últimamente (y desgraciadamente) TVE no se destaca m por su buen gusto artístico ni por su sentido de la estética.

 

Naturalmente, no soy yo el más indicado para hacer la crítica de la película ni es esa mi intención… ¡que doctores tiene la iglesia!

 

Pero, sí voy a aprovechar el argumento de la misma para meditar, una vez más, sobre España. Porque, para mí, el guión de la cinta parece estar sacado de la realidad española… de ayer, de hoy y de siempre. Es decir, un viejo pleito de familias que se disputan el «poder» y el agua; dos viejos cascarrabias, tozudos, vengativos y dispuestos a no ceder ni el uno ni el otro; dos divos enfrentados por la educación y el medio ambiente en que se han criado; un romance lleno de espejismos… y el coro, que ni pincha ni corta y que se limita a llenar espacios muertos en aquellos «horizontes de grandeza».

 

Y al final la tragedia, que culmina con el enfrentamiento directo y personal de los dos personajes que en realidad se odian y se persiguen.

 

Todo muy parecido a lo que hoy está pasando en España.

 

Porque la verdad es que aquí, una vez despojado el muñeco de las apariencias, lo que está ocurriendo es que una vez más el pleito ancestral entre la izquierda revanchista y la derecha de los privilegios ha saltado a la palestra… y amenaza con llevarnos a todos al enfrentamiento armado. La izquierda porque ha creído llegada su hora de vengar «lo» de 1939 y la derecha porque, después de ceder en lo superfluo, ya se está viendo acorralada y en trance de tener que ceder en lo fundamental, o sea en sus privilegios. Y, de por medio, el afán protagonista de unos divos que sólo aspiran a ocupar el sillón de la fama o a manejar las llaves de la despensa del poder. Sin faltar, claro está, los ribetes de un romance a la española en el que todos tratan de engañarse a todos aunque sea en cama redonda. Luego, también, el pueblo. Es decir, un coro que no pinta nada para nadie, pero del que nadie puede prescindir a la hora de las urnas que sólo sirven para vestir el muñeco.

 

Pues bien, ¿por qué no resuelven sus odios y sus deseos de venganza como en la película? ¿Por qué la izquierda y la derecha no se enfrentan a solas y dejan al pueblo tranquilo?… ¿por qué los Felipes y los Adolfos, o los Leopoldos y los Pacos, o los Manolos y los Blases no se citan de madrugada, sin testigos, y se dan la paliza que en la película se pegan el Gregory Peck y el Charlton Heston?

 

¡Qué tranquila se quedaría España!

 

Pero, no. Estos no son los de la película, ni tienen la grandeza de esos «horizontes» infinitos del gran oeste. Estos son personajes de sainete, aunque estén llevando la situación al camino del drama primero y luego al de la tragedia. Estos lo único que desean es apoderarse del agua para hacerle la puñeta al vecino… ¡y así nos va!

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Porque la pura verdad es que, como dice el refrán, entre todos la mataron y ella sola se murió.

 

Y da pena. Da pena tener que ver lo que estamos viendo y saber que vamos a tener que ver lo que ya está en el horizonte.

 

Da pena ver cómo los partidos políticos se han olvidado de España y se dedican a la puñalada trapera y barriobajera. Da pena ver cómo los Gobiernos (estos y aquellos) pierden el tiempo en «pequeñeces» y dejan que el río se seque y que los campos se pudran por falta de agua. Da pena ver cómo lo que fue un sueño de Isabel y Femando y por lo que generaciones enteras de españoles han dado su vida (es decir, la sacrosanta unidad de la Patria) se viene abajo y se desintegra en ridículas partículas llenas de vanidad y de un orgullo que más se asemeja al orgullo de los tuertos en el país de los ciegos.

 

Pero, sobre todo, da pena ver el trato injusto y humillante que están dando a los hombres que, precisamente, tenían la obligación de velar porque el enemigo se mantuviera a distancia.

 

Me estoy refiriendo, claro está, al Ejército.

 

A ese Ejército que hoy se debate entre el tener que obedecer, por pura disciplina, a quienes públicamente manifiestan su aversión a todo lo que huela a España y/o servir fielmente a un sentimiento tan profundo como el del honor y el amor a la Patria y a la Bandera.

 

¡Naturalmente que lo del 23 de febrero fue algo serio y delicado!

 

Pero ¿es serio, está siendo serio, lo que ha venido después o lo que algunos quisieran, a toda costa, que viniese?

 

¿Es cierto que toda una clase política -incluidos Gobierno, Oposición, Instituciones Democráticas y prensa «libre e independiente»– cayeran en la trampa de lo del Banco Central de Barcelona y que nadie haya tenido la vergüenza de reconocer el error?

 

¿Es serio que todo un Ministerio del Interior -con el respaldo del Gobierno y el aplauso, eso sí, ya mosqueado de la Oposición- resbale como ha resbalado en el caso de la ya llamada «Galaxia 2» y no tenga el coraje de confesarlo públicamente?

 

Y, sobre todo, ¿es serio qué se detenga a dos muchachos, hijos de un ilustre jefe del Ejército, mientras no se demuestre lo contrario, y se les saque de sus domicilios ante la presencia de una madre impotente, sólo porque existen sospechas de su participación en una irreal confabulación de mayores?

 

No, señores. Nada de lo que aquí y ahora está pasando es serio; nada de lo que el Gobierno está haciendo es serio (y quien piense lo contrario que medite en este pacto secreto por el que Comisiones y UGT se han ganado 2.400 millones de pesetas).

 

Y lo digo con el corazón en la mano.

 

Si esta es la España que nos podía hacer la UCD y si en lo sucesivo vamos a tener que vivir los españoles pendientes de la arbitrariedad del ministro Rosón… aquí no queda otra salida que marcharse al extranjero o liarse la manta a la cabeza -y como Don Quijote- salir a los caminos a desfacer entuertos.

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No, señores del Gobierno y señores de la Oposición: ésta no fue la Reforma que hace unos años votamos ni es esta la España que queremos para nuestros hijos. Porque para morir lentamente, de vergüenza y asco, o para vivir entre el abuso de Poder y la arbitrariedad, más nos valía haber ido directamente al choque frontal con los herederos de los vencidos del 39 y haberlo resuelto todo -como entonces- en el campo de las armas y del honor. Sin máscaras, sin consensos, sin paliativos. Entre otras cosas porque los que hubiesen resultado victoriosos, al menos, habrían podido «vivir» y así, tal como vamos, y al paso que vamos, no vamos a poder vivir ni unos ni otros, ni estos ni aquellos.

 

¿Por qué?

 

¿Por qué tuvimos que caer otra vez en el caos del sistema de Partidos si ya sabíamos el resultado que ese sistema ha dado a lo largo de la Historia?

 

No, señor Rosón, usted no se puede escudar en la Ley Antiterrorista para sembrar el pánico entre la clase media española. Usted no se puede escudar en los días que esa Ley le permite para tranquilizar a los locos que le persiguen y mucho menos, quizá, incluso, para desquitarse de viejos temores o rencillas. Usted no puede llevar a un hogar español la angustia y el sobresalto sólo para hacer olvidar su pasado o porque esté en la fase de aspirar a un carnet de «demócrata de toda la vida».

 

Por eso le aconsejo que lea la biografía del ministro del Interior del Gobierno Kerensky y se adelante en el conocimiento de su propio futuro. Que por algo la Historia es la madre del saber humano.

 

Aquí lo que hace falta -como dijo muy claro Franco en aquellos días que andaba con la mano izquierda averiada- es que todos nos pongamos a trabajar y que no se pierda ni una sola gota de agua. Aquí lo que hace falta es que el «motor del cambio» reconozca su error y gire en redondo para volver al buen camino.

 

Lo demás se nos dará por añadidura.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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