22/11/2024 00:55
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Tres han sido los significados de esta fecha desde el origen de su celebración. El primero, el recuerdo. El segundo, la denuncia. Y el tercero, la resistencia. Hoy estos tres significados siguen manteniéndose en torno a esta fecha, que nuevamente honramos y celebramos. 

    Ahora bien, si el primer significado está presente en la mente de todos: el asesinato de José Antonio por la horda roja (comunistas, socialistas y anarquista) y el fallecimiento de Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios. Y el segundo lo denunciamos día sí y día también en nuestros medios de comunicación y en nuestros actos. Centrémonos en el tercero.

    Centrémonos en la resistencia que hoy hacemos a eso que dan en llamar “ley de Memoria Democrática”, aprobada por el gobierno del PSOE con el apoyo imprescindible de los comunistas, de la ETA y de los separatistas, que conculca derechos fundamentales como el de pensamiento y conciencia, expresión, manifestación y libertad de cátedra. Cuyo principal propósito es penalizar nuestras ideas, cerrar nuestros medios de comunicación, clausurar nuestras asociaciones y fundaciones, incluso llevarnos a la cárcel si nos atrevemos a manifestar de palabra o por escrito lo que sentimos, creemos y pensamos. Propósito último del nuevo Frente Popular que, como en el pasado, tensa la situación para provocar el enfrentamiento.   

    Dan, digo, en llamar ley, ocultando que la ley no es una serie de disposiciones con el propósito de eliminar física, moral o intelectualmente a una parte de la población, conculcando la verdad, la razón y la historia sobre una memoria selectiva y cainita. No. La ley es, como bien la definió Santo Tomás de Aquino, “la ordenación de la razón dirigida al bien común por quien tiene cuidado de la comunidad”. ¿Alguien puede ver en este bodrio ordenación de algo que no sea su propósito? ¿Se dirige al bien común, o más bien propicia el enfrentamiento? ¿Qué persona medianamente sensata considera que quienes han confeccionado este esperpento cuidan de la comunidad? Quienes así han procedido son gentuza, chusma de la peor calaña.

    Y en cuanto a su etiqueta, la etiqueten como la etiqueten, “histórica” o “democrática”, estamos ante una manera alternativa de abordar la realidad de los hechos que sucedieron, instaurando sobre ellos una mirada preñada de fantasías. Una mirada con gran capacidad de engaño que sólo es posible en una sociedad analfabeta (1) e indolente, como es, desgraciadamente, la sociedad española, cuya sinrazón no puede ocultar el chantaje a la verdad, el sentimiento cainita de seguir despreciando a los que asesinaron y el propósito revanchista de querer ganar una guerra que perdieron moral, cultural y militarmente… ¡Qué se jodan!, que diría un castizo.   

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    Y además de todo lo dicho, parten de un imposible porque la “memoria histórica” no existe como tal, siendo una contradictio in terminis por ser incompatibles con la idea de la verdad objetiva. Precisión que hace ver Stanley G. Payne: “Hablando con propiedad, tal cosa (la memoria histórica) no existe. La memoria no es ni colectiva ni histórica, sino intrínsecamente personal, individual y, por tanto, subjetiva. En este sentido, la Historia es un campo para el estudio erudito cuyo objetivo es ser lo más objetivo posible, lo que suele derivar en inevitables conflictos entre esta y la memoria”.

    Hablamos de un esperpento hasta para los mismos antifranquistas que la califican de “aberración política”, ya que, al extenderse la revisión de los hechos que denuncian e imputan hasta 1983, en cualquier momento -como bien precisa Luis Mari Ansón (Pedro Sánchez se venga de Felipe González, La Razón, 18 de octubre de 2022)- “se pueden lanzar acusaciones por violación de derechos humanos contra Felipe González”. Aunque sean sustentadas por los asesinos de ETA.   

    Ante este propósito, que además quiere declarar como victimas a asesinos convictos y confesos, como es el caso de Julián Grimau o las Trece Rosas… ¿Qué podemos decir? Pues no otra cosa, que seguir oponiendo resistencia con todos los medios a nuestro alcance hasta ver de concitar el apoyo necesaria para implantar la fuerza de la razón.

   Y esto, que es lo que nos corresponde hacer, sin olvidarnos de algo fundamental, lo que nos dejó dicho Franco en su Testamento, que es la razón de ser de todo el destrozó que se le ha hecho a España, y por lo que tenemos que seguir luchando con un compromiso serio y comprometido…

    “No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria”.

    ¿Qué gobernante ha hablado a su pueblo de esta manera? Lo que visto con la perspectiva que da el tiempo nos hace comprender, con toda exactitud, la sabiduría de este hombre providencial, vilipendiado y no defendido, artífice fundamental de la Victoria contra el propósito de la anti-España según las directrices de Lenin: “A Europa hay que tomarla por detrás, por la Península Ibérica”, y Estadista de la Paz y Prosperidad de España, que supo entender que construir sin Dios, sin Patria y sin Justicia es la mayor de las quimeras.

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    Y junto a este consejo, el último deseo de José Antonio, que lejos de dividir, nos hace comprender la tragedia del enfrentamiento entre compatriotas… “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”.

    

Uno de los datos más destacados del informe “Panorama 2022. Indicadores de la OCDE” señala que el 28% de los españoles de 25 a 34 años no tiene título de segunda etapa de educación secundaria, lo que representa el doble de la media de los países de la UE.

    

Autor

Pablo Gasco de la Rocha