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No hay nada secreto que permanezca oculto siempre. Ni mucho menos lo que siempre fue un secreto a voces: la corrupción material de Juan Carlos I; la moral ni siquiera fue secreta.

Que el emérito se va a sentar en el banquillo, como su yerno –“Yo sólo hice lo que vi”, Urdangarín dixit–, sólo lo dudan los ingenuos; la ingenuidad o idiotez generalizada, que son sinónimos, es la peor de nuestras pandemias. De la picota sólo le puede salvar la Parca; que no parece que le ande muy lejos, por cierto.

Los problemas de tan augusto suceso, que tampoco será del otro mundo, pues cosas más fuertes se han visto, son los siguientes:

Quienes le van a sentar en el banquillo son la anti-España, es decir, la extrema izquierda (la izquierda “española” es toda ella y siempre extrema, sea socialista o comunista), junto con sus sempiternos socios los secesionistas de toda ralea. Eso supondrá para ellos el logro del segundo gran objetivo del proceso revolucionario iniciado hace ya algo más de medio siglo –¡cómo pasa el tiempo!–; el primero fue la demonización de la etapa de gobierno del Caudillo en todos los órdenes, hace mucho conseguido. Con ambos alcanzados, la Monarquía penderá de un leve empujón.

Quienes intenten impedir que al emérito le llegue su merecido San Martín, quedarán en evidencia porque no tendrán razones para ello dada la contundencia de las pruebas; además, “Juanito” no ha cumplido con ninguna de sus obligaciones, ni hecho frente jamás a sus responsabilidades, vació la monarquía, vinculó de manera suicida su existencia al favor de sus enemigos seculares, buscó sólo apuntalar su chiringuito y tomó a España por cortijo en propiedad que subastó por piezas según la necesidad. PP, C,s y VOX, que ahora alardean, no tienen lo que habrá que tener cuando llegue el momento, o sea, ni razones ni agallas; el PSOE, que ahora parece defenderle sabrá qué y cómo hacer para que ni siquiera quede rastro de que lo haya parecido.

Las instituciones, principalmente las FF.AA., que ahora hacen alarde de fidelidad a la Corona, carecerán de ella por dos motivos: uno, porque si no están dando la cara por la unidad, integridad, soberanía, independencia y dignidad de España, ni por su ordenamiento constitucional, cómo la van a dar por el emérito, por Felipe VI o por Dña. Leonor (cuya carita borbónica, además, nada bueno permite aventurar); dos, porque la división interna, la falta de disciplina, el adocenamiento y la confusión e inconsistencia que les corroe, unido a la falta de respaldo popular, se lo impedirá.

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En cuanto al pueblo español, tiene acendrada tradición de acostarse monárquico y levantarse republicano, o franquista y después constitucionalista, por lo que volverá a hacerlo sin pestañear.

¿Y España, que es lo que importa? Cuando la monarquía deje el hueco libre, lo ocupará una república; nada malo hay en ello, en principio, porque ya hemos visto para qué ha servido la monarquía una vez más, así como porque los regímenes no son ni buenos ni malos por ellos mismos, sino por lo bien o mal de cómo se ejercen. El problema es que la república será peor que la monarquía porque será marxista-leninista y bolivariana, confederada por 17 repúblicas de taifas, totalitaria en sus partes y en su todo, plena de mediocridad, inmoral, policíaca, injusta, ruinosa y disolvente de España por mucho tiempo, y no una república española, nacional.

A esto nos ha abocado Juan Carlos I, ahora nominado para ocupar un lugar distinguido en Soto del Real. Aunque la verdad es que la culpa la tenemos todos nosotros por no aprender en cabeza ni de nuestros antepasados ni en la propia.

Autor

Francisco Bendala Ayuso