27/09/2024 16:28
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El feminismo afirma, en un ejercicio más de supremacía sobre el varón que: “si las mujeres gobernaran el mundo, este iría mejor”

Permítanme recordarles señores – hay hombres feministas – y señoras feministas algunos gobiernos presididos por mujeres y que han sido y son un desastre: Cristina Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, Theresa May en Inglaterra e incluso Ángela Merkel en Alemania que últimamente está como un pato cojo.

La ingeniería social es un método empleado para manipular la vida de una sociedad y para controlar y modificar la vida de los ciudadanos mediante la influencia en las actitudes, relaciones, hábitos, conductas, acciones y estilos de vida de la población. Así le hacen creer que lo bueno para esa sociedad es lo que los ingenieros sociales están diseñando, no para el bien de las gentes, sino para el beneficio de unos pocos. Pretenden diseñar al ser humano como si de un nuevo modelo de coche se tratara y, a través de él, a toda la sociedad forzándola en la dirección que a ellos les interesa. A lo largo de la historia se han producido hechos de ingeniería social en diversos países con resultados a veces catastróficos cuyo ejemplo más conocido fue la irrupción del nazismo en Alemania. Cuatro premisas son necesarias para la implantación de una ingeniería social: el poderío económico de quienes quieren implantarla, el diseño de los ingenieros sociales al servicio de este poderío, los políticos empleados como hombres de paja y los medios de comunicación entregados al poder. Uno debe preguntarse: ¿se están conjugando estas cuatro premisas en los movimientos feministas que hoy invaden nuestro mundo occidental?

Una de las paradojas que este feminismo radical y supremacista presenta, es que el hombre – blanco fundamental de esta nueva doctrina sectaria – atacado inmisericorde por ella, no solo participa sumisamente en un ejercicio de estupidez supina, sino que la alienta dando alas a quienes quieren reducirlo a un mero espectador en todos los órdenes de la vida. No solo existe esta paradoja, hay otra que afecta a las mujeres, que consiste en hacerlas creer que así son más libres cuando en realidad pierden su libertad como mujeres e incluso como personas al entregarse al grupo perdiendo su individualidad, a las consignas sacrosantas del movimiento que, es obvio, funciona como una secta. Según esto uno puede preguntarse ¿entonces a quién beneficia esta nueva ingeniería social llamada feminismo? Pero esta pregunta demuestra lo ingenuos que pueden llegar a ser los ciudadanos. Hagamos otra pregunta: ¿A quién han favorecido todos los movimientos, todas las ideologías de cualquier signo a lo largo de la historia de la humanidad? A quienes, mediante la implantación de esos movimientos e ideologías, obtenían beneficios y privilegios; a los que están ocultos detrás de ellos. Siempre ha sido así, siempre lo será. Servirse de colectivos de población para pastorearlos y llevarlos al redil de sus intereses inconfesables. Ahora les ha tocado a las mujeres que, ingenuamente creen, que haciendo el trabajo sucio a quienes quieren establecer nuevos códigos en la sociedad, serán libres. Nada más lejos de la realidad; cuando hayan conseguido el objetivo tiraran a quienes usaron y utilizaron para conseguirlo, es decir, a las mujeres que ingenuamente creyeron en un feminismo que servía a los intereses de los que sacaban beneficio, no a los intereses – puede que legítimos – de las mujeres. A las mujeres se les dice con nuevos códigos sociales y nuevas palabras que me recuerdan la “neolengua” de la novela de George Orwell, 1984 que, si trabajan duro y radicalmente en nombre del “feminismo”, y consiguen arrinconar al hombre, esta forma de actuar y de vivir las hará libres. Nada más falso.

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REDACCIÓN