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Dicen que todo lo hacen para evitar la expansión del coronavirus. Sánchez pretendía que fueran seis meses con lo que eludiría el control parlamentario durante todo ese tiempo. Esto huele a caudillismo, negligencia y vagancia. “Yo soy el presidente y se hará como yo diga”, llegó a decir. Y sus palmeros aplaudiendo con las orejas cual parásitos amparados y sin criterio.
Parece como si se hubieran puesto de moda los clanes de falsarios, parásitos, mentirosos, hipócritas, traidores y conspiradores. Fíjense en las fotos de la “fiestorra” de EL ESPAÑOL donde insensatos e irresponsables políticos quedaron expuestos ante los ojos de todo el que quiera ver. Tanto “burdégano” no puede estar estresado como para acudir a una fiesta saltándose todas las medidas de seguridad. Sin duda, el estrés nunca puede ser debido al trabajo realizado para sacar el país adelante. De ello doy fe porque lo compruebo a diario.
El presidente, Pedro Sánchez, se libra de las protestas que el pueblo pueda hacer visibles. Cobardía y desprecio lo llaman en mi tierra. Durante meses no podrá moverse ni un alfiler y menos aún organizar una manifestación ante la incompetencia que el Gobierno muestra a diario. Tampoco podrán protestar los miles de trabajadores que aún no han cobrado ERTE desde marzo o que no han podido gestionar el paro porque la Seguridad Social sigue desaparecida en pandemia.
Al más mínimo atisbo de tinte ‘bolivariano’ habrá más que palabras, sobre todo si se saltan la ley. Debe pensar el Gobierno que la ciudadanía no recuerda las bravuconadas de Iván Redondo y sus engaños con los informes de la OMS, secundado por el servil sectarismo y la falta de profesionalismo del jefe de prensa, M. A. Oliver, Secretario de Estado de Comunicación del presidente: el mismo mamporrero que dictatorialmente decidía en las comparecencias rutinarias quién hablaba y qué medio podía intervenir. Hemos presenciado atropellos así en un intento de cercenar la libertad de expresión, derecho que históricamente se pierde cuando la izquierda accede al poder.
Ahora mismo tenemos el caos encima. Cada comunidad empieza a ser un mundo y la afectación de la pandemia acabará ridiculizando a todas, como antes hizo estruendoso ridículo el Gobierno: siguen sin pone los medios adecuados y solo miran al ciudadano como culpable; no se hubiera llegado aquí si se hubieran puesto los medios a tiempo y no se hubiera optado por innecesarios recortes. Lo que el Gobierno llamaba “ahorro” tan solo se puede calificar de “despilfarro e inútil planificación”.
Expertos constitucionalistas ya han advertido al presidente sobre la ilegalidad de algunas de las medidas del nuevo estado de alarma. En 48 horas se ha dado marcha atrás: así es la imagen de un Gobierno de ineptos sin sentido común. Siguen insistiendo en las mismas medidas y las cargan sobre el ciudadano de a pie, a la vez que vemos cómo los políticos de mofan en diversidad de ocasiones y aparecen sin medidas de protección; precisamente las mismas que ellos legislan.
Los expertos coinciden en que prorrogar automáticamente el estado de alarma durante meses atenta contra nuestra Carta Magna, al igual que es contraria a otras cuestiones como el cierre de fronteras de las comunidades autónomas. Estamos ante un claro conflicto de competencias y un atropello a los derechos fundamentales de las personas. Al parecer es precisa una ley específica.
Hace unos días comentábamos que los tribunales Superiores de Justicia habían advertido de la existencia de un vacío legal en el ordenamiento español. Se hace imprescindible articular una ley orgánica que dé respuesta a situaciones como la de esta pandemia. La prórroga de este estado de alarma de Sánchez es una brutalidad que dañará considerablemente a la economía.
El Gobierno sigue fuera de juego y sin dar la talla, por eso la Unión Europea se resiste a dar dinero a España de cuyo uso no se fía. Ni siquiera tenemos una agencia capaz de distribuir ese dinero en función de los proyectos que se aprueben. Sánchez miente a las comunidades autónomas, al igual que miente a diario a la ciudadanía española. El narcisismo lleva integrada esa actitud de desorden personal, sobre todo cuando el gallo se siente amenazado en su corral.
Está empeñado el presidente en dar de lado al Parlamento español. Le asusta dar cuentas cada 15 días. Pretende que sea Salvador Illa, ministro de Sanidad, que dé la cara, a sabiendas de que se la van a partir. Él, mientras tanto, seguirá tirándose a la Bartola. Al tiempo.
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