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La masacre islamista en Europa no cesa, y se basa en degollamientos, ataques a templos católicos y en la debilidad manifiesta de las autoridades políticas occidentales pegadas a la “sociedad multicultural”. El último atentado por degollamiento ha sido perpetrado en una Iglesia de Niza por parte de un “refugiado” de origen tunecino. 

Los “refugiados” entraron en masa a Europa a partir de 2015 bendecidos por Angela Merkel cuando la canciller llamó a millones de africanos hacia suelo europeo asistida por el mediático “Welcome refugees” promocionado por la izquierda. Por su parte, el presidente francés Macron afirmó, en 2017, que acoger refugiados es un “honor” para Francia y un “deber moral y político”.  En una alocución con subtítulos en inglés y árabe el 31 de diciembre de 2015 Angela Merkel, que terminó el año con 1,1 millones de “refugiados” en suelo alemán, llamó a la “solidaridad” del pueblo y a no seguir a quiénes “tienen el corazón lleno de odio” en referencia a las manifestaciones antiislamistas de movimientos patriotas como Pegida.

El presidente francés Macron, dibujado por los medios occidentales como una especie de campeón en las políticas más duras contra la inmigración ilegal, ha llevado a su país al aumento del peligro terrorista. El elevado número de islamistas radicales fichados en suelo francés y no expulsados, así como los delictuosos barrios parisinos donde impera la “Sharia” o ley islámica del terror, funcionan a pleno gas ante una población atemorizada. Las repatriaciones masivas que Macron prometió en 2018 no se llevaron a cabo y las rutas migratorias hacia Francia han continuado. Se desmantelaron algunos campamentos de inmigrantes ilegales, como el de Calais, pero luego esos ilegales fueron dispersados hacia Paris y otros puntos del país agigantando el problema social. Las cortinas de humo de Macron simulando atajar el problema han intentado contrarrestar el ascenso social cada vez mayor del discurso de Marine Le Pen.

La pusilanimidad de Macron para combatir la inmigración ilegal se está viendo cuando Francia se enfrenta a los últimos atentados islamistas perpetrados por inmigrantes con antecedentes penales; por “ refugiados”- de esos de ninguna guerra-; o por islamistas radicales fichados por la policía que no fueron detenidos ni expulsados.

El nuevo ataque islamista se produjo el pasado jueves, sobre las nueve de la mañana, cuando un joven entró en la iglesia de Notre-Dame de Niza y degolló a una mujer, que quedó decapitada. Otra mujer y un hombre murieron y varias personas resultaron heridas.

El ataque se produce semanas después de otra decapitación, la del profesor Samuel Paty, asesinado tras mostrar en el aula unas caricaturas de Mahoma en una clase sobre la libertad de expresión…

El decapitador de la Iglesia de Notre Dame en Niza fue detenido por la policía y trasladado a un hospital herido de bala. Se le oyó gritar “Alá es grande”. El joven de 21 años, de nacionalidad tunecina, había entrado a Francia pocos días antes, y llegó a Italia hace un mes. Llevaba un documento que le entregó la Cruz Roja  y que le tildaba como “refugiado” tras descender de una embarcación de inmigrantes en Lampedusa, el 20 de septiembre.
 
Su nombre es Brahim Aouissaoui  y llegó a Lampedusa el 20 de septiembre. Después de cumplir una cuarentena por el Covid, y con total libertad de movimientos y sin sufrir detención ni control policial, el hombre se trasladó a Bari el 9 de octubre y después desapareció. Las fuerzas de seguridad francesas encontraron su rastro el 29 de octubre en la estación de tren de Niza, donde se cambió la chaqueta y los zapatos; no lo detuvieron para internarlo y posteriormente deportarlo, pues las escandalosas garantías de asilo y asistencia a “refugiados” impiden iniciar un procedimiento inmediato de expulsión. Así pues Brahim salió de la estación a las 8.13 am y se dirigió hacia la calle donde se encuentra la iglesia. A las 9 mató a tres personas.

El terrorista entró en Europa con libertad, campó a sus anchas y aniquiló vidas humanas con absoluta impunidad hasta el momento del crimen.

El terrorismo islámico está incubado en la sien de Europa y extirparlo no figura entre las prioridades de Merkel, Macron o Pedro Sánchez. Cuando el terrorismo es ejercido por una organización, la sociedad puede defenderse a través de las fuerzas de seguridad del Estado: basta con investigar, detener y desarticular la red.  Cuando el terrorismo es ejercido por centenares de individuos  foráneos acogidos en el seno de sociedades tildadas de “diversas” y “tolerantes” y sus acciones sanguinarias son consecuencia de las enseñanzas de sus creencias religiosas, el éxito del terrorismo islámico está asegurado. Los terroristas son conscientes de que una vez sean abatidos por la policía o se inmolen resucitarán en el “paraíso de Alá” donde recibirá cuarenta palacios, con cuarenta harenes y vivirán eternamente.  

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Cuando fue asesinado el profesor Samuel Paty tras enseñar las caricaturas de Mahoma,  muchos pensaron que este profesor podía ser un malvado “supremacista”, un afín al Frente Nacional de Le Pen o un terrible “islamófobo”. 

Sin embargo, el profesor Paty era lo más parecido a un progre de “centro”, de esos que creen en la sociedad del diálogo multirracial y en la bondad suprema de la convivencia entre diferentes. Su progresía le llevó a que, antes de iniciar una clase donde iba a enseñar caricaturas sobre Mahoma para explicar la libertad de expresión, invitara a los alumnos que se pudiesen sentir “ofendidos” a abandonar el aula. Una de las alumnas que se quedó en la clase se la tenía jurada al profesor, pues había publicado vídeos en redes sociales insultando al profesor y ofreciendo datos personales de él. Esta chica informó a los islamistas.

Abdelhakim Sefraouni, presidente del “Consejo de Imanes de Francia”, se unió al padre de esa alumna para protestar ante el director del instituto donde trabajaba Paty y emitió una condena en redes sociales contra el profesor señalando como enemigo del islam. Ya sabemos cómo terminó todo. El asesino de Paty, un checheno nacido en Rusia, tenía su historial penal limpio y no existían datos de radicalismo islámico sobre él.

Sefraouni es un alto cargo religioso que amenazó y animó al asesinato de un “infiel”. Llevaba quince años siendo investigado por la policía como islamista radical tras promover continuamente actos violentos, pero nunca fue detenido ni deportado. Ha tenido que suceder un degollamiento para que él, junto al asesino –un “refugiado” checheno- y otras personas cómplices del crimen, sean detenidos.

Paty no tenía ni idea de cómo se las gasta el mundo islamista al profesar su querencia en un “islam bueno” e integrado y en una sociedad tolerante. En fomentar esta imagen idílica del credo islamista, durante 50 años han influido los medios de comunicación en Francia, pues han mostrado a islamistas moderados que proclaman respeto por los derechos humanos y las leyes, de modo que los liberales y progres bienpensantes se tragan que hay una religión sólo repleta de paz y respetuosa con la libertad de expresión. Los hechos demuestran lo contrario.

En los últimos tres años más de 200 iglesias han sido calcinadas en Francia, entre las que se encuentran Notre Dame de París y la catedral de Nantes. Y en los últimos cinco años han sido asesinados en Francia 259 personas por terroristas islamistas. La mayoría de estos criminales son “refugiados” o estaban fichados por ser islamistas radicalizados, pero jamás sufrieron el necesario control policial ni la expulsión.

El asesino de Samuel Paty era un “refugiado” checheno con antecedentes por pequeños robos y delitos comunes. Una hermana suya se había unido al Daesh en 2014 y estaba en busca y captura. Y con estos datos y antecedentes personales y familiares, ¿por qué no lo expulsaron las autoridades francesas?  

El ministro del interior francés anunció, después del asesinato de Paty, la expulsión de 231 extranjeros ilegales en Francia y fichados por “radicalización islamista”. 180 de ellos están en la cárcel. ¿Por qué esta medida no se realizó antes? ¿Por qué Macron reacciona tarde y mal contra un problema que él creó cuando se alineó con Merkel para condenar, en las instituciones europeas, a Viktor Orban en Hungría, Salvini en Italia o a Duda en Polonia acusándoles de populistas por sus políticas de control fronterizo?  ¿Por qué Macron mantiene las costuras de la política “Welcome refugees” de asilo y beneficios sociales mientras juega al despiste anunciado deportaciones que luego no acomete o se quedan en una nimiedad? ¿Cuántos asesinatos como el de Paty o el de la Iglesia de Niza harán falta para entender que “refugiado” o inmigrante ilegal musulmán significan muchas veces “radicalismo terrorista”?

El islamismo es la creencia religiosa más diferente y diferenciable pues es la única por la que alguien hoy está dispuesto a inmolarse a y a matar al infiel. Ello la convierte en un peligro evidente y manifiesto que no supone ninguna otra religión de las presentes en Europa. Lo deseable sería que la propagación del islamismo se controlase, pero en vez de eso, se instituye en las aulas como religión oficial en casi toda Europa occidental. En Cataluña ya se dan clases de religión islámica en ocho centros. En la misma Cataluña donde, el 17 de agosto de 2017 unos islamistas arrasaron Las Ramblas para matar a 16 personas. Europa se avecina a una guerra racial, religiosa y social en torno a una creencia que posee más de 50 millones de inmigrantes musulmanes en su suelo a los que hay que añadir a las nuevas generaciones de nacionalizados en países como Francia.

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La invasión demográfica musulmana que vive Europa pivota en torno a que el 80 por cien de musulmanes viven pegados al subsidio y a que su natalidad, precisamente por ello, duplica a la de los europeos autóctonos. La invasión no está motivada sólo por el “efecto llamada” del Estado de bienestar, la sanidad o los subsidios. Obedece también a una motivación religiosa, teológica y existencial de un credo fundado en la revancha histórica y la guerra expansionista.

El presidente de Turquía, el islamista Erdogan, ya ha declarado la guerra a Europa ante las palabras de Macron defendiendo la libertad de expresión. La amenaza turca no es nueva. Siempre estuvo ahí. El líder turco dijo a los musulmanes, hace unos años: “Sois el futuro de Europa. Tened cinco hijos, no tres”

El pasado 11 de julio Erdogan declaró: “la resurrección de Santa Sofía como mezquita tiene valor para todo el mundo musulmán, de Bujara a Andalucia en España”.

Erdogan no ha sido el único líder islamista de referencia en patrocinar el proceso expansionista y colonizador para destruir Europa y someterla. Otros también lo hicieron:

El expresidente de Argelia, Huari Bumedian dijo en un famoso discurso pronunciado en 1.974 ante la Asamblea de la ONU: «Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”.

El líder libio Muammar el Gadafi dirá posteriormente:
«Hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sobre Europa sin espadas, sin pistolas, sin conquistas. No necesitamos terroristas, no necesitamos suicidas, los más de 50 millones de musulmanes en Europa la convertirán en un continente musulmán en pocas décadas».

La izquierda española y sus homólogos europeos desean proseguir con la invasión islamista pues en el frenesí marxista cultural de su discurso ha sustituido al obrero autóctono, al que considera heteropatriarcal y racista, por los inmigrantes musulmanes a los que erige en “nuevo proletariado” que los ayudará a abatir los pilares del Estado nación, de la identidad cultural y del cristianismo.

Europa debería blindarse ya ante una amenaza que la lleva a la guerra interna y a la implosión cultural, pues ha dejado pasar el tiempo en medio de una vergonzosa debilidad política y moral. El islamismo debería ser considerado como una religión diferente a cualquier otra pues no sólo posee principios doctrinales, sino derivaciones hacia la violencia. Europa debería cerrar sus fronteras a la inmigración procedente de países islámicos. La difusión de libros del Corán, si portan proclamas violentas, debería prohibirse. Debería procederse a la vigilancia de los focos sociales de especial trascendencia islamista, así como a la expulsión de imanes radicales y a la prohibición de nuevas mezquitas vigilando aquellas construidas con capital de países islámicos.

Los partidos de la “nueva derecha” social patriota ya han asumido propuestas en esta línea y destinadas a contener y limitar la invasión islamista y a proteger a Europa fuera de los consensos buenistas de los Macron, Merkel o Sánchez que nada harán contra la convulsa situación que sus partidos políticos han creado durante décadas. La línea política contra la sociedad multicultural y sus riesgos adoptada por Viktor Orban en Hungría, Duda en Polonia, Le Pen, Salvini o Santiago Abascal, es la correcta. Debe ser perseverada y aumentada para evitar la perspectiva de la guerra religiosa, étnica y social que será inevitable en Europa de seguir las principales naciones occidentales de nuestro continente en las débiles y funestas manos de gobernantes globalistas que deben ser derribados para bien de un Occidente que debe alzar Cruces, revitalizar Iglesias y levantar fronteras; nos va la vida en ello hoy más que nunca.

 

Autor

Jose Miguel Pérez