20/09/2024 16:20
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En la reciente campaña electoral a la Comunidad de Madrid el cartel del partido VOX en el que aparecen junto a una mujer de la tercera edad un menor no acompañado, los llamados MENA, de aspecto violento, ha dado lugar a las más severas críticas y aunque no se ha apreciado delito por la fiscalía, es cierto que la exhibición en un cartel lleva implícito, se quiera o no, la generalización de lo representado en la imagen, con lo que mueve a pensar que todos los MENAS, en mayor o menor grado, son delincuentes. Y no todos lo son. Apenas se han producido en los medios de comunicación voces en defensa de la presunción de inocencia, pero ya se sabe que estas ponderaciones no suelen entrar en la vorágine de la discusión política.

         La discusión se ha centrado en lo que se debe hacer con los MENAS. Unos se inclinan en defender la tutela con cargo a los presupuestos públicos, mientras que otros se inclinan por reintegrarlos a sus padres hasta la mayoría de edad.

         El problema existe y para tratarlo a fondo hay que partir de que el ser humano, por su limitación, necesita relacionarse, necesita compañía. Esto lo puede haber experimentado cualquier persona que haya pasado por una situación de riesgo o peligrosa, como puede ser encontrarse perdido o aislado en una montaña, o en una ciudad extranjera sin conocer el idioma, y hasta el paladín de la soledad, Robinson Crusoe encuentra descanso al encontrar a “Viernes” con el que establece una relación, una compañía.

         Los MENAS, no están acompañados, por definición, y como tienen necesidad de compañía la buscan y la encuentran en lo que desde siempre se llama la “pandilla”, grupo en el que se establece de forma natural el liderazgo y una cierta jerarquización vinculante que bajo la apariencia de atreverse con todo, produce una vinculación que implica tanto la falta de libertad como el sometimiento al líder. Cualquiera que haya visto la película West Side Story, sabe de qué estoy hablando.

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         La realidad de la vida nos informa de que todas las personas alcanzan la madurez sexual unos diez años antes de alcanzar la madurez psicológica, lo que da lugar a vivir en el filo de la navaja, en un ambiente desarraigado de menores desvinculados de su entrono familiar y cultural, que viven inmersos en una gran urbe lo que  da lugar a situaciones agresivas para con los más débiles, vinculaciones con la droga, con la pérdida de libertad que esta dependencia supone, y enfrentamientos con otras bandas rivales dado el atractivo juvenil por violencia e incluso la sangre.

         Parece pues que la agrupación de MENAS en centros donde se condiciona la búsqueda de la necesaria compañía al interior del centro, supone un gran riesgo para el menor que no vive correctamente acompañado durante unos años de formación de la personalidad en los ámbitos del amor, de la profesión y de ese ámbito cultural, años en los que se va desarrollando el despertar al vivir ejerciendo la libertad que le proporcionan los tiempos de ocio en el entorno cultural en el que se mueva.

         La actual tutela ejercida por el sector público, vía dotación presupuestaria, viene sostenida por una mentalidad, públicamente expresada, con la frase “los hijos no son de los padres”, que puede ser interpretado de dos formas. Si se entiende como critica del concepto de “posesión de los hijos” como se poseen los bienes,  y lo que por el contrario se defiende es que el hijo debe ser tratado con arreglo a lo que implica el concepto latino “edúcere”, entonces lo que la frase dice, es correcto. Si lo que se pretende es separar a los hijos de los padres, rompiendo una vinculación tan esencial y natural, la frase supone una aberración antinatural. Basta con haber visto de cerca las vivencias de padres con un hijo enfermo o de aquellos a los que se les haya muerto uno, para darse cuenta de que, patologías aparte, no hay nada en este mundo, por apoyo social que tenga, que legitime el  separar a los hijos de sus padres. La compañía que buscan los menores debe partir de la compañía básica de los padres naturales, de adopción o familias en acogida, para posteriormente ir abriéndose a las relaciones que la vida les vaya presentando.

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         Mirando el problema educativo con perspectiva social, la compañía puede encontrarse en aquellos  ámbitos en los que  se valore a la persona y que resulten complementarios del hogar familiar y esto se puede encontrar en una escuela, colegio o instituto, en una Parroquia, en un club deportivo, en el ejército o en cualquier otra organización que mire al menor con la conciencia del valor insustituible que tiene como persona.

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REDACCIÓN