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“Del Señor son los pilares de la tierra y sobre ellos afianza su orbe”

(1 Sam 2, 8)

Como se reconoce mayoritariamente, ningún otro pueblo está tan totalmente identificado por su historia y cultura con el catolicismo como España. Esta identidad especial se deriva no tanto de los primeros siglos de la experiencia cristiana en la península, absolutamente extraordinaria, cuanto por el gran fenómeno histórico español unido indisociablemente a la fe católica. Siendo así, que la catolicidad es anterior al Estado. 

    Partiendo de este reconocimiento digamos en primer lugar, que la catolicidad es el elemento catalizador de la nación española hasta el punto de que la idea de Patria surge precisamente para defender esa fe frente a la invasión sarracena ocurrida en el año 711. Y es, al mismo tiempo, la piedra angular que hará posible la reunificación de los diferentes pueblos de la Península en la definitiva reunificación de España. Trayectoria de fe e historia que continúa como hito diacrónico en defensa de la Patria, tanto en la Invasión Napoleónica, en las Guerras Carlistas como en la Cruzada de   1936-39.

    Ahora bien, dicho esto, aclaremos para no FORMADOS NI INFORMADOS que la confesionalidad católica del Estado no implica una confusión de poderes de lo religioso y lo secular. No se trata, pues, de que los obispos se cuiden del orden público y los delegados gubernamentales dirijan ejercicios espirituales. Ni tampoco equivale a la supeditación del poder político al clerical, ni viceversa. No conlleva, en absoluto, la creación de una Iglesia Nacional. Ni tipificación penal o administrativamente contra los fieles de otras religiones, salvo, naturalmente, que alguna fuera contraria a los intereses nacionales a favor de un país extranjero (religión musulmana), o sus actos fueran delictivos (religión musulmana).

    El Estado confesional católico se caracteriza en que la legislación, en todos los ámbitos y escalas, se muestra de acuerdo con la Religión católica, la históricamente relevante, que hace surgir el orden político cristiano, cuyo fundamente es que la moralidad de sus actos se define por la relación de la libertad con el auténtico bien, que consiste en la ley eterna establecida por la Sabiduría de Dios. Una ley que es, al mismo tiempo, natural, en cuanto resulta comprensible mediante la razón humana, y divina, puesto que se manifiesta a través de la revelación sobrenatural.  De aquí surge una clara invitación a defender la rectitud de la conciencia humana para que viva en ESA VERDAD. De lo contrario, lo que hace el hombre es construir a su imagen y semejanza… “¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos trazan planes vanos?” (Sal 2, 1).

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    De esta forma, la Soberanía Social que corresponde a Jesucristo por Derecho Divino sobre todos los pueblos y naciones, es traspasada a la razón como Magisterio Humano a nivel Universal. De lo que surge la concepción laica del orden político en el que Dios queda recluido en el seno interno de la conciencia personal. Y es que el Estado laico es ateo, y en la mayoría de los casos declaradamente beligerante contra la fe cristiana.  

    Este panorama que contemplamos a escala Universal evoca la visión de San  Agustín sobre las dos ciudades: la Ciudad de Dios constituida por los que aman al Señor hasta el desprecio de sí mismos, y la Ciudad de los hombres, constituida por los que se aman a sí mismos hasta el deprecio de Dios. Y es que la política no tiene más que dos enfoques: o es Teocéntrica, y pone en Dios el fundamento del derecho, o es Antropocéntrica y coloca dicho fundamento en el hombre. O como dijo nuestro gran Vázquez de Mella… “O Teología o Zoología”. Hacia Dios o hacia el polvo. Volar o arrastrarse.

    En el primer caso tendremos el Derecho Político Cristiano, que por ser el verdadero es único, como única es la Verdad, en el segundo caso tendremos el desorden político anticristiano, que por ser falso es múltiple, como múltiples son sus doctrinas y sus sistemas, como múltiple es el error.

    Aquí nos encontramos ante la gran cuestión de la política… Santo Tomás nos da la solución. Prima Secundae 21-4 de la Suma Teológica: “El hombre no se ordena a la comunidad política según todo su ser y todas las cosas que le pertenecen, y por eso no es necesario que todos sus actos sean meritorios o no respecto de la sociedad”.

    De este argumento se desprende que la Monarquía española tiene que ser católica. Católica, porque el Rey no ocupará el lugar de Dios, ni será divinizado. El Rey será un hombre como los demás y su deber será servir al pueblo en paz y justicia. Cumplirá la Ley de Dios, al igual que todos.  

    Ahora demos algunos ejemplos de cómo se defiende la religión como sustrato histórico-cultural en algunos países europeos.

    Gran Bretaña es un Estado confesional, cuya religión de Estado es el anglicanismo, cuyo Rey o Reina es el jefe de esta Iglesia y tiene la potestad de nombrar obispos y el estado protege a la Iglesia Anglicana.

    Suecia, Dinamarca y Finlandia. Son confesionalmente luteranas. Y aunque Suecia ha abandonó legalmente la confesionalidad luterana el año 2017, el Rey tiene que profesar dicha religión, y el Estado mantiene los privilegios a esta confesión cristiana dentro del país. Por  lo que respecta a Dinamarca es un estado protestante luterano Evangélico, donde el Rey ha de profesar esa religión.

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    Grecia. Aunque la Constitución contempla la separación Iglesia-Estado, en realidad el Estado solo protege a la Iglesia ortodoxa. En Grecia queda prohibido el proselitismo y la objeción de conciencia.

    Irlanda (apoya a las dos confesiones principales, católica y protestante).

    Holanda, Bélgica y Luxemburgo, con régimen de separación pero favoreciendo más a los protestantes (Holanda) o a los católicos (Bélgica y Luxemburgo).

    Por lo que respecta a España, el objetivo no es otro que el modelo francés, el Estado laicista. A lo que ayuda nuestra Monarquía, donde la esposa de Felipe VI es agnóstica, o declaradamente atea. Justo como nos la definieron cuando supimos que era una mujer divorciada, republicana y de izquierdas, que contra la voluntad de los entonces Reyes, el Príncipe (demócrata) decidió casarse, sin duda que para igualarse con todos los españoles: “UNA CHICA DE SU TIEMPO”. Algo así como si todos los tiempos de las mujeres fueran iguales. Lo que no quita que sea una mujer “que rompa moldes y esquemas por su estilismo y su lado más chic”. Que eso es lo que se dice. Y una cosa más, que no se crea que la Monarquía la instauró Felipe VI y ella. Lo digo más que nada por su relación con la familia de su marido, que no sé si es o no Real, pero que lo fue hasta hace poco.

    Pese a todo, los coreógrafos de la escena no se sentirán aludidos porque ellos tienen la lección aprendida, por más rancia que sea, y tragan por todo. Tanto tragan, que no podrían reparos al supuesto de que el próximo rey consorte pudiera ser un africano subsahariano de religión musulmana. Porque entonces a sus  argumentos rancios y pasados añadirían que eso ES SER DEMOCRATAS. 

Autor

Pablo Gasco de la Rocha