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Contestación a 73 jubilados, porque, aunque todo se viva hacia adelante, todo se comprende hacia atrás: La traición de la Iglesia y la deserción del Ejército, factores determinantes en la quiebra de España. Notas para una crítica (1).

Al Ilmo. Rvdo. Don José Ignacio Dallo Larequi y al Comandante Don Ricardo Pardo Zancada 

Si exceptuamos el bandolerismo criminal de los primeros años, el Maquis, aquella gentuza que no pudo huir después de la Victoria o que se quedó con la intención de enlazar su lucha con la II Guerra Mundial, lo único que soliviantó la paz del Régimen de la Victoria, y en sus últimos años, fue la incipiente actividad criminal marxista de ETA, apoyado principalmente desde fuera de España, y que no era otra cosa que lo que el mismo Franco dijo, el 1 de octubre de 1975: “una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social”. Que es lo que finalmente han podido comprender todos. 

    La oposición a Franco, que necesito del terrorismo y de las bendiciones del Vaticano, comienza a tener presencia y peligrosidad a partir de finales de los años sesenta cuando concurren dos circunstancias que se concatenan entre sí. En primer lugar, porque la paz y prosperidad que se había alcanzado hasta situarnos internacionalmente en el octavo puesto internacional en desarrollo social, económico y cultural, había rebajado la tensión en la defensa de los valores que habían dado vida a una gesta sin igual en el acontecer occidental contemporáneo: nuestra Cruzada. Sostenida desde 18 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939, que junto con la Reconquista, el Descubrimiento de América, la Contrarreforma y la Guerra de la Independencia contra Napoleón forma parte de los hitos de transcendencia universal que el mundo occidental le debe a España. Y en segundo lugar, y como consecuencia de la primera circunstancia, por una gradual separación en el modo de pensar en determinados sectores de la sociedad, principalmente en el católico y en el universitario, ya infectados por aquella época de la infiltración comunista, al que se sumaría el mundo laboral, que pronto sería ocupado por el marxismo.  

    El caso más escandaloso y abyecto fue el de la jerarquía de la Iglesia, que llegó al punto de emitir un manifiesto de desaprobación al régimen tras la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, el 13 de septiembre de 1971, para mayor inri celebrada en el seminario de Madrid, en la que se abogó, y abiertamente, por la democracia liberal como “proyecto de solución” a la paz y bienestar de la España de entonces; llegando al punto de pedir “perdón al pueblo español -en realidad al bando rojo, que proyectó y puso en actividad un plan de exterminio genocida contra los fieles católicos con el fin de liquidar a la Iglesia católica, y por tanto su fe- por no haber sabido actuar durante la guerra civil como verdaderos ministros de reconciliación”

    Una asamblea en la que, aunque se registró un ambiente tenso por las discrepancias que algunos sostenían en cuanto a no constituirse en frente antifranquista, predominó el trato fraternal entre obispos y presbíteros. Lo que dice bastante de cuál era la situación en el sector eclesiástico español tras el Concilio, que no sólo despreciaban abiertamente el martirio de tantos hermanos sacerdotes, religiosos, monjas y fieles durante la Cruzada (entre ellos mi tío Luis Vale, por el simple motivo de ir a Misa, sacado en la misma saca que Ramiro Ledesma Ramos y Ramiro de Maeztu de la cárcel de Ventas, y fusilado en Aravaca, donde hoy está sepultado con nombre y apellido). Así, aquella cuadrilla que no había comprendido nada, y que no guardaba recuerdo de sus hermanos ni de sus compatriotas, se desmarcaba, poniendo en peligro la paz social y el progreso de un régimen que había salvado a la Iglesia católica de su aniquilación y a España de caer en la dictadura comunista. 

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    A la cabeza de aquella cuadrilla figuraba el cardenal socialista Vicente Enrique Tarancón, al que Giovanni Battista Montini, Pablo VI, el papa del Concilio Vaticano II y de condición antifranquista (“han escogido al cabrón de Montini. ¡Viva el Papa!, que dijo mi padre), había designado para dirigir los movimientos de la Iglesia hacia la democracia liberal, aconfesional y relativista. Por eso, cuando años después el cardenal Tarancón acudió al Vaticano a presentar la preceptiva dimisión por haber cumplido 75 años, viaje que seguro hizo con su secretario, el jesuita comunista José María Martín Patiño, los católicos nos sentimos recompensadas con las durísimas palabras que públicamente recibió de parte del Papa Juan Pablo II: “Usted será el responsable de que el catolicismo retroceda en España, mientras nos esforzamos para doblegar al comunismo, cada vez más débil”. Recompensados y reconfortados, digo, porque los franquistas tuvimos la plena certeza que lo de “Tarancón al paredón” estuvo inspirado por el Espíritu Santo.

    Una deriva que, aunque tras la elección del cardenal Karol Józef Wojtyła como Papa de la Iglesia Católica, se rectificó en parte, incluso activando -que no reactivando, ya que no se había hecho antes- los procesos de beatificación de nuestros mártires de la Cruzada, tantos años olvidados, no fue suficientemente, pues pronto se avinieron a conformar parte del nuevo  régimen. Así, nuestra jerarquía jamás ha censurado, al menos públicamente, a Juan Carlos I por haber firmado la ley del aborto, a cuyo monarca ha dispensado todo tipo de lisonjas públicas y ostentosas. Llegando en la actualidad a una jerarquía totalmente volcada a favor del extravagante magisterio pontifical del cardenal Jorge Mario Berglogio, Papa Francisco, que no ha hecho otra cosa que dividir, confundir y enfadar a buena parte del mundo católico. Una jerarquía a la que jamás perdonaremos, por más que pasen los años, haber consentido la profanación de los restos mortales del Caudillo. De ahí el tema de la “X”.

    En cuanto al Ejército, Fuerzas Armadas que se dice ahora, poco que decir cuando se pone en evidencia, en primer lugar, su traición en faltar a lo jurado: defender el régimen de la Victoria hasta la última gota de la sangre, si fuera el caso, y defraudar la confianza a quienes se servía, haciendo lo contrario de lo que se esperaba. Y en segundo lugar, la deserción que ha venido haciendo al abandonar su deber ante la declaración de guerra de terroristas e independentistas; sin obviar la deserción frente a Marruecos con sus constantes afirmaciones de soberanía respecto a Ceuta y Melilla, y que hoy llega al extremo de apoderarse de nuestras aguas territoriales de las islas Canarias; así como haber estado mandándonos a sus gentes perfectamente documentadas como ciudadanos marroquíes. Por no hablar de la herida al costado abierta de la patria que es Gibraltar, cuestión en la que no se ha avanzado absolutamente nada desde Castiella, cuyas autoridades, apoyadas por Gran Bretaña, no han hecho más que acosar a nuestros pesqueros en nuestras aguas territoriales, incluso a la propia Guardia Civil en sus actuaciones contra el narcotráfico, que las autoridades gibraltareñas fomentan. 

    Hablamos entonces de un comportamiento absolutamente despreciable. Comportamiento absolutamente despreciable frente al terror impuesto por ETA a toda la nación, que en mucho trascendía al mero terrorista  marxista, pongamos del GRAPO, una simple banda de maleantes y acomplejados. Terrorismo, el de ETA, que contaba con apoyo institucional y que ha terminado con un saldo de casi 864 qué se sepa, miles de mutilados y desplazados, y millonarias pérdidas en destrozos materiales. Comportamiento absolutamente despreciable en el suceso del 23-F., incomprensible de todo punto de vista, sabiendo, como de sobra se sabe, que al menos el 75% de los componentes de las Fuerzas Armadas estaban a favor de una reacción dura para poner fin a la deriva a la que se conducía a España. Y que seguro lamentó el capitán general de Madrid durante el suceso del 23-F, Guillermo Quintana Lacacci, asesinado por ETA, el 29 de enero de 1984, cuando paseaba sin escolta y a plena luz del día, lo que hacía habitualmente por las inmediaciones de su domicilio, situado en la calle de Romero Robledo, 20, de Madrid. O el general Víctor Lago Román, jefe de la división acorazada Brunete, asesinado por ETA el 4 de noviembre de 1982. Comportamiento absolutamente despreciable al haberse puesto firmes y en primer tiempo de saludo ante la ignominiosa Ley de Memoria Histórica Socialista, hasta el punto de retirar la estatua ecuestre de Franco, que no era otro que el fundador de la Academia General Militar. Comportamiento absolutamente despreciable en el alzamiento de Cataluña, consecuencia de lo cual ya se ha creado la convicción en gran parte de la sociedad española que no hay otra solución que ir, y en el mejor de los casos, hacia la convergencia federal. Y comportamiento absolutamente despreciable en no defender la Constitución que trata de conculcar la chusma del Gobierno Sánchez. 

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    Y qué decir de la política de “ascensos selectivos” que les impuso el PSOE y que ha seguido vigente en nuestras Fuerzas Armadas, primando la ideología por encima de la misma profesionalidad y pericia militar, no digamos nada del espíritu. Razón más que suficiente en el caso de ese infiltrado que fue Julio José Rodríguez. O qué de cómo han actuado en el caso de la profanación de los restos mortales de quien consta como el Generalísimo de los Ejércitos de España, uno los mejores soldados de nuestra historia, para quien ni siquiera hubo una compañía de honores. Comportamiento absolutamente despreciable en quienes forman la columna vertebral en toda nación, tanto por el espíritu que se les supone como por la función que desempeñan o pueden llegar a desempeñar según lo dicho por Spengler.

    Hoy el Ejército de España no existe. Lo que existen son las Fuerzas Armadas, compuesta de chicos, chicas y extranjeros, que si en el exterior actúan como comparsas en lo que se ha dado en llamar Dividendo de Paz Internacional al servicio del mundialismo que no resuelve nada; dentro de España su función se reduce a la Unidad Militar de Emergencias (UME), intervenir en cualquier lugar del territorio nacional, junto con el resto de las instituciones del Estado y las Administraciones públicas, en los supuestos de riesgo, catástrofe o calamidad. 

    Patético, esperpéntico y kafkiano me resultan esos 73 mandos que se agregan a los que ya dieron el paso tras la jubilación, incapaces de ver que, aunque todo se viva hacia adelante, todo se comprende hacia atrás.                                                             

Es posible que me repita, pero es lo que hay.       

Autor

Pablo Gasco de la Rocha