22/11/2024 19:01
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Marlaska no habría sido lo que es hoy si hubiese muerto en un atentado. La evolución del espíritu no estaría arrojada a la basura, pero los giros del destino son inauditos convirtiendo al inocente en todo lo contrario. Más le hubiese valido la memoria de la dignidad que no el recuerdo repulsivo que dejará sobre la tierra. Es previsible que caiga bajo, más que ayer todavía, en el Hemiciclo. 

Con voz atiplada esputó su putrefacción interior en una intervención de vergüenza aplaudida por el aquelarre socialcomunista: «ya está bien de usar el terrorismo derrotado y a las víctimas como arma política». La descomposición moral asomaba por una mirada ahíta de falsedad quedándole la mascarilla como el embozo perfecto de un forajido. ETA está de enhorabuena cuando el sibilino Fernando Grande Marlaska habla. Nadie habría dicho del inequívoco traidor que fuese el perfecto defensor de los intereses asesinos frente a la indignación de las víctimas. En el Congreso sus excusas se convirtieron en una confesión de complicidad con la falsedad y el crimen, usando los mismos argumentos que los verdugos. La condición miserable de Marlaska ha superado con evidencia nauseabunda la sospecha de que es un enfermo de sectarismo a las órdenes de la maldad que le dicta una conciencia retorcida, corrosiva y amoral. Engañaba en todo. Su tendencia transformista fue de espíritu importando la carne un comino que se tragarán los gusanos en banquete envenenado. Su peor y más ridículo disfraz es él mismo. 
 Nada de lo que hiciera bueno importa ya. La batalla por sus derechos personales la ha perdido, olvidada queda, por su indecencia a sueldo de una demagogia rastrera. A buen servidor fue a buscar el amo cum fraude, a saber si escogido por los secretos con que los ‘podemitas’ lo chantajean, según dicen y del pájaro no se duda sobre aterrizajes, digamos, delicados. 

Pedro Sánchez es solo un instrumento de Satanás para que asomen las bajezas de otro demonio. En cualquier país su hediondo aroma de azufre escandalizaría a los justos, porque Fernando Grande Marlaska está muerto pero no lo sabe; apesta a cadáver de un espíritu desperdiciado. 

Ya ven, en lo que ha quedado el togado manchando el alma de carroña y sangre. Los méritos adquiridos mientras simulaba la honra se han abismado en el pozo sin fondo de su repugnante hipocresía. Si no es un cadáver político, todavía desempeñando el sucio rol de un ministerio al servicio de lo criminal, sí es un muerto viviente del que su santa madre renegará en el balance de una vida donde nada fue normal. No por la condición sexual de un vástago con derecho a que lo rocen donde más le guste, como todo hijo de vecino con respeto a la libertad de intimar con quien le dé la gana, sino por la otra condición de villanía que le ha despojado de honor para los restos de su canallesca existencia. El Congreso de los Diputados necesita mucho ambientador después de que el miserable levantara el culo para irse a correr sobre la cinta que se ha agenciado, por el morro, a costa de los españoles; los mismos españoles a los que ha repugnado con sus vilezas radicales. 
Por mucho que corra el vil Marlaska-como el aparato de gimnasia con que ejercita el cuerpo mientras atrofia la conciencia-no se moverá del sitio donde ya ha lo ha puesto la Historia: vendido sin decencia. 
Se le veía venir pero costaba dar crédito a la intención del juez pervertido, acaso víctima de sus inconfesables traumas. Pues saliendo del armario del proselitismo extremista, el melifuo decadente de la política sacó las garras sin pintar para soltar, a bocajarro como las balas de los asesinos, la acusación de usar a las víctimas de ETA como arma política cuando el terrorismo ha sido derrotado. Y el ruin Marlaska se convulsionaba, con ese delicado arte de cogerse la rabieta con sordina, delicado en las formas, avieso en el fondo insondable de su compleja y frustrada personalidad, botando en su escaño del deshonor, dirigiéndose a Teresa Jiménez-Becerril, víctima de la barbarie, como no lo hace con sus cómplices de andanzas en la traición, acariciando con suavidad los lomos de las bestias que aclama como adalides de la paz por la derrota de lo violento que nunca fue, sino un paripé a cuenta del 11-M… y quien pueda entender que entienda. Teatro pactado en laberíntica corrupción criminal, como la destrucción de armas presidida el traidor mayor de España. 
El zombi Marlaska se deja acariciar obediente. Qué aparente le sienta la correa a tan sumiso siervo del infierno, en compañía de la política y la justicia prostituidas. Ministerio de ¿Justicia? Aquí corre, allá se revolverá en la tumba. 

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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