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El satanismo se está quitando la careta. O al menos, ya concede sin pudor premios a satanistas reconocidas. Marina Abramovic, la que «cocinaba espíritus» con John Podesta y se hace fotografias señalando con cara perversa los genitales de un bebé.
Pero esto qué es, ¡Madre del Amor Hermoso! Dime a quién premias y te diré quién eres.
Me desayuno con el siguiente titular: «Premio a las Artes 2021» a una mujer que usa continua y patológicamente sangre, se cubre de serpientes pitones, posa con una cabeza cortada de macho cabrío o se graba a navaja una estrella de cinco puntas en el bajo vientre. Qué, «bonito», ¿verdad?. Como una imagen vale más que todas las palabras que yo pueda poner aquí recomiendo a las almas cándidas que aún no sepan quién es la señora en cuestión buscar en internet su «trabajo», eso sí, aviso que no es apto para estómagos delicados ni espíritus sensibles.
No es arbitrario mi calificativo de «satánico» a este tipo de obras y personajes, de hecho, si ustedes escriben en un buscador de internet el nombre de la «performer» premiada seguido de la palabra «satanismo», verán una retahíla de noticias sobre el tema. El río suena, y agua lleva.
Ya saben, artistas del mundo, a partir de ahora no se esfuercen en pintar divinos techos como Miguel Ángel o esculpir como Cánova; invocar a fuerzas oscuras y hacer de la venta de humo tóxico un show perturbado y perturbador quizá les garantice un lugar en el Olimpo, bueno, en el olimpo de los premios Princesa de Asturias.
Qué gigantesca vergüenza como española he sentido estos días. Desde que supe que una bruja relacionada con toda la élite presuntamente satánica, pedófila y declaradamente siniestra de la farándula mundial iba a recibir un reconocimiento público por parte de «sus majestades». Antaño estaban los Reyes Católicos, hogaño, qué son, ¿los satánicos?
Pregunto, y no afirmo, ya que realmente he quedado muy desconcertada ante esta demostración pública de no se sabe bien qué.
¿Qué quieren decirnos los reyes de España al premiar a esta individua? ¿Que son parte de su círculo, que son amiguetes, que buscan lo mismo en la vida, que quieren ese ejemplo para sus hijas?
Porque el «arte» de esta personaja es desagradable, feo, siniestro, vomitivo. Asqueroso, en una palabra. Sin mención a su vida personal en la que ella misma ha reconocido abortar hasta en tres ocasiones, porque los hijos son un estorbo en su carrera. Ejemplo de mujer, ¿eh? Una joya.
H. Gombrich estaría conmigo, seguramente Sir Roger Scruton también, siendo como fue un experto en la búsqueda de la belleza. Scruton mantenía que perder la belleza es peligroso, pues con ella perdemos el sentido de la vida. Y es que no estamos hablando de un capricho subjetivo, sino de una necesidad universal de los seres humanos. Sin ella, la vida es ciertamente un desierto espiritual.
Los grandes artistas del pasado no ignoraban que la vida humana está llena de caos y sufrimiento. Pero conocían el remedio de una belleza que conjura la tristeza y nos afirma en la alegría. He estudiado y leído lo suficiente sobre Historia del Arte para afirmar con rotundidad que lo que hace esta tipa no es arte.
Provocación oscura, se le puede llamar. Sus defensores dicen que con sus tétricas trapisondas hace pensar, aunque qué sé yo, los filósofos clásicos también nos hacen reflexionar sin necesidad de perpetrar rituales públicos y palmarios de magia negra disfrazados de algo chic o «fashion».
El Apocalipsis ya está aquí, no tengo dudas. Se están cumpliendo todas las citas bíblicas referentes a la etapa final de la humanidad. Concretamente, en Isaías 5,20 se dice «Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!»
Pues exactamente eso es lo que han hecho, llamar bien al mal, los que han concedido un premio a una mujer que tiene de artista lo que yo de comunista. Una barbarie detrás de otra, una tomadura de pelo como mínimo y una ración de brujería posmoderna servida en bandeja de plata con restos de polvo blanco.
Y qué decepción con Miguel Zugaza, el anterior director del Museo del Prado y al que yo tenía por hombre sensato, dignamente retirado a su Bilbao natal para dirigir el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad. Lo ví la última vez que estuve en Bilbao, precisamente cuando él entraba a trabajar con su mochila al hombro como cualquier adolescente vasco y rociado con la elegancia que hasta entonces le caracterizaba.
Pues resulta que es uno de los «iluminados» que han decidido condecorar a la bruja Marina. Y es que esto de los premios parece que va por cuotas. Premian a gente que realmente puede merecer un premio, y, de repente, meten un zarpazo a la inteligencia y la dignidad del pueblo casi sin querer. Casi. El pueblo, como casi siempre, ni se entera.
Y es que todos forman parte de un club cerrado que va de selecto cuando realmente es putrefacto. Para muestra, un botón.
La recién premiada Abramovic, se relaciona y sigue en su cuenta de Instagram a la cantante, también «milagrosamente» famosa de la noche a la mañana, Rosalía.
La tal Rosalía, a la que hace unos años no conocía ni la madre que la parió, con su estética (por llamarla algo) de poligonera hortera y sus uñas de aprendiz de bruja, asistió a la famosa gala del Met neoyorkino vestida por un diseñador que- oh casualidad de casualidades- también gasta en sus diseños la estética de un culto desaforado más a Baphomet que a Vionnet. Rick Owens. Búsquenlo en San Google, y luego me cuentan.
En el mundo del arte hemos pasado de reirnos de lo Kitsch a venerar lo puramente satánico, así, sin medias tintas. Sin anestesia, aunque sí más que narcotizados por nuestra sociedad loca de prisas e inmediatez que anula cualquier atisbo de pensamiento crítico y de contemplación de lo divino, de lo realmente bello, del Artista Supremo.
Esta panda de bichos raros que van de ídolos de masas promueven lo violento, lo macabro, rozando el gore y/o la pornografía. Y es que ellos adoran lo feo, pero lo feo de cojones. También persiguen con fruición anular la diferencia de sexos, su ideal del mundo es algo así como una panda enorme de brujos hermafroditas.
Los postulados de la masonería se manifiestan pues en este grupo de elegidos con todo su esplendor, se rigen todos por un mismo código estético que incluyen el eterno damero blanco y negro, el cansinísimo ojo tapado, y en resumen, la aberración como normalidad. Sólo hay que analizar videoclips, portadas de revistas de moda y demás medios de comunicacion masivos para darse cuenta de todo este despliegue del teatro del averno.
Abusan de escenas sexuales explícitas, siempre, es su marca de fábrica, van de iconos de cultura popular cuando son, simplemente, un hatajo de gente fea por dentro y por fuera. Con sus almas vendidas al mejor postor juegan a corromper a las nuevas generaciones con excentricidades de frenopático, estéticas más que degradadas y una puesta en escena propia de una película de exorcistas. Son todos ellos un desfile de Halloween permanente, una patulea de fantoches amorales que quieren barrer el Cielo de futuros residentes. Poseídos por un ego desbordado y perseguidos por la chusma enchufada día y noche al móvil que, carente de cualquier criterio sólido, pierde mucho más que su tiempo y su dinero al correr tras estos ídolos de pies y almas de barro.
Si la misión histórica del Arte es el intento de imitar al Creador y elevar al ser humano a lo bueno, bello y verdadero, esta nueva hornada de artistas- sólo de nombre- ha renunciado dramáticamente a la belleza, rinden culto a lo que sólo puede ser una terrible y amorfa caricatura de lo trascendente, a la fealdad más recalcitrante teñida de sangre, de malas vibraciones, de almas atormentadas. Porque en el fondo deben de sospechar que si existe el más allá, de nada les servirán los seguidores comprados de Instagram ni los millones que amasen en el más acá. Pobres diablos vestidos de Prada, no son más que una maraña informe de muertos en vida.
Sin Cristo, no hay Vida, y ellos renunciaron a Él hace ya demasiado tiempo.
Que San Miguel Arcángel nos defienda en la batalla, ármense de Rosarios y Misas, que los vamos a necesitar.
Y a los «ilustres» señores del jurado de esta soberana fechoría les digo: por favor, no insulten nuestra inteligencia, llamen a las cosas por su nombre, el Arte es otra cosa. Ayer, hoy y siempre.
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