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En 13 Tv 29 de marzo pasado, los Obispos españoles se sucedieron, como en fila india, para dar un saludo y mensaje de ánimo a la nación y las gratitudes a todos los sanitarios sacrificados ante la atención a los afectados por la pandemia actual del coronavirus.
Parecieron copiar el formulario de un cumplido civil sin despegar del suelo de lo puramente circunstancial de la peste mundial, como si ante unos efectos, no pudiesen existir unas causas mucho más graves y trascendentes que sus efectos pestíferos y ruinosos.
Ahí estuvo su omisión doctrinal, y el “mea culpa” pastoral.
1º. Ante el dolor físico, estuvo ausente la instrucción para los sufridos afectados, del sentido redentor, purificador y santificador del misterio de la Cruz, que nos eleva al espíritu sacrificador y unitivo con la Redención de Cristo en todas las pruebas terrenales, por duras que sean.
2º. La machacona “esperanza” que invocaron como mágica solución ante el actual estado calamitoso, es una esperanza sin base objetiva en la fe sobrenatural, es decir, una esperanza gratuita, colgada del aire de la casualidad.
No se puede esperar en lo que no se cree; es la fe protestante de la confianza sin obras consecuentes; pura verborrea eufemística hueca y de cumplido.
3º. Dieron muchas gracias a los médicos y asistentes sanitarios, pero ni citaron ni una sola vez el concepto de “caridad” de los mismos, arriesgándose por sus pacientes.
Todo se escondió en un sentido filosófico de tal servicio, como si solo los sentimientos humanos fuesen suficientes para abordar tal grado de heroísmo profesional.
Eso, lo podría haber agradecido cualquier político, sociólogo o vecino plausor del barrio de enfrente… ¿Dónde quedó el concepto religioso de caridad, como amor al prójimo, por amor a Dios y no solo por sentimiento lastimero? Por eso multiplicaron el concepto inconcreto y eufemístico de solidaridad.
4º. Abusaron de otro concepto tan vago e incomprometido como que “El amor de Dios está con nosotros”, que “el que ama a Dios, todo le sirve para el bien” (Rom. 5), que… “no tengamos miedo”.
Y nosotros, ¿estamos con Dios?
Pues ese amor de Dios y su infinita misericordia, tiene que verse correspondido por las criaturas en justa y agradecida conducta con los favores recibidos de Dios; eso es la virtud de la religión o religación del inferior a su superior.
No es un Dios que lo tenga que hacer todo sin ver las conductas de sus amados servidores y del que solo se acuerda del humano cuando le llega el agua al cuello.
Eso es ateísmo práctico, egoísmo antropocéntrico lleno de soberbia, de la creída autosuficiencia por la tecnología y las Constituciones excluyentes de Dios hasta querer encerrarle en las sacristías y en los sótanos del olvido, como último recurso en caso de pánico. Todo ello es descristianización galopante que no puede tener más respuesta que el castigo divino, con la consiguiente prueba y advertencia celestial grave.
5º, Ante unos hechos tan universales, de una peste que sabemos dónde comenzó, pero no cómo se ha propagada tan rápida que ha pillado inermes a los Estados y a la ciencia médica, extendida no por una región, nación o comarca escondida, sino por todo un planeta, que ha impuesto a media humanidad la confinación obligada en casa (y en España, el arresto domiciliario), con la catástrofe económica que supone la inactividad laboral, el paro empresarial, las deudas incalculables para las economías occidentales, y donde los perros domésticos tienen más derechos a pasear que los ciudadanos…
Los hospitales están inundados de pacientes, y aunque hacen lo que pueden, y a veces incluso más, no pueden dar abasto, pues carecen de medios suficientes.
Los templos están cerrados a cal y canto, con la satánica coincidencia de que va a impedir la celebración de la Semana Santa y la época de confesiones generales para el cumplimiento pascual de los católicos…etc…, vemos como los Obispos no han reconocido la evidencia del Castigo Divino (miles de muertos aparte), y lo han tratado como algo incidental o como un catarro innoticiable por normal, o como un eclipse lunar.
No les interesa reconocer que todo efecto tiene una causa, y ésta consiste en el Pecado.
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