20/09/2024 15:50
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Hace años conocí a un “asesino”, que en una confrontación con un filoetarra, de Herri batasuna, le disparó varias veces con su arma reglamentaria, pues era policía nacional, causándole la muerte.

Previamente el filoetarra, titular de una panadería, sita en los bajos de la casa donde vivían, había insultado gravemente a su esposa, y deseado la muerte de su marido, pues sabía que era policía, aunque tendían la ropa dentro del piso, salía de casa vestido de paisano, etc., pero ya sabemos cómo funciona el entorno etarra en una ciudad del Norte de España.

Existe, y está reconocido por los psiquiatras, el trastorno mental denominado Síndrome del Norte, que es una grave afección que sufren las personas que han estado varios años destinados en esas zonas “de guerra”, todo el día ojo avizor, vigilando debajo del coche a todas horas, abriendo con miedo cualquier paquete, mirando siempre hacía atrás, sentándose en los locales con la pared a la espalda, y la mano cerca de la pistola, etc.

Mi “amigo”, que es una buena persona, nada más disparar al filoetarra, llamó rápidamente a sus compañeros explicando lo sucedido, para que enviarán una ambulancia, etc., pero ni siquiera esto se consideró como una circunstancia atenuante, pues dijeron que la central de llamadas había registrado una llamada anterior a la suya, de un vecino que había oído los disparos… ¡Acojonante!

Fue duramente sentenciado y condenado, a quince años de cárcel, nada menos, expulsado de la policía, y dejado en la puta calle, literalmente, sin derecho a jubilación, invalidez, desempleo, subsidio o prestación alguna.

Dada su edad cuando sucedieron los hechos, cincuenta y tantos años, imaginen ustedes el negro futuro que le esperaba.

Pues bien, tras permanecer más de diez años en prisión, totalmente domesticado, y acostumbrado a la vida carcelaria, en su caso en un módulo especial, para ex policías, funcionarios de prisiones, etc., y tras negarle un indulto, total o parcial de la condena, ¡consiguió un permiso carcelario ¡de cuatro días!, fuera de la jaula penitencia.

Vino a la ciudad donde residía su esposa e hijos, pues habían tenido que huir del “paraíso del norte”, dónde eran objeto de insultos, habían puesto cárteles en las calles con sus fotos, obtenidas en el juicio, señalándoles como dianas para los etarras y simpatizantes, etc., y se encontró como un pato en un garaje…

No conocía a nadie.

No se atrevía a hablar con la gente, pues obviamente no iba a contar su historia, pues provocaría un gran rechazo social, además del temor de que pudiera “pasarle” algo, a él o a su familia.

Encima, los cafés eran carísimos, pues en prisión los tomaba en el economato y le costaban 10 o 15 céntimos, y en la calle no bajaban de un euro, 1,10, 1,20, etc.

En definitiva, que con gran disgusto de su esposa e hijos, se negó a pedir más permisos, y dijo que no saldría de allí más que en tercer grado, o con los pies por delante…

Fue duro convencerle para que siguiera saliendo, y tuve que hacer de amigo, cicerone, etc., del pobre hombre, a quien el mundo se le había desplomado, y no sabía cómo hacer para volver a la normalidad.

Excuso decirles que nunca le cobré nada, pues las injusticias cometidas con él me parecieron, y me siguen pareciendo, sangrantes.

Ante el desconfinamiento de hoy, 2 de mayo de 2020, ¿no nos estará pasando a los españoles lo mismo que a este hombre…?

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Ramiro Grau Morancho
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