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No cabe duda de que España es un país muy diferente a cualquier otro, no solo por sus tradiciones o costumbres, también lo es en su forma de comportarse. Se comenta que el canciller alemán Otto Von Bismarck llegó a afirmar: «Estoy firmemente convencido que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido». Sea o no cierta la autoría de la frase, no es menos cierto que la misma refleja lo que lleva siendo España en sus últimos 50 años. Trabajamos con ahínco en nuestra propia destrucción, ponemos todo nuestro empeño en perjudicarnos de forma colectiva, donde el concepto de nación queda diluido en regionalismos periféricos que fomentan la insolidaridad y la desconfianza entre españoles.
Llevamos tantos años trabajando para hacernos daño que es muy posible que al final lo consigamos. España atraviesa una crisis sin precedente, no solo en el ámbito sanitario, donde es complicado hacerlo peor, donde pareciera que hemos puesto al frente de la lucha contra la pandemia a los más ineptos, a los últimos de la clase, todo muy en consonancia o directamente proporcional con la «casta» política que nos gobierna; también sufrimos una crisis económica que amenaza con llevarse a todo y a todos por delante. Los mismos ineptos que, de una forma ineficaz, han decidido quién era la «autoridad sanitaria» encargada de liderar las medidas para minimizar los efectos del coronavirus, con unos resultados que, en el mejor de los casos, podrían ser calificados de manifiestamente mejorables, deciden ahora poner en marcha eso que pomposamente han llamado «Mesa de reconstrucción nacional».
Nunca me gustó la decisión de organizar una mesa de políticos para reconstruir algo y menos para reconstruir la nación Española. Es poner a la zorra a cuidar del gallinero. Es colocar a todos aquellos que llevan 50 años destruyendo en la construcción. Es materialmente imposible que de ese experimento salga nada bueno cuando su labor ha consistido, de forma sistemática, en atacar a la nación que ahora dicen van a reconstruir. Para empezar, no sería necesario tener que reconstruir nada si previamente no lo hubieran destruido. El pueblo español interesa muy poco a su clase dirigente, muestra de ello son los miembros elegidos para presidir esa mesa de reconstrucción.
No existe voluntad real de reconstruir nada y menos España. Si esa voluntad fuera cierta, no habrían elegido al socialista Patxi López para presidente y al comunista Enrique Santiago, actual secretario general del PCE, como vicepresidente. Todo parece sacado de un mal cuento, todo aparenta ser una broma pesada. Si estos son los mimbres para reconstruir España ahora entendemos perfectamente lo de «la nueva normalidad» a la que nos dirigimos. Enrique Santiago, convencido marxista leninista, admirador de regímenes como el cubano de los Castro o el venezolano de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, es uno de los encargados de buscar soluciones para paliar la crisis a la que nos enfrentamos, posiblemente la crisis económica más dura de nuestra historia contemporánea.
Nunca el comunismo fue capaz de sacar a ningún país de una situación de miseria y pobreza, más bien justo lo contrario. Cuando el comunismo ha triunfado o se han aplicado recetas económicas comunistas, la miseria y la pobreza han acabado por «normalizarse» y han sido necesarios muchos años para revertir la situación. España se enfrenta a unos de sus máximos desafíos como nación, está en juego nuestra supervivencia, nuestra identidad y nuestro futuro, y no solo en un plano filosófico o etéreo, me refiero a nuestra supervivencia física en el más estricto sentido de la palabra. Si seguimos permaneciendo impasibles, como testigos mudos y aceptando la nueva realidad que se nos desea imponer, estaremos también aceptando nuestro final y convertiremos lo relativo y temporal en irreversible. La casta política parasitaria quiere que aceptemos como normal el destino que ellos nos han diseñado.
Javier Garcia Isac/director radioya.es
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