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Enrique Sotomayor, Capitán de la Juventud Española, sin lugar a dudas de no haber caído el 4 de diciembre de 1941 en la fría nieve de Possad, podría haber pasado a la historia de España como el auténtico y verdadero relevo de «José Antonio» como Jefe de aquella nueva Falange nacida después de la Guerra Civil, y no dudo que hubiera intentado con todas sus fuerzas recuperar aquella franco-falange para el verdadero camino de la «Revolución Nacional» que soñó su primer Jefe Nacional y fundador, José Antonio.
Enrique Sotomayor nació en Madrid en 1919, aunque pronto se trasladó a Bilbao donde estudió el Bachillerato, volviendo a la capital de España para iniciar un primer curso de Ingeniero de Caminos.
Con solo 15 años se afilia a Falange, y lucha junto con sus camaradas del SEU en la Primera Línea de la Milicia madrileña, pronto brilla como uno de los líderes más jóvenes de la Falange de Madrid, su coraje y temeridad es conocida en la Universidad, por ello se convierte en un claro objetivo de los estudiantes izquierdistas.
Su vida corre peligro y por eso sus propios camaradas hablan con su padre para que Enrique desaparezca de Madrid, muy a su pesar y después de una grave discusión con sus padres, Sotomayor entiende que por una temporada debe abandonar la capital de España, y por eso regresa nuevamente a Bilbao.
En un principio dedica su tiempo a cultivarse políticamente y devora toda la propaganda de Falange, allí estudia a fondo a José Antonio y a Ramiro, pero pronto vuelve a la lucha y es detenido en el entierro de un guardia civil asesinado en Gallarta.
Lucha codo con codo con sus nuevos camaradas vascos, José María Ibarra y «Chiqui» Martínez Rivas, ambos morirán en la Guerra Civil.
El 18 de julio sorprende a Enrique escondido en Algorta, logra escapar de sus perseguidores hasta que una vez liberado Bilbao, de inmediato se presenta voluntario al combate.
Se alista en la «Bandera de Falange de Marruecos» y llega a combatir en los arrabales de Madrid, pero pronto le dan de baja como soldado por inutilidad física, su enorme miopía le ha traicionado.
Vuelve a Bilbao y allí se dedica plenamente a la política, siendo nombrado Jefe Provincial del SEU, para luego entrar en la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda en la Sección de la Radio Nacional.
Al acabar la Guerra Civil, Enrique Sotomayor diseña junto con José Miguel Guitarte un nuevo proyecto para el futuro de los estudiantes españoles, reformando el antiguo SEU, se le nombra Secretario General del sindicato.
Pero Enrique sigue trabajando por lo que considera vital para la nueva España, que no es otro proyecto que el reunir a toda la juventud española, sin distinción de clases, orígenes y procedencia para unirla en un nuevo y potente FRENTE DE JUVENTUDES.
Consigue entrevistarse en Burgos con el mismísimo General Franco, al que Sotomayor le presenta el proyecto, y de forma clara y rotunda le manifiesta:
«Mi General, para poder entendernos bien desde un principio, quiero decirle en nombre de la juventud española, que nos tendrá siempre a su lado con la misma fe y el mismo entusiasmo que en nuestra guerra y que seguiremos confiando ciegamente en usted como Caudillo militar.
Ahora que, como Caudillo político no le prometo nada, pues la juventud aún no le conoce en ese sentido.»
Quedaba claro que Enrique Sotomayor no iba a someterse a ninguna componenda, ni iba a aceptar ningún privilegio del régimen franquista, y claramente así se lo dijo al propio Franco, y no olvidemos que ya entonces Manuel Hedilla estaba cumpliendo prisión junto con muchos otros camaradas que habían sido condenados por no apoyar la nueva franco-Falange.
Pero Enrique quiere acabar de formarse y de forma increíble aprueba toda la carrera de Derecho en solo un año, está claro que todo lo que quería lo conseguía, su brillante formación académica le lleva a ser nombrado auxiliar de cátedra en la Universidad Central de Madrid.
Pero el joven Sotomayor se encuentra con una Falange totalmente domesticada, antiguos camaradas que solo buscaban un puesto en la nueva organización política del Estado, su radicalismo le hace ganar un sinfín de enemigos, nadie quería oír hablar de Revolución, todo ello le lleva a dimitir como Secretario General del SEU, y ni siquiera acude al cuarto Congreso Nacional del Sindicato de Estudiantes que se celebró en El Escorial a principios de 1940.
Grande es el desengaño, pero más grande es el ímpetu revolucionario que mantiene viva la llama en lo más hondo de Sotomayor, el cual logra dirigir el periódico azul «FE» en Sevilla, uno de los más influyentes en aquel momento, por eso Sotomayor entiende que le puede ser útil para difundir el verdadero mensaje de la Falange.
Pero de nuevo se oyen clarines de combate, «Rusia es culpable». Los falangistas nuevamente son movilizados para combatir contra el comunismo, Enrique Sotomayor no lo duda ni un segundo, es de los primeros en alistarse en los banderines de enganche de la que pronto será conocida como «División Azul».
A pesar de que Enrique mantenía una entrañable amistad con el General Muñoz Grandes, que ya había sido nombrado Jefe de la División, no busca ningún tipo de privilegio, ni acepta un puesto alejado de la lucha, por eso junto con lo que quedaba de la Vieja Guardia de la Falange madrileña se encuadra en la 2º Compañía de Antitanques, allí están la mayoría de sus viejos camaradas, Agustín Aznar, Dionisio Ridruejo, Alfredo Jiménez Millas, los hermanos Ruiz Vernacci.
Sigue disimulando su miopía y esta vez consigue que nadie le impida combatir, Sotomayor ya es entonces un reconocido líder entre sus camaradas.
Pronto Enrique se convierte en uno de los guerreros azules más arriesgados y valientes, un día por el Mando se decide que hay que cruzar el río Wolchov para hacerse con el control de unas barcazas, Enrique no lo piensa ni un segundo, se desnuda y cruza el río a nado con una temperatura de más de 10 grados bajo cero, solo lleva en su mano unas bombas.
A principios de diciembre de 1941, Sotomayor se encuentra defendiendo la aldea de Possad, los combates son encarnizados, los rusos necesitan tomarla a toda costa, ya que es un cuchillo clavado dentro de su propio frente de combate, pero allí están los bravos falangistas de Madrid, los Camisas Viejas y también los chavales de la «Centuria de Balillas», bajo sus guerreras alemanas todos lucen sus camisas azules, incluso combaten solo con las camisas arremangadas, como si fueran unos grandes «detentes».
Se consigue relevar a algunas secciones de las que combaten en Possad, pero Enrique Sotomayor no acepta ningún tipo de relevo, siempre ha estado en el sitio más peligroso de la lucha y ahora no va a cambiar.
Como si fuera un presentimiento, pocos días antes de morir así hablaba a sus camaradas:
«Sé que voy a morir aquí y esto no me afecta grandemente, ni mi sangre ni la de ninguno de los que aquí caigamos, no me afecta, pero por Dios, que no resulte estéril nuevamente nuestra sangre derramada, que no vayamos a morir en vano».
Se dice que otro de sus viejos camaradas e íntimo colaborador de José Antonio, el gran Vicente Gaceo, fue a Rusia «a morir», el desengaño de la muerte de la Falange no le permitió seguir viviendo, pues bien, Sotomayor fue otro de los muchos falangistas que aun siendo consciente de la imposibilidad de llevar a la práctica las ideas de la Falange, lo intentaron hasta el final.
Llegamos al 4 de diciembre. De madrugada, Enrique desde detrás de la coraza de su pieza antitanque, observa como «Quique», el pequeño de los Ruiz Vernacci, salta del parapeto y avanza contra una posición enemiga. Al poco, cae abatido, no le da tiempo ni a gritar un último «Arriba España», su cuerpo queda inerte sobre la nieve, Sotomayor le llama, no quiere creer que Quique ha caído para siempre.
La noche oscura casi no le deja ver, no importa, Sotomayor salta de detrás de su pieza y corriendo se acerca al cadáver de Quique Ruiz Vernacci, intenta subirlo a hombros, solo quiere recuperar el joven cuerpo roto de su camarada para llevarlo al calor de sus trincheras azules, pero un rafagazo de ametralladora le deja sin aliento,una bala le perfora la cara , con sus últimas fuerzas consigue agarrar de la mano a Quique, allí quedan entrelazados dos Camisas Azules, dos antiguos estudiantes del SEU, dos falangistas, dos españoles.
Por toda la línea de trincheras se corre la voz de que han caído los dos camaradas, Enrique Sotomayor y Quique Ruiz Vernacci, los Sargentos y los pocos oficiales que quedan en pie, casi no pueden contener a multitud de camaradas que quieren ir a recoger los cadáveres, de pronto se escucha un enérgico himno, toda la posición canta el «Cara al Sol» en honor a los camaradas caídos.
A las pocas horas, «Agustín Aznar», su antiguo Jefe de Milicias en la Falange de Madrid, recompensado con la «Palma de Plata» por el propio José Antonio, sin requerir el apoyo y ayuda de ningún otro camarada, salta de la trinchera, se dirige hacia los cuerpos de los dos Enriques, ambos están cubiertos con una fina capa de hielo, lo que no impide que en sus rostros parezca adivinarse una sonrisa, el hercúleo Agustín consigue hacerse con ambos, después de un esfuerzo titánico, los sube a sus hombros y los devuelve a tierra defendida por españoles, por falangistas, que es la forma más exacta de ser español.
Por su heroico acto, Enrique fue propuesto para la Cruz de Hierro y además fue recompensado con la «Medalla Militar Individual» a título póstumo.
Ese 4 de diciembre, en Possad cayó parte de la flor y nata de la Falange madrileña, pero de entre todos ellos hoy recordamos especialmente a Enrique Sotomayor, el Capitán de la Juventud Española, el que pudo haber sido el natural sucesor de José Antonio al mando de las filas azules, el que hasta el último momento de su vida llevó a la práctica el antiguo lema del SEU, «Pensamiento y Acción», se cultivó intelectual y políticamente, lo que no le impidió ser el primero en las misiones más arriesgadas.
Cuando murió, Enrique Sotomayor solo había cumplido 22 años. Entregó su vida por la Falange que soñaba, la de José Antonio, la de sus primeros camaradas, la de la Revolución, la que murió por el proyecto de una nueva España que nunca se ejecutó.
Por aquel joven líder de la Falange, por aquellos jóvenes que le acompañaron en la lucha, por aquella Falange que soñaron y seguimos soñando algunos, hoy gritamos nuestro más enérgico y rotundo «PRESENTE».
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