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Nació en Pajares de la Vega cerca de Almendralejo (Badajoz) en España. El año de su nacimiento se inició la invasión napoleónica de España desencadenándose la Guerra de la Independencia (1808-1814). Hacia 1820 la familia de Espronceda se trasladó a Madrid y allí Espronceda estudia humanidades en el colegio de San Mateo, bajo la dirección del poeta romántico Albertro Lista. En 1823 el régimen absolutista de Fernando VII ejecuta al militar liberal Rafael de Riego, ejecución que presenció el ya romántico y liberal Espronceda. A los quince años fundó y presidió la sociedad masónico-patriótica: «Los Numantinos». El régimen absolutista encarceló a todos sus miembros. Espronceda fue condenado a cinco años de reclusión en un convento-prisión de Guadalajara, pero sólo cumplió unas semanas de la pena. En 1826 viaja a Portugal haciendo escala en Gibraltar, colonia inglesa en la que se refugiaba una gran cantidad de liberales españoles. En Lisboa conoció a una joven de 16 años llamada Teresa Mancha, hija de un militar liberal español. En 1827 emigran Espronceda y Teresa Mancha a Inglaterra, país en el que se reunían la mayor parte de los liberales españoles emigrados. De allí salió para Holanda y Paris donde, en 1830, participó en la revolución de julio de 1830 que derrocó la monarquía absolutista borbónica. En 1831 intenta entrar en España con una columna guerrillera pero fracasa, viaja a Inglaterra donde Teresa Mancha se había casado con Gregorio del Bayo, un comerciante vasco. El reencuentro de los antiguos amantes supone la fuga a París de Teresa Mancha con José de Espronceda. En 1833 se acogen a la amnistía general a favor de los liberales y regresan a España, para vivir en Madrid. Años después Teresa abandonará a su amante y a la hija de ambos, Blanca, falleciendo de tuberculosis en 1839. En 1841 es destinado a la embajada española en Holanda, en 1841 ocupa el puesto de diputado en las Cortes y el 25 de mayo de 1842 fallece a causa de una difteria.

Pero, sería muy extenso dedicarle alguna atención a todas las obras que dejó escritas el extremeño y que le elevaron a la cabeza del Romanticismo español. Desde «El Diablo mundo». “A una dama burlada”. “A la noche”. “El pescador”. “Óscar Malvina.” “La despedida”. “El combate”. “Al sol”. “La cautiva”. “El canto del cosaco”. “El mendigo”. “El reo de muerte”. “El verdugo”. “A la muerte de Toriijos y sus compañeros”. “A la muerte de don Joaquín de Pablo” (Chapalangarra). “Despedida del patriota griego de la hija del apóstata”. “¡Guerra!”. “A la patria”. “A una estrella”. “A Jarifa en una orgía”. Sin embargo, Espronceda alcanzó la máxima popularidad y la fama con los poemas cortos de su madurez que él llamó “canciones”… y especialmente por aquella que llamó “La canción del pirata”. Tal vez porque tras esos versos tan  rítmicos, tan sonoros, tan poéticos, se esconde su verdadera personalidad: un amante de la libertad, la rebeldía, el vivir libre, el desprecio por la Ley y la muerte, el amor por la naturaleza, la guerra sin cuartel a todo lo que fuera absolutismo. Porque, en realidad, eso fue su vida. La vida de un hombre que dejó escrito estas bellas palabras:

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“Menester es haber vivido lejos de los suyos, con el estigma del proscrito en la frente, y el corazón llagado de recuerdos, solo entre la multitud que desconfía del extraño, pobre y sin valimiento propio….menester es haber despreciado la riqueza del extranjero, comparándola con la pobreza del suelo patrio…para comprender, para sentir la Patria, para no poder pronunciar jamás tan dulce palabra sin conmoverse”

Por tanto, y por todo ello, no es de extrañar que generaciones enteras de los siglos XIX y XX (al menos) creciéramos cantando o recitando  “La canción del pirata”. Y yo mismo puedo decir que aprendí a leer y casi a hablar recitando los versos musicales del admirado Espronceda… y puedo certificar que a mis 82 años casi la sigo recordando y recitando en mis horas de soledad:

 “Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar».

Canción del pirata. José de Espronceda

 

Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín;

bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;

y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.

 

«Navega velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho,
del inglés,

y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

 

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,

sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,

que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

A la voz de ¡barco viene!
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:

sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

 

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Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!;
yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.

Y si caigo
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,

cuando el yugo
de un esclavo
como un bravo
sacudí.

 

 

 

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,

yo me duermo
sosegado
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar».

Por la transcripción Julio MERINO

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.