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Sólo hay dos clases de manifestaciones públicas: las religiosas, expresiones sociales públicas enaltecedoras del culto de latría (Corpus Christi) o de dulía, a los santos o misterios dogmáticos de la religión, en justo y lógico deber de veneración a las realidades trascendentes a las que el ser humano se debe, por sus orígenes y fines eternos.

Ennoblece la vida colectiva de una humanidad necesitada de esos cultos, que inspiran su vida y embellecen su muerte.

Las manifestaciones civiles se dividen en tres clases: las reivindicativas de derechos naturales de justicia, a veces conculcados por posibles abusos conscientes de poder o por incompetencia administrativa. Las enaltecedoras de heroísmos, fechas históricas y glorificantes o adversas, sufridas por causas naturales o artificiales.

Las “protestantes”, cargadas de la indignación contra los poderes públicos. Estas manifestaciones públicas, son un derecho natural de seres humanos que por vivir en sociedad, han de entenderse en los distintos capítulos conducentes al bien general, inspirado en las eternas leyes divido-positivas cuyo cumplimiento acarrea la justicia y con esta la paz social, dando a cada uno lo suyo (“uniquique sui”).

Ni que decir tiene, que con ese derecho natural comunicativo, se incluye como deber inapelable, e deber del uso de formas educadas ajustadas a razón, sin las cuáles, perderían el sentido justo buscado reivindicativo, inconfundible con otros fines.

Las manifestaciones enaltecedoras, tienen por objeto, un sentido de justicia y obligada gratitud a los acontecimientos históricos que han sido origen y causa formal o eficiente de bienes de toda clase, gozados por las generaciones sucesivas; heroísmos militares liberadores contra tiranías o invasiones, cruzadas de liberación religiosa de un pueblo, descubrimientos geográficos, conquistas evangelizadoras, proezas en el terrero de las ciencias y de las artes y personajes geniales sacrificados a las más nobles causas en favor del verdadero progreso humano integral.

Las manifestaciones “protestantes” son las que se prestan al desbordamiento de su fin justo exigitivo y primario, desembocando fácilmente en las conductas vandálicas, causando daños bárbaros en la economía, el orden público y el enfrentamiento de las clases sociales, rayando en la anarquía más irracional, degradante y denigrante del ser más elevado en categoría jerárquica, al ser creado a imagen y semejanza de Dios.

¿Qué culpa tienen los pobres comerciantes, los monumentos públicos, el mobiliario urbano, los pacíficos ciudadanos que van a su trabajo en medios motorizados, incluso el Gobernante de turno y su Gobierno, con un acto presuntamente delictivo de un agente policial o de cualquier ciudadano, incumplidor de sus deberes cívicos y morales, con la barbarie destructiva de bienes muebles o inmuebles, de un montón de horas de trabajo pérdidas, de alteraciones del orden público con sus costosísimos costes?

(Aquí, también tiene culpa el Sistema, que permite manifestaciones indeterminadas en falsas libertades).

Suponiendo que un agente (por ejemplo) haya abusado de sus facultades profesionales, que se analicen los hechos en el grado de responsabilidad y en caso de culpabilidad, se le sancione y se indemnice a la víctima en su grado justo; pero que no se organicen actos vandálicos, incontrolables por las fuerzas públicas y empobrecedores de las arcas públicas, que todos sufrimos.

En estos casos, la policía tenía que limitarse a blindar establecimientos indefensos por sí mismos y dejar pasar al rebaño amorfo e irracional en su desfogue de odios, de infelicidades personales o de contagios sugestivos de venganzas indefinidas, hasta que se aburran de chillar en su descarga de frustraciones; pero que no les hagan frente, porque eso es responder a la provocación irracional, empeorando la situación.

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Después, la Autoridad Judicial pondrá las cosas en su sitio, con la responsabilidad que le compete.

¡No hay mayor desprecio que no hacer aprecio!.

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Padre Calvo