24/11/2024 04:31
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He aquí lo que son las cosas. Primero nos derrotaron en las elecciones. Soy, acaso, el candidato más profusamente derrotado que conoce España. Y mis compañeros de candidatura, igual. Hablo de las elecciones de febrero, porque en estas de ahora, de Cuenca, no he sido derrotado, sino triunfante. Para quitarme el puesto han tenido que robar medio centenar de actas, pistola en mano, facinerosos llevados ad hoc de Vallecas y Cuatro Caminos. Las autoridades conquenses no han encubierto con perifollos su menosprecio de la ley. En un pueblo donde mi candidatura triunfaba ordenó el gobernador que, por buenas componendas, se diera la mitad del censo a cada lista. En el acta, que firmaron, ingenuos, hasta los interventores del Frente Popular, constan declarados los términos del compromiso y hasta la paternidad gubernativa de su inspiración.

Lo de Cuenca no ha sido una derrota electoral, sino otra cosa tan burda, tan descarada, que más vale tomarlo a risa. Hablaba de las elecciones de febrero, en las que Falange Española, desligada de todo pacto, presentó sus candidaturas propias y fue derrotada clamorosamente. Después vino el Gobierno del señor Azaña. Todos oímos por radio unas palabras tranquilizadoras y hasta prometedoras. Pero, ¡sí, sí! A los ocho o diez días empezaron los encarcelamientos en masa, las multas, los registros domiciliarios. Dicen que hasta se nos ha declarado fuera de la ley –digo «dicen» porque nadie ha visto decreto ni sentencia en que tal cosa se pronunciara; por el contrario, el Tribunal de Urgencia de Madrid, en fallo que hidalgamente ha tachado la censura, ratificó hace días nuestra licitud–. Por si estamos o no estamos prohibidos, cada gobernador, cada alcalde, cada comisario de Policía puede proporcionarse el contento de cobrar en mortificación nuestra todos sus rencores atrasados. Un día es una multa a una muchacha por llevar una blusa azul; otro día, un golpe de cárcel a quien saludó con el brazo en alto (¿se sabe cuántos grados puede medir lícitamente el ángulo del brazo con el tronco en nuestros deliciosos tiempos?); otro día, el ruin soplo de un diputado viajero determina la detención de un falangista que iba en tren por asuntos particulares.

Quién sabe si el servicio sanitario que estamos prestando a nuestra costa con deparar a tanto funcionario resentido algún desahogo para sus bilis. Quién sabe cuántos fracasos sociales e intelectuales, cuántos gramos de la intimidad fisiológica de estas pobres gentes están hallando alivio en el desagüe de nuestra persecución. Aquí hay un tema que no es para mí, sino para los que se consagran a la Patología.

Primero, derrotados; luego, perseguidos; al fin, según dicen, disueltos. No somos nadie ni importamos nada. Quien lo dude, puede leerlo en Política, órgano del mal humor gubernamental, que se permite a diario fulminar amenazas y sentenciar desapariciones con la insolvencia de quien no ha de encontrar leyes que constriñan, ni siquiera contradictores que le puedan responder. Hemos desaparecido. ¿Conformes? Y ahora es cuando llega el momento de decir: he aquí lo que son las cosas. Desde que se afirma que hemos dejado de existir no hay un solo aspecto de la vida española que no esté teñido con nuestra presencia. No hablo ya del fascismo o del antifascismo. Hablo específicamente del ideario y del vocabulario de la Falange. Bastaría desplegar ante la memoria aquellas palabras que se usaban en los lemas políticos hasta hace tres años: «derechas», «izquierdas», «gente de orden», «democracia», «reformas sociales». ¿Quién se atreverá a negar su marchitez? Hasta movimientos que cumplieron en su hora una misión considerable, ¿osarían desplegar sin retoque su viejo enunciado enumerativo: «religión», «patria», «familia», «orden», «propiedad»? Evidentemente, cada uno de esos lemas sigue rotulando valores humanos fundamentales; pero ya no pueden lanzarse así. La letra seguirá llena de interés, pero la música ha envejecido desoladoramente. La lucha política ha adquirido otro tono y otra profundidad. Al fin, los que no estaban en las líneas marxistas se han dado cuenta de que hay que encararse con el marxismo, cavando hasta las raíces que él explora. Simplemente: que es antídoto inútil contra el marxismo el que no parta de esta consideración: el mundo –y España forma parte del mundo, aunque otra cosa crea el señor Galarza– asiste a los minutos culminantes del final de una edad. Acaso de la edad liberal capitalista; acaso de otra más espaciosa de la que el capitalismo liberal fue la última etapa. Nos hallamos en la inminencia de una «invasión de los bárbaros»; de una catástrofe histórica de las que suelen operar como colofón de cada era. Nunca ha sido menos lícita que ahora la frivolidad. Pocas veces como ahora ha recobrado la existencia su calidad religiosa y militante. Las brechas de nuestros días se resisten a cicatrizar en falso. Hay que pedir socorro a las últimas reservas vitales, a las que, en las horas ascendentes, lograron edificar las naciones. De ahí la palabra de nuestros días: «lo nacional»; lo nacional dicho como propaganda de una misión, de una tarea, no como vago presupuesto de las tareas de todos los partidos. Ahora muchos tremolan el gallardete de lo nacional. Pero en política activa, con este sentido preciso, poético y combatiente, los primeros que proferimos la palabra «nacional» fuimos los hombres de Falange Española.

Y con ella, toda una dialéctica, toda una poética, todo un rigor formal hecho, más que nada, de renuncias. Al principio éramos pocos y nuestra voz débil. En ningún caso hemos contado con grandes órganos de publicidad. Celebramos actos, pero casi siempre les puso sordina una Prensa hostil en parte, y en parte recelosa. Sin embargo, por las misteriosas vías donde lo religioso se propaga, nuestras consignas, nuestras tesis, se iban contagiando y difundiendo. En este momento no hay un solo político español que no haya adoptado, más o menos declaradamente, puntos y perfiles de nuestro vocabulario.

El último neófito ha sido de marca mayor: don Indalecio Prieto. El 1 de mayo se fue a Cuenca y pronunció un discurso. ¿Estaría, quizá, más presente la Falange en el ánimo del señor Prieto por hablar en acto donde se preparaba el gatuperio electoral de que he sido víctima? Tal vez pasara esto; lo cierto es que el discurso del tribuno socialista se pudo pronunciar, casi desde la cruz a la fecha, en un mitin de Falange Española. Algunos párrafos, párrafos enteros, me han oreado el espíritu como encuentros felices con viejos amigos que uno había dejado de ver. Tengo en mi celda la colección del semanario Arriba, donde está impreso el texto literal de los discursos pronunciados en actos de la Falange. Es un deleite comprobar cómo frases casi textuales nuestras, y, sobre todo, pensamientos característicos, han sido trasplantados al discurso del orador de Cuenca, así como cuando exclamaba, refiriéndose a Extremadura: «Dije en aquella tierra, de donde salieron en gran número los hombres que, en una de las más bellas aventuras históricas, cruzaron el Océano… Que nosotros, los españoles…, teníamos que poner el ímpetu desbordante del genio español al servicio… de una conquista a realizar. ¿Cuál? Conquistar a España, conquistarnos a nosotros mismos.» O cuando se rinde ante lo espiritual. «El hombre ha venido a la vida no como una bestia. Se nos dice desde diversos puntos de vista religiosos, pero todos con razón, que el hombre es superior al animal.» O cuando señala, casi exactamente con palabras dichas en un gran mitin de la Falange, una de las lacras del sistema capitalista: «Ese hombre…, por razón del actual régimen capitalista, es tratado con menos consideración que una bestia, porque el patrono, cuando se le muere la cabeza del ganado, siente el tirón en su bolsillo al sacar las monedas con que ha de reemplazarla en la feria; pero cuando se muere un jornalero no siente tirones en su corazón ni en el bolsillo, porque…» la ovación no le dejó seguir; acaso el párrafo iba a acabar con las mismas palabras del gemelo párrafo nuestro. O cuando apostrofa: «¿En qué moral puede caber el fenómeno monstruoso de que sobre trigo, se pudra, y millones de españoles «de esta Patria nuestra» apenas lo coman por carecer de medios para adquirirlo?» O cuando increpa: «Cuando un país está sin hacer, cuando puede construirse todo, una incapacidad terrible en los gobernantes y –oídlo bien, que no vengo a adular a nadie– en los gobernados, que estemos sufriendo… la crisis enorme de trabajo que actualmente pesa, con peso agobiador, sobre los hombros de nuestra pobre España». O cuando proclama: «A medida que la vida pasa por mí… me siento cada vez más profundamente español. Siento a España dentro de mi corazón y la llevo hasta en el tuétano mismo de mis huesos…» «Así os habla quien se siente cada vez más español, y unido por vínculos que no se romperán más que por la muerte, si es verdad que la muerte los rompe, a sus hermanos de España, quiere verlos libres y dignos.»

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¿Qué lenguaje es éste? ¿Qué tiene esto que ver con el marxismo, con el materialismo histórico, con Amsterdam ni con Moscú? Esto es preconizar, exactamente, la revolución nacional. La de Falange: y hasta con la cruda descalificación de la España caduca que la Falange fulminó muchas veces. Yo lo dije en el Cine Madrid, el 19 de mayo de 1935: «El patriotismo nuestro también ha llegado por el camino de la crítica. A nosotros no nos emociona nada esa patriotería zarzuelera que se regodea con las mediocridades, con las mezquindades presentes de España y con las interpretaciones gruesas de su pasado. Nosotros amamos a España porque no nos gusta. Los que aman a su patria porque les gusta la aman con voluntad de contacto, la aman física, sensualmente. Nosotros la amamos con voluntad de perfección. No a esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora, sino a la eterna, inconmovible metafísica de España». Prieto ha dicho: «Nadie reniega de España ni tiene por qué renegar de ella. No; lo que hacemos cuando construimos estas agrupaciones Políticas es renegar de una España como la simbolizada en Paredes…… No somos, pues, la antipatria; somos la Patria, con devoción enorme para las esencias de la Patria misma».

La Falange no existe. La Falange no tiene la menor importancia. Eso dicen. Pero ya nuestras palabras están en el aire y en la tierra. Y nosotros, en el patio de la cárcel, sonreímos bajo el sol. Bajo este sol de primavera, en que tantos brotes apuntan.

(Editorial: Aquí estamos. Palma de Mallorca, 23 de mayo de 1936. Año I, número 1)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.