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En el libro “Voces paralelas” el tenor Giacomo Lauri-Volpi escribió el siguiente comentario sobre Lina Bruna Rasa…

La locura tenía que perturbar aquel nobilísimo intelecto: una enajenación intermitente y dramática. Se la conducía a la fuerza al camerino, y la pobrecilla se obstinaba en su mutismo. Alguien tenía que zarandearla, abofetearla incluso, y después acompañarla entre bastidores. Pero bastaba que la orquestra elevase las primeras ondas sonoras para ver aquel rostro iluminarse, vibrar, serenarse, sonreír. Bruna Rasa entraba en escena como volviendo en sí misma. No era ella quien se poseía, sino el personaje el que entraba en ella y participaba en la representación, como un “doble” mágico, venido o enviado quién sabe de dónde. La aventura concluía al cabo de unas horas como por sortilegio. Un gentil, vibrante loca, cantaba en gloria de voz como Santuzza no ha tenido jamás tan misteriosa ni conmovedora.

Su caso es, tal vez, único en el teatro lírico. Sin embargo, nadie en Italia, donde tanta publicidad se les hace a los ladrones, a los asesinos y aventureros, se ha interesado por la historia poética y trágica de esta criatura, mortificada por la naturaleza y el destino, que espera su fin languideciendo en una clínica.

Lina Bruna Rasa nació en Padua el 24 de septiembre de 1907. Como hemos leído en palabras de Lauri-Volpi, Bruna Rasa tuvo uno de los finales más tristes de entre todos los cantantes de ópera del siglo XX. Falleció en Milán en el año 1984, olvidada por todos, tras haber pasado sus últimos 36 años de su vida confinada en un hospital mental.

Debutó en el Teatro Politeama de Génova, en el 1925, en el papel de Elena de la ópera Mefistofele de Arrigo Boito. Es en esta fecha cuando fue descubierta por el director de orquestra Arturo Toscanini. Gracias a él debuto, en el 1927, en el mismo papel de Elena en La Scala de Milán. Ese mismo año y en el mismo teatro cantó Sly de Wolf Ferrari. Ahí conoció al compositor Pietro Mascagni. En 1935 estrenó la ópera Nerone en La Scala de este compositor.

Cuando tenía 24 años, en 1931, padeció los primeros signos de depresión aguda. Esto supuso que suspendiera varias representaciones. En los siguientes años la situación se agravaría y sus actuaciones se harían cada vez más esporádicas, la muerte de su madre en 1935 fue la gota que colmaría el vaso, cada vez le costaba más memorizar los libretos.

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Después de la muerte de su madre sufrió una severa crisis nerviosa que la llevó a pasar períodos cada vez más largos fuera del escenario, a menudo en sanatorios. Gino Bechi, quien cantó con ella en la grabación de Cavalleria Rusticana de 1940, recordó que durante las sesiones de grabación ella le preguntaba insistentemente si había notado los caballos blancos con alas que ella creía que esperaban para llevársela, pero se volvía completamente lúcida cuando comenzó la música. El tenor Giovanni Breviario que cantó con ella en Lecco en 1941 recordaba que…

Su maravillosa voz cobró vida nada más comenzar sus escenas. Esto sucedió solo en el escenario. Todos fuimos muy cariñosos con ella, pero cuando no estaba en el escenario, ella era pasiva, apática, no hablaba y permanecía obstinadamente aferrada a su bolso”.

El tenor Enzo de Muro Lomanto declaró que…

La experiencia de cantar Turiddu con Lina Bruna Rasa no fue comparable a nada en mi larga experiencia en el escenario lírico. Hizo que todos quisiéramos ser mucho mejores, y creo que lo hicimos”.

Después de morir su madre canceló todas las representaciones de Nerone en Génova en enero de 1936 y ni Mascagni consiguió convencerla para que volviera a los escenarios. En febrero de 1936 se sintió lo suficientemente bien como para cantar Elena en La Scala con María Caniglia, Aureliano Pertile y Tancredi Pasero, pero después de esas pocas actuaciones, Lina desapareció durante casi seis meses. ¿Por qué? Tenía miedo sobre su habilidades.

Sus colegas fueron increíblemente amables y alentadores, y finalmente encontró la fuerza para presentarse en los Giardini Pubblici de Milán en agosto de 1936 como Santuzza y Tosca, y con la continua solicitud de Mascagni, apareció con él en Livorno a fines de agosto como Santuzza. El público, muchos de los cuales eran conscientes de la fragilidad de Lina, la premiaron con fuertes ovaciones de pie en cada una de las cuatro funciones y, después de más persuasión, debutó entre aplausos tumultuosos en Nerone en el Teatro Real de Roma en diciembre. La tensión de una concentración tan intensa fue más de lo que Lina podía soportar, a pesar de su éxito, se negó a cumplir su compromiso de debutar en el San Carlo de Nápoles. Fidelia Campigna, que la había reemplazado en una actuación en La Scala y durante todo el compromiso de Génova, fue llamada, de nuevo, para sustituirla.

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Hay una leyenda que explica un intento de suicidio de Bruna Rasa, en el año 1937, arrojándose al foso de la orquestra durante una interpretación de Cavalleria Rusticana. Este hecho no quedó plasmado en ninguna crónica y, por eso, se duda que fuera cierto. Continuó cantando ocasionalmente en Tosca y en Cavalleria Rusticana hasta mediados de 1942, pero sólo en teatros muy pequeños con elencos poco conocidos. De vez en cuando Mascagni enviaba una limusina para recogerla y llevarla de regreso a su hotel, pues tenía miedo de que no supiera regresar.

En julio de 1942, mientras Lina descansaba en el Lido de Pesaro, la persuadieron para que cantara una interpretación de Cavalleria Rusticana. La cantó el 20 de julio de 1942. El crítico de “L’Adriatico” escribió amablemente que era un recuerdo vívido de un gran artista.

Lina fue internada esporádicamente en una casa cerca de Milán y, en 1948, se consideró que estaba lo suficientemente bien como para cantar en algunos conciertos. Tenía muchas ganas de volver a los escenarios y el 27 de julio cantó en Busto Arzisio. Arturo Toscanini viajó para escuchar a su amada Lina y salió del teatro con lágrimas en el rostro. La gira terminó unas noches más tarde, y cuando Lina intentó volver a participar en octubre, la obligaron a abandonar el escenario en medio de una actuación. Ya no podía recordar melodías simples, y se le habían olvidado la letra de las canciones.

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César Alcalá