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(A mis padres que me enseñaron el valor de decir NO)

El creciente vigor de las protestas contra la fiera dictadura comunista polaca condujo a ésta a decretar el 13 de diciembre de 1981 la Ley Marcial, un periodo de singular represión que se saldó con 56 muertos en año y medio, todo ello bajo el régimen de Jaruzelski. El sacerdote Jerzy Popiełuszko reaccionó a esa ley militar auxiliando a sus compatriotas represaliadas y presentándose en los juicios de las personas arrestadas, para manifestarles explícitamente su apoyo. Popiełuszko basaba toda su actividad pastoral en una cita paulina.  “No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien” (Romanos 12, 21).

Jerzy dijo NO

Jerzy Popiełuszko, de las pocas voces alzadas contra el inicuo y criminal comunismo del general Jaruzelski. Jerzy, a la sazón, regresaba a Varsovia en coche junto a Waldemar Chrostowski, un antiguo paracaidista que manejaba el volante. En la carretera de Toruń, cerca de Górsk, agentes de los servicios secretos disfrazados de policías de tráfico interrumpieron el devenir del vehículo y raptaron a Popiełuszko. Chrostowski logró, afortunadamente, saltar del coche en marcha y largarse. Popiełuszko también intentó huir, pero sus captores detuvieron el coche y le golpearon hasta dejarle inconsciente.

Tras torturarle, lanzaron al sacerdote a las aguas del río Vístula en Włocławek. Su martirio, atroz. Los asesinos se encarnizaron de manera brutal. Feroz sadismo, tan comunista. Un saco de huesos rotos su cuerpo hinchadísimo, el rostro negro y tumescente, la boca despedazada, el cráneo remachado a golpes de porra hasta arrancarle el cuero cabelludo alrededor de la frente. El cuello, marcado por un reguero violáceo, las bestias humanas revestidas de maderos, antes de arrojar el cuerpo al Vístula, le habían atado un saco de piedras para que no saliera a flote. La señal más aterradora, manos cubiertas de heridas, propias de quien ha intentado cubrirse el rostro en un último y desesperado intento de defenderse. Antes de morir pudo renegar de su fe. Escupir la Biblia. O pisotearla. Obviamente, dijo NO.

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August dijo NO

August Landmesser. Tirando del hilo sabemos que August, alemán, nació el 24 de mayo de 1910 en Pinnebergen. En 1931 se afilió al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, aunque uno pueda sospechar que lo hizo para conseguir trabajo, ya que la afiliación era inevitable, en muchos casos, para obtener uno. O tal vez lo hizo por convicción. A veces las personas cambian. Mejoran. La fecha clave es 1933, ya ascendido el inicuo y criminal nazismo al poder. Landmesser se enamoró de Irma Eckler. Reciprocidad amorosa, «problema» a la vista, ella judía, todo ello dos años antes de la inicuas Leyes de Nuremberg,

El 13 de junio de 1936, el Partido Nazi inauguró una nueva nave de la Armada alemana en los astilleros de Blohm&Voss, sitos en Hamburgo. El saludo romano, adoptado oficialmente por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, debía ir acompañado del hórrido berrido ¡Heil Hitler! Nadie se negaba a hacerlo. Por convicción o por miedo. Pero Landmesser se negó. August se mantuvo de brazos cruzados. Irma, su redención. Y August entró en la historia. Foto que se convirtió en paradigma del desafío. Pero fue su definitivo certificado de muerte en vida.

Landmesser fue echado del partido nazi. Plim. Sólo le interesaban, obvio, Irma e Ingrid, la hija que ambos tuvieron en octubre de 1935. En 1937, Landmesser trató de pirarse de Alemania con su mujer e hija, dirigiéndose hacia Dinamarca. Fue capturado en la frontera, otra vez aplicación de las Leyes de Nuremberg, por las cuales fue acusado de “deshonrar a la raza” y de “infamia racial”. Un año después, August fue absuelto, pero obligado a romper su relación con Irma. Obviamente, no lo aceptó y su gesto le costó ser enviado tres años a un campo de concentración.

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Irma, mientras, que estaba embarazada de él en ese momento, también fue detenida y llevada a un campo de concentración. Allí dio luz a la segunda hija de la pareja. Se llamó Irene. Su padre nunca pudo conocerla. Por supuesto, Irma fue separada de sus hijas y llevada a un campo de exterminio donde fue asesinada. Entre tanto, en 1941, Landmesser salió en libertad. No sabía dónde se encontraban sus hijas, ni jamás supo que su mujer ya había sido asesinada. Pero su innúmera pena no concluyó allí. Fue reclutado y enviado al frente. Y nunca más se supo de él. La tierra se lo tragó.

Gracias a ambos

Gracias, Jerzy. Gracias, August. Gracias a ambos por seguir haciéndome creer en el ser humano. Gracias a todos aquellos que dicen NO. Gracias a mis padres, sobre todo. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.