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“Todo preguntar es un buscar. Todo buscar tiene su dirección previa que le viene de lo buscado.”
Martin Heidegger (El ser y el tiempo)
Decía Zaratustra, singular personaje creado por Federico Nietzsche: “¿Será posible?¡Ese santo anciano no ha oído aún en su bosque que Dios ha muerto!”. La relación del hombre con la fuente de la energía universal, siempre ha sido complicada. Diríamos que se establece una relación de amor-odio, querer y no querer, de aceptación-negación, de complementariedad… Incluso para quienes niegan la existencia de una realidad trascendental al ser humano.
¿Vivimos dando la espalda a Dios? Hoy día, para muchos seres humanos Dios no existe. Si, puede resultar contundente nuestra afirmación; no obstante, si observamos (con un mínimo de rigor y sin ningún tipo de falso apasionamiento) y paramos a examinar nuestra vida, día a día, instante a instante, nos sorprendería comprobar que, en la práctica, vivimos manifestando que Dios es ajeno a nuestro diario existir.
Cierto, una cuestión es ignorar y otra distinta negar; en la realidad -en nuestra realidad- equivale a lo mismo. Para el llamado «mundo occidental» parece que ha quedado perdido en la “noche de los tiempos” aquellas vivencias infantiles de miedo y espanto ante un dios (dios en minúscula) de terror, justiciero y vengativo. Hoy día, en nuestro universo más cercano y próximo, la relación con el Creador (si afirmamos que Dios es sinónimo de Creador, de fuente original) ha variado considerablemente -¿quizás demasiado?-, hasta el extremo de vivir una existencia cotidiana alejada de las fuentes de la trascendencia.
La relación del hombre con Dios no esta ligada, en exclusividad, a la religión, ni siquiera al ámbito de la filosofía, arte o ciencia. Es una relación personal, íntima, profunda, vivencial y experimental. Si vaciamos de estos contenidos nuestra percepción estaría incompleta, igual que una mesa a la que la falta una pata de apoyo. Sin embargo, solemos asistir a una serie complicada de actuaciones que pretenden mostrarnos una visión estática, atrapada en el tiempo y excesivamente dogmática de Dios. Sí, rígida, asfixiante, carente de sentido práctico y nada comprometida con el humanismo de nuestras vidas, lo que de verdad necesitamos como auténtico sentido y consuelo (soy consciente que esta palabra posee un significado que provoca cierto rechazo para algunas personas).
¿Qué papel juega la religión en el siglo XXI? Desde nuestro punto de vista, todas las religiones tienen una cierta responsabilidad del distanciamiento del hombre respecto a Dios: demasiada teología, muchos dogmas, leyes, ritos, una lista interminable de prohibiciones, limitaciones y castigos han plasmado un mapa de indiferencia ante el hecho religioso en su manifestación. La ciencia (las ciencias sería lo correcto de afirmar, dado que la palabra ciencia es una pura abstracción) pretende cubrir el papel de la religión a la hora de explicar el universo, el mundo y al hombre; la ciencia intenta quitar los “miedos ancestrales” del ser humano, explicar el origen de la vida. ¿Y el sentido de la vida?, ¿por qué y para qué existo?, ¿quién soy yo?… Las eternas preguntas que siguen golpeando nuestras mentes pensantes.
La ciencia no consigue explicar aquello que está más allá de su propio campo de comprensión. Lo que es finito y temporal está sometido a la ley natural de “nacer, crecer, brillar y apagarse”; el ciclo de la vida, de la naturaleza es contundente: aquí, en nuestro mundo todo esta sometido a la mutabilidad, al cambio, a la impermanencia…
“Dios de la tierra, Dios del universo” son cara y cruz de una misma realidad existencial humana. El dios (en minúsculas) de la tierra es temporal, manejable según nuestras propias expectativas mundanas, partidistas, interesadas, pequeñas y mezquinas… siempre cambiantes según nuestro estado de ánimo; el Dios (en mayúsculas) del universo es eterno en el tiempo, inmutable en su esencia, origen y fuente de toda creación, la unidad a la que el ser humano inconscientemente ansía regresar.
Las religiones concretas, naturales, nos hablan y perfilan un “dios de la tierra”. La filosofía muestra un panorama, en apariencia, más completo, pero insuficiente. Los místicos viven la experiencia directa, certera y maravillosa de una trascendencia real, de un “Dios del universo”. En las palabras llenas de poesía, sonoras, bellas y armoniosas de Juan de la Cruz:
“Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo”.
La Espiritualidad está al alcance de todo ser humano. Vivir es algo maravilloso… vivamos la vida con autenticidad y plenitud. ¡Seamos más místicos, menos filósofos y religiosos de la existencia!
Federico de Sánchez
Periodista especializado en salud, crecimiento personal y espiritualidad. Filósofo y coach espiritual. Presidente de la Sociedad Española para la Difusión de la Espiritualidad.
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