20/09/2024 07:26
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He estado leyendo una novela histórica sobre este hombre tan fascinante y de desgraciado final. Como a Belisario, Estilicón, Escipión y otros generales su éxito en los campos de batalla provocó la envidia de sus superiores y sus gestas fueron pagadas con la ingratitud. Y en el caso de Flavio Aecio con el asesinato. Hasta ello, se había entretenido en pararle los pies nada más y nada menos que al bárbaro Atila, rey de los hunos.
 
Una vida dedicada al servicio al imperio, a pararle una y otra vez los pies a los bárbaros que cruzaban el Rhin y el Danubio, a cabalgar miles y miles de kilómetros para tratar de arreglar un poco el desastre de la Nochevieja del 406, a tapar un agujero aquí y otro allá, fue pagada con la traición y el asesinato por la mano de su emperador Valentiniano III, celoso por los grandes éxitos de su general ante las hordas bárbaras. 
 
El último romano.  El último general romano que dirigió un ejército que ya no era lo que había sido pues los jóvenes romanos ya no querían servir en la milicia y sus puestos en las legiones eran suplidos por bárbaros. Una vida en Roma llena de agradables pasatiempos era preferida a los rigores de la instrucción. Dejadez que fue pagada por la ciudad eterna con los saqueos por parte de Alarico y Genserico y con la pérdida del Imperio de Occidente en el 475.
 
Y viendo esta historia de traiciones e ingratitudes, de luchas por el poder desprovistas de todo tipo de moralidad, de jóvenes que ya no servían a su patria, me vienen a la mente algunos nombres de personas que en nuestro país han sufrido la injusta persecución del poder y tambien me viene a la mente nuestro ejército profesional lleno de extranjeros.  Como si los tiempos se repitieran o como si el espíritu humano no hubiese cambiado un ápice. Hombres tratados con la mayor injusticia como José María Ruiz Mateos, Mario Conde, el mismo Franco, o el Amancio Ortega objetivo de los podemitas nos hacen pensar en que si vale la pena esforzarse en ser mejor y en servir a esta ingrata patria con tu trabajo. Supongo que los militares que ven las filas de nuestro ejército rellena de extranjeros pensarán más o menos lo mismo.
 
Pero  como la ciudad de Roma tuvo en su pecado su penitencia aquí la tenemos también, pues en España ya nadie quiere ser empresario ni industrial, todo el mundo quiere ser funcionario, y debido a nuestra debilidad somos vacilados por nuestros vecinos del sur continuamente. Y esperemos a que no haya una guerra pues con este ejército de la señorita Pepis que nos están dejando nuestros próceres solo podemos perderla.
 
Aprendamos pues de las lecciones de la historia y tratemos de corregir nuestros errores actuales. Un país en el que la envidia, disfrazada de no se que ideales igualitarios, campa a sus anchas, no es un buen caldo de cultivo para que surjan personalidades excepcionales que nos coloquen al país a la altura de nuestros vecinos del norte. Necesitamos gente que vuelvan a repoblar el país con industrias y con españoles. Y jóvenes con la’vocación de servir a la patria sea cual sea el camino que elijan en su vida.
 
Todas estas cosas me vienen a la cabeza mientras leo la historia de Aecio. Por eso es necesario para nuestro país un brusco cambio de rumbo que nos haga superar la mediocridad en la que nos encontramos inmersos.  Que nos dirija un cirujano de hierro que no tenga miedo a que sus ministros le puedan hacer sombra en algún momento, que busque para dirigirnos a los mejores y no a mediocres, incompetentes, pelotas o lametraserillos.
 
Y que los que sirvan a la patria con generosidad sean recompensados generosamente. La envidia igualitaria se ha extendido como la peste por nuestro país y va a resultar complicado la sanación.
 
Si yo fuera presidente de gobierno de España lo primero que haría es nombrar a Amancio Ortega vicepresidente económico y lo segundo, encargar al ministro de cultura la realización de una película sobre el también genial empresario gallego Barreiros. Tenemos que decirle a los españoles que hay vida más allá del funcionariado y la hostelería. Que podemos competir con los extranjeros en cualquier tarea que nos propongamos. No solamente en los deportes.
 
Y también encargar películas sobre nuestros héroes. Desde Don Pelayo hasta Blas de Lezo pasando por las mil historias que hay que contar. Hay que ensalzar el espíritu patriótico de una vez. Para que nuestros jóvenes sirvan a la patria en sus actividades y para que vuelvan a hacer la mili y a rellenar las filas de nuestro ejército. 
 
La III guerra mundial llama a las puertas. Y no será Occidente contra la tercera Roma, sino la de Occidente contra los bárbaros. Estos se abalanzarán sobre nosotros y tratarán de subyugarnos. Al igual que lo hicieron los visigodos, los hunos, los francos, los vándalos, los cimbrios, los teutones, los partos y otros sobre el Imperio Romano. Debemos pues crear un país que sea un buen caldo de cultivo de personalidades excepcionales y de Trajanos, Julianos, Aurelianos, y Aecios. No nos engañemos pues. Si queremos la paz debemos irnos preparando para la guerra. Si no, nuestras mujeres serán violadas como lo fueron las matronas romanas por los godos y los vándalos y seremos poco menos que esclavizados. Nos lo están diciendo claro los yihadistas.  No nos tapemos los oídos y afrontemos el futuro con rigor y no con infantilismo. 
 
Las personalidades excepcionales deben encontrarse agusto en España. Es condición sine qua non para que retomemos el rumbo de la modernidad, industrialicemos el país y para que nos dotemos de un ejército preparado para lo que pueda venir. No caben más en España la ingratitud ni la envidia si queremos levantar cabeza. Por eso hay que prohibir el comunismo en España tal y como lo están haciendo Polonia, Hungria, Finlandia o Eslovenia. Esa peste igualitaria que pretende países sin ricos en vez de pretender países sin pobres debe ser extirpada de nuestra patria lo antes posible si queremos prosperar. Y no podemos tener dirigentes mediocres a los que el brillo de los demás moleste sus delicadas pupilas.  Ni Valentinianos que sufran con las victorias de los Aecios.
 
Y ya termino. Recomendándoles que lean el libro Flavio Aecio, El Salvador de Roma, de la editorial Almuzara.  Pasaran un buen rato y si meditan sobre los hechos que allí se narran, creo que llegarán a conclusiones parecidas como a las que he llegado yo y que les he expuesto en este artículo. Que las sociedades decadentes acaban hundiéndose y que debe haber personalidades excepcionales que tiren del carro si queremos una sociedad sana y en desarrollo. 
 
Hoy ya es Domingo y habrá que ir a misa a pedirle al Señor por los familiares, los amigos y las cosechas del campo. Está lloviendo últimamente y puede que se presente un buen año. Leyendo la historia de Aecio y luego saliendo al campo a ver los trigos me siento como Máximo Décimo Meridio contemplando sus cosechas. El problema es que tengo muchas dudas de si ahí arriba no nos dirigen algunos Cómodos en vez de verdaderos conductores de hombres. (Y algún día les contaré por qué digo estas cosas…)
 
 
 
 

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REDACCIÓN
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