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El otro gran tipo de nación, la nación cultural, tiene como soporte la existencia de un grupo étnico diferenciado, de un pueblo. La existencia de ese pueblo o grupo étnico no equivale obviamente a la existencia de una nación cultural o más exactamente a una nacionalidad, como lo establecido la Constitución del 78 con Vascongadas, entendiendo por tal la nación que no ha trascendido a una organización política propia. Como escribe Leibholz:
«El pueblo es, en realidad, algo que existe por naturaleza. Los pueblos, en oposición a las naciones, han existido tanto en la antigüedad como en la Edad Media y en la llamada Edad Moderna».
Podría incluso afirmarse, con Heller, la necesidad de un proceso de toma de conciencia específico para poder hablar de la propia idea de pueblo:
«Los criterios objetivos implican solamente ciertos supuestos y posibilidades de una conexión del pueblo, la cual para que se convierta en realidad, ha de ser, en primer lugar, actualizada y vivida subjetivamente. Por esta razón, la cuestión de pertenencia a un pueblo no puede resolverse remitiéndose sencillamente a una determinación de la esencia según modelos espirituales o acaso físicos.»
En cualquier caso, este pueblo se singulariza por unos rasgos peculiares, la raza, la lengúa, la religión, la geografia…,etc, que producen una identificación entre los componentes del mismo al tiempo que una singularización con relación a otros pueblos. «Este esquema, escribe Azkin, de similitud-disimilitud está constituido por lo que llamamos características étnicas.»
Finalmente, como escribe Busquets:
«Al no existir un hecho sociológico único como base de la nacionalidad, cada nacionalismo crea su propia teoría de los valores, en la que siempre tiene un valor primario el hecho sociológico que le sirve de base (…). El nacionalismo crea una teoría de los valores distinta en cada nación y eleva a la categoría de mito el hecho diferencial que es básico para su propia teoría nacional.»
La lengua adquirirá sin embargo, como lo estamos viendo en Cataluña y Vascongadas, el valor máximo como soporte cultural de estas naciones. El misticismo nacionalista sobre el tema alcanza su exposición más significativa en la obra de Fichte, pasando el idioma a convertirse en el alma de la nación.
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