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Una de nuestras efemérides históricas más gloriosas es el 2 de Mayo de 1808. En aquel día, el capitán Pedro Velarde, tras apoderarse del parque de Artillería con la ayuda de los madrileños que le secundaban tras desarmar a la guardia francesa que desde hacía días lo custodiaba y junto con su compañero de armas, el capitán Luis Daoiz, abrieron sus puertas, armaron a los paisanos, sacaron a la calle los cañones del museo del Ejército e iniciaron la lucha que iba a durar la friolera de seis años. Poco más tarde se unirían a ellos el teniente Jacinto Ruiz y el cadete, de 12 años, Juan Manuel Vázquez y Afán de Ribera. Hasta aquí muy bien. Honor y gloria por siempre a los iniciadores de aquel alzamiento popular por nuestra independencia, soberanía, dignidad e integridad territorial. ¿Les suena? Y bien está festejar tamaña efemérides pero…
Y es que siempre hay un “pero” en todo y, por desgracia, el de esa fecha es monumental.
Carlos IV y su hijo Fernando VII, sin coacción alguna, habían marchado a Francia donde firmarían sendos tratados con Napoleón el 5 y 10 de Mayo, respectivamente, por el que el uno cedió la Corona y el otro renunció a sus derechos. Aquél, a cambio de los palacios de Compiegne y de Chambord, de 30 millones de reales mensuales de por vida y 2 millones de renta a su viuda, así como 400.000 francos para los Infantes. Éste, por los palacios de Navarra y bosques de su dependencia hasta la concurrencia de 50.000 arpens libres de toda hipoteca, 400.000 francos de renta anual transmisible a sus herederos, más otra de 600.000 mientras viviera (la mitad de tal cantidad para su viuda). Literalmente los dos Borbones vendieron España a Napoleón; nación y Patria a la que esta dinastía siempre ha considerado, e incluso en la actualidad lo sigue haciendo, patrimonio y finca privada de la que pueden disponer a su antojo.
Junto a lo anterior, quiero resaltar la que para mí es la mayor de todas las ignominias e infamias de aquel glorioso 2 de Mayo de 1808 y que no fue, con todo lo dicho, la traición de los Borbones, pues al fin y al cabo lo llevan en la sangre –y a las pruebas históricas, hasta incluso al emérito a la fuga, me remito–, sino que me refiero a la traición de las autoridades políticas y nobleza en general en el poder entonces y, peor aún, a la de los altos mandos militares.
Así es. Porque la obediencia debida tiene sus límites tanto para el ciudadano como para el militar; y también para los eclesiásticos. Porque obediencia y disciplina no son sinónimos de sumisión e inhibición. Porque hay órdenes que ni se deben ni se pueden obedecer nunca. El caso es que ambos colectivos, autoridades políticas y militares, no sólo habían permanecido hieráticos, impasibles, pasivos e incluso colaborando con la invasión francesa, sino que para más escarnio y prueba de su traición y complicidad dicha ocupación se había producido sin oposición alguna porque habían emitido tanto políticos como mandos militares órdenes estrictas de dejar hacer a los franceses, motivo por el cual nadie se les opuso; peor aún, porque algún caso muy puntual y aislado había terminado con el solitario patriota colgado de una soga por los franceses con el visto bueno de la autoridad española del lugar y la inhibición de la militar.
Y es que no debemos olvidar que el alzamiento cívico-militar, la sublevación de Velarde, Daoiz, Ruiz, Vázquez y los madrileños lo fue contra esas órdenes, tanto las civiles como las militares, es decir, una auténtica rebelión contra sus superiores, lo que confiere a todos ellos y a su gesto mayor heroísmo aún si cabe.
Esta es la cruda realidad del 2 de Mayo de 1808. Por ello, cuando llega cada año, quien esto escribe siempre recuerda, junto al glorioso alzamiento de los patriotas que se echaron a la calle armados de mucho corazón y alguna faca, a los traidores que haciendo dejación de su autoridad, obligaciones y responsabilidades provocaron que España tuviera que desangrarse durante seis años en una guerra, como todas cruel, para expulsar al invasor al cual, si se le hubiera plantado cara en los Pirineos desde el primer instante, muy posiblemente no los hubiera traspasado.
PD.- Y no aprendimos, y por eso se tuvo que repetir la historia el 18 de Julio de 1936. Y seguimos sin aprender y por esa obediencia mal entendida, en realidad sumisión a lo que hoy se denomina “políticamente correcto” cuando en realidad es pura y dura traición, estamos como estamos y no hay que descartar que tengamos de nuevo que recurrir al corazón y a la faca ante la impasibilidad, hieratismo y pasividad cómplice y la traición de políticos y mandos militares… y eclesiásticos.
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