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En el Nuevo Orden Mundial -esta chirinola que nos han organizado los plutócratas matreros, con la colaboración de todo tipo de traidores-, la vida social y el mundo en general toman un aspecto nuevo, el aspecto anómalo y ruin, clásico de todo lo defectuoso y ficticio, derivado de una nueva visión existencial, de un nuevo sentimiento de la forma impura, inspirado por todo el impulso del Mal hacia la realización y el goce de la imperfección humana.
En todas partes, sobre todo en Occidente, encontramos este dominio del hombre depravado, esta inquietud exclusiva -dirigida por una distinguida oligarquía- de la pujanza y del goce del hombre vicioso sobre la tierra, que constituye el NOM. En todas partes y en todos los acaecimientos con que nos saluda diariamente la realidad, tropezamos con esa desaforada sed de dominio de la elite plutocrática sobre el género humano. El NOM, antónimo de Renacimiento, es el Desvanecimiento de la humanidad, una humillación de la Naturaleza y del Hombre.
Sus fuentes radican en un inmenso rencor contra el mundo y contra el prójimo, inspirado por la índole de sus creadores y por la pérdida de valores de la época; también en la torcida difusión de las redes sociales, instrumento que proporciona la información necesaria como punto de partida para sucesivas degradaciones en nombre de la modernidad, de la democracia y de otros tan solemnes como impostados conceptos.
Y, sobre todo, en la manifestación del punto de vista de los pervertidos que, tras alcanzar un mafioso y cuasi absoluto poder, se decidieron a salir del armario, provocadores e impunes, no ya con la idea de disfrutar libremente de sus desviaciones en sociedad, sino con la despótica voluntad de hacerlas omnipresentes, de imponerlas a sus semejantes y de mutilar la belleza de las concepciones cristianas, humanistas y de la Antigüedad clásica.
Por lo tanto, el punto de vista práctico, el deseo utilitario, las mandangas ecológicas, climáticas y similares han tenido y tienen en esta escenografía globalista una influencia real sin duda, pero más subordinada de lo que pudiera parecer. Y en esta venérea y prosaica apoteosis, en esta renovada visión del mundo, Anglosajonia ocupa la primacía, como ha venido y viene siendo habitual en toda resolución anticristiana y antihumanista, en las diversas tendencias protestantes y en las oscuras cofradías y sectas de todo tipo.
Porque Anglosajonia, en general, tiende a evitar o suprimir el espíritu cristiano y humanista. Y procurando no saber nada de eso, y dada su vocación de rapiña, sus objetivos suelen ser exclusivamente comerciales y utilitarios. De ahí que la mayor responsabilidad y las más abominables decisiones respecto a la creación y crecimiento de esta gomia voraz que es el NOM, han sido y son obra de las oligarquías anglosajonas o de ciertos alumnos de las Universidades anglosajonas.
En la actualidad, la idea predominante de la elite globalista desprecia la naturaleza humana de los gobernados en pos de la deshumanización del conjunto. El asunto principal, que no es otro que la sumisión de las multitudes, a toda costa y en todos los aspectos, apelando incluso al genocidio, absorbe a los asuntos accesorios. Se desenvuelven varios puntos a través de diversos gestos encauzadores, de los que se encargan los mass media propios o a sueldo.
La búsqueda del gesto definitivo excluye la anécdota. Todo lo noble y excelente es eliminado por un esfuerzo de abstracción, de embaucamiento, de exterminio. La composición de las agendas gira alrededor de un tema central: la defensa de la índole personal y de los privilegios -también de los sexuales- de esa minoría selecta, atrapada en sus megalomanías y satiriasis.
Es una síntesis, un todo, donde ningún componente puede ser modificado sin comprometer el desarrollo del conjunto. En esta contingencia, tanto como se desvanece el humanista, renace el libertino, con sus desviaciones y fantasías. Sostenido por la voluntad de su poder, el pervertido ha forjado una mafia arcoíris -LGTBI- con aspiraciones a erigirse en soberano absoluto, y se empeña en lograr la orgánica trabazón de lo antinatural, la subordinación a un centro, la convergencia de perversiones en un punto dado, abismo o cloaca, patología, en fin.
Con una devoción y confianza obsesiva y desmesurada hacia la ciencia, que han divinizado y a la que creen manejar en todo su desarrollo, existe en ellos una voluntad de dominar el espacio y el tiempo, más allá del poder sobre lo contingente, y de colocarlo en relación de dependencia con sus intereses y delirios. Ello se ve en el predominio y la floración de las imposiciones aberrantes, en la pujanza de la legislación despótica, como límites infranqueables que los nuevos demiurgos exigen a las multitudes.
¿Quién no ve aún que existe un esfuerzo para arrastrar hacia la abducción y mantener en el puño a la humanidad, sobre todo a esa parte de ella que quiere rebelarse y huir del pensamiento correcto, que se niega a claudicar ante la insania y la tiranía?
El fin consiste en la abominación y en la demencia más descarnadas: un mundo irreal y amenazador, desnaturalizado e inmoral, pero con paradójicas pretensiones de superioridad, felicidad y perfección. La grandeza, la dignidad humana desaparecen bajo el paso firme de los envilecimientos, del gusto por lo nauseabundo.
La vida se convierte, así, en el sometimiento a una ciencia subyugante e inhumana, susceptible de medidas y controles deshumanizadores y regida por el sanedrín de oro, los todopoderosos demiurgos de hogaño. Con el NOM, la armonía del universo y, más acá, de las obras y acontecimientos de la sociedad -al menos de la sociedad occidental- deviene de una estructura geométrica creada o supervisada por estrausistas y similares, una nueva escolástica ajena por naturaleza a toda verdad que no coincida con sus teorías y sus inclinaciones.
¿Quién ha podido contemplar en las instituciones globalistas sus pertinaces instigaciones a las confrontaciones bélicas, los reiterados terrorismos de falsa bandera, los sospechosos y sucesivos golpes de Estado, las propagadas y presentidas catástrofes víricas, sin experimentar la más arrolladora sensación de aniquilamiento perfecta y sin que sus brazos se abran como para estrechar a la misma Maldad, surgida del infierno más terrible?
El caso es que, cuando los ciegos -aunque sean de condición- y los locos guían, hay que compadecer a los que van detrás. La pregunta del millón es: ¿Sufrirá la humanidad, bajo las botas de estos dementes, una catástrofe definitiva, tras la que no quede piedra sobre piedra, o seguirá soportando las paulatinas catástrofes cotidianas, silenciosa e inerte, hasta llegar a la extinción final?
De cualquier modo, las perspectivas futuras, si la Providencia no lo remedia, son sobrecogedoras. Las sociedades hedonistas -con la española a la cabeza-, devotas del Mal o indiferentes a él, y refractarias a la Prudencia, están recogiendo la cosecha de sus capitulaciones y pecados. A la vista de una cristiandad lábil y de una humanidad indigna no es extraño que las hienas y los demontres se reproduzcan y afilen sus colmillos. Tenemos verdugos que nos castigan, y lo permitimos. Que cada palo, pues, aguante su vela; acompañado, eso sí, de su televisión y de su móvil, los últimos fetiches-basura de las multitudes en esta época decadente, desvanecida.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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