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Los intelectuales de izquierdas suelen acudir a balsamizar la persecución a la Iglesia en España entre 1931 y 1939, permitidas, si no propiciadas, por los jerarcas izquierdistas (PSOE, PC, UGT, CNT, y una larga ristra de gentuza con muy mala ralea) de la Segunda Republica, acusando a quienes la consideran de esa manera («Persecución religiosa republicana»), de ser fascistas interesados en magnificar lo que fue algo espontáneo ocurrido en un corto periodo de tiempo (1936); intentando hacer un símil con quien en estos momentos tiene la responsabilidad de gobernar este país.
Y, en esa línea bálsamo-ocultista, hay quienes, con falta total de decencia y sobra de desvergüenza, se permiten apuntar que el señalar de «Cruzada» lo que solamente fue una Guerra Civil, es una falacia inaceptable porque, «reconocer la trascendencia de la violencia ejercida contra el clero y los bienes y símbolos religiosos no implica mantener sin más que formara parte de una verdadera “persecución religiosa”.
No admitir desde un plano intelectual que en España, desde 1931 hasta abril de 1939, hubo persecución religiosa en territorio republicano -empezó siendo casi el total del territorio nacional- solo tiene justificación -jodida justificación- porque se tenga el cerebro mal formado en origen, y por esa desgracia, ser irracional «hincha» socialista, comunista, anarquista, o de cualquier otro siniestro ideal basado en la envidia y el odio. Eso, por no dudar de la honorabilidad de sus madres que probablemente son y fueron buenas mujeres aunque… ¿quién sabe?
No vale agarrarse al número -6832- de clérigos asesinados, que a casi todos los rojos de la época les parecerían pocos, igual que a los rojos de ahora; es utilizar una verdad vergonzante, 6832 eclesiásticos asesinados, en la práctica totalidad, después de haber sido martirizados, para tapar la mentira de que es un número escaso para hablar de «Cruzada», obviando con el mayor de los descaros la tremenda cifra, hasta ser irreconocible, el número, de seglares que, siendo miembros de Acción Católica, de cualquier otra organización similar o, simplemente, por frecuentar la iglesia de su barrio para oír la dominical misa y de asistir a otros oficios, fueros igualmente asesinados. ¡Si hasta se podría castigar de manera tan salvaje a cualquiera por despedirse de alguien utilizando un «adiós»!
Es cierto que tanto el numero de eclesiásticos como de seglares fue disminuyendo, pero solamente obedeció a que tanto unos como los otros ya habían sido fuertemente diezmados y, a tener en cuenta, las tropas nacionales iban reduciendo el territorio en manos de los asesinos.
No fue el Generalísimo Franco quien utilizó como excusa una Cruzada para salvar a la Iglesia Española, sino que fueron ellos, los propios asesinos, los que le pusieron «La Cruzada», encharcada en sangre inocente en sus manos.
Es sencillo; nadie se entretiene, salvo desde la pantalla televisiva del «Toro» (Intereconomía), El Correo de España y pocos más, en salir a taparles la boca a todos estos hijos de… ¡Sabe Dios de quién y de qué manera! que intentan tapar la bestialidad de las hordas revolucionarias fomentadas por gentes sin escrúpulos: Carrillo, la Pasionaria, Negrin, Indalecio Prieto, Largo Caballero y unos cientos más, queriendo unir «las sacas» de monjas, frailes o monjes de los conventos para arrebatarles la vida, como represalia del hecho de un bombardeo por los nacionales.
Me han contado, no sé si es verdad, que el único ser viviente que quedará sobre la tierra cuando todo vestigio de vida haya desaparecido será… ¡El Cabrón Ibérico!
Autor
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Mi currículum es corto e intranscendente. El académico empezó a mis 7 años y terminó a mis 11 años y 4 meses.
El político empezó en Fuerza Nueva: subjefe de los distritos de C. Lineal-San Blas; siguió en Falange Española y terminó en las extintas Juntas Españolas, donde llegué a ser presidente de Madrid.