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Antes que cualquier cosa, las personas necesitan una respuesta humana íntima. La opinión psiquiátrica sostiene que probablemente la mayor causa simple de las dificultades emocionales, de los problemas de comportamiento y aun de las enfermedades físicas es la falta de amor, esto es, la falta de una relación cálida y afectiva con un pequeño círculo de asociados íntimos. Un cúmulo de datos muestra que el delincuente es típicamente un niño del que nadie se preocupa mucho. Los niños que reciben buenos cuidados físicos básicos pero que no son abrazados, acariciados y amados, es posible que desarrollen una condición medicamente conocida como marasmo, de una palabra griega que significa «consumirse». Pierden peso, se enfadan y lloriquean apáticamente, y algunas veces, mueren. Un estudio clásico elaborado hace muchos años mostró cómo los niños en la atmosfera esterilizada pero impersonal de los hospitales o de los orfelinatos sufrían en su desarrollo emocional y con frecuencia mostraban altas tasas de enfermedad y muerte. La falta de afecto daña verdaderamente la capacidad de sobrevivir de un niño.

Abundan pruebas de que nuestra necesidad de compañía e intimidad y de respuesta humana afectiva es vitalmente importante para nosotros. Ciertamente, es probable que sea la necesidad social más intensa, mucho más necesaria que, por ejemplo, el sexo. Muchas personas célibes están llevando una vida feliz, sana y útil, pero una persona que nunca ha sido amada rara vez es feliz, sana y útil.

La mayor parte de las sociedades dependen casi por completo de la familia para obtener una respuesta de afecto. La necesidad de compañía se satisface en parte mediante la familia y, en parte, mediante otros grupos. Muchas sociedades primitivas tenían organizaciones y clubes semejantes en alguna forma a las modernas logias y fraternidades que desempeñaban muchas de las mismas funciones. Sin embargo, aun éstas se organizaban con frecuencia sobre la base del parentesco y eran, por lo tanto, una extensión de la familia.

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Por tanto, hay que preguntarse si estamos privando a nuestros hijos del amor correspondido por los niños y si estamos modificando los estatus y roles de los componentes de la familia y si estas modificaciones afectan a la vida posterior de los infantes.

¿Estamos ofreciendo cosas como sustitutos del padre? ¿Estamos ofreciendo presentes en vez de presencia? ¿Estamos dando cosas porque no estamos dispuestos a dar tiempo o a nosotros mismos o afecto? ¿Estamos sobornando a nuestros hijos haciendo tratos, comprando su afecto? Todo lo que necesita un chico es amor y seguridades. ¿Les estamos pidiendo que acepten los vales de nuestro amor en vez de la cosa real? Como el perro de Pavlov, el niño ha sido condicionado para responder al sonido de una campanilla con sueños de golosinas:» ¿Qué me trajiste?» Hemos desarrollado el extraño fenómeno del «niño expectante» para quien cada hecho exige un regalo. El mundo le debe un don. Hemos llegado al punto en que el vendedor ya no pregunta: «¿Qué cosa necesita él?, sino «¿Qué cosa no tiene?».

Cuando un niño se vuelve consentido, desconsiderado, egoísta, avaro, esto se debe a la falta de cariño que se le ha negado. Esto es lo que debemos ofrecer a nuestros hijos en familia, afecto y amor, y no en las tribus a lo que nos aboca la ideología de género que pretende destruir las familias tradicionales donde los padres cumplen con su función afectiva hacia sus hijos.

Autor

REDACCIÓN