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Todo mito acontece sueño. Gigantesca pesadilla en nuestro horror plandémico, sin razonable y cuerda y hábil opción de diferenciarla de la vigilia. De la realidad. De la descobijada verdad de los hechos. Y todo mito consolida el orden establecido. O por establecer. Con su consiguiente y detestable jerarquía. Y con su consecuente y sanguinaria violencia. Y todo mito concatena imágenes. En nuestras mediáticas sociedades, estrago y empacho y saturación de ellas. Imágenes tras imágenes, se convocan, se hablan, se embrollan, se entremezclan, se contraponen, se entrechocan, se penetran, se complementan, se extravían, se imbrican, todo ello en un complejísimo y espectacular y macabro retozo de asociaciones visuales. 

Forjando la mentira coronavírica

Con el mito se procede a la manipulación consciente de un conjunto de metáforas y analogías que ofrecen soporte a la mentira. Pequeñas o grandes. Fútiles o peligrosas. Hoy la trola coronavírica. Y tras la imagen, el mito se hace «carne» y habita entre nosotros. Con las nuevas tecnologías, aceleradísima cristalización. Apelando a la emoción, pura pornografía sentimental, la imagen favorece la construcción de una segunda realidad. Y otro gran arsenal para la forja del mito es el hecho de ignorar y manipular los hechos históricos, concibiendo situaciones si fuese preciso y necesario. De esa forma se fijan sus falaces mensajes y se desvía la atención hacia otros lugares deseados por los creadores del mito.

Embuste coronavírico, aparentemente verosímil

Un mito político – en nuestro caso, biopolítico -, desabrigada y explícita expresión de atroz poder, no deviene simplemente un fenómeno social, un relato explicativo o una plasmación de una idea cualquiera. Es mucho más, infinitamente más. Es la representación – concepto clave – forjada de determinados fenómenos, personas o ideas, generando, a la sazón, una mentira que será utilizada como verdad. La forja del mito requiere profusión de embustes, exageraciones (ahí reside gran parte de su potencia), generalizaciones y deformaciones. En el caso de la plandemia, colosal embuste muy mal perfumado de verosimilitud.

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El mito, creado para engañar a las masas

Y dicha representación o hiperrealidad o pseudosaber es construido y edificado y, posteriormente, difundido para engañar a determinados grupos poblacionales que creen  en lo que oyen  o ven. O piensan que oyeron o vieron («oí decir», » lo vi en la tele»). He ahí la rocosa fuerza del mito: hacer ver escenarios que se quieren ver aunque no existan. Y otra característica de su enorme fortaleza: opacar (incluso clausurar) la auténtica realidad. La verdad, vamos.

Covid-19, falsario relato, tan cutre

Ese oí decir que colabora en desencadenar una serie de falsas imágenes (tenebrosas, en su mayor parte) que, en su conjunto, indagan los fundamentos inconscientes de las creencias colectivas, tantas veces absurdas, disparatadas y/o criminales. El mito tima deliberadamente y logra conservarse y perpetuarse mediante la reiteración y la persistente reelaboración de su narrativa ficticia. En el caso del virus de la corona – o las casas reales cual virus-, relato ficticio y muy cochambroso. Narrativa con más agujeros que un colador.

El mito, tan caro a las frágiles mentes

Y, una lástima tener que admitirlo: las mentes de nuestros contemporáneos, España y más allá, débiles. Telecreyentes, creyeron en una mentira portadora de una apariencia o una probabilidad de verdad. Mentes sistemáticamente violadas y domesticadas durante los postreros decenios. Y considerando que nuestras mentes son recipientes de proyecciones mentales, tales imágenes – al mantener estrechos vínculos y verosimilitud con la realidad- se adaptan contribuyendo a perpetuar la mentira.

El mito y los chivos expiatorios

Y no es dable ignorar, tampoco, que la mente humana, valiéndose de la mentira  y la distorsión de los hechos, es esclava de (i)lógicas liberticidas y totalitarias. Y muy maniqueas. Con sus correspondientes y necesarios chivos expiatorios o propiciatorios. A saber, los burda y maliciosamente denominados negacionistas. O los que montaron el pollo hace dos findes.

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Y de esa manera el mito se transforma en fuerza reguladora de las diversas sociedades, sirviendo para el control mental y social de las masas. Y dichas mentes, adictas al mito creado, son talladas por pseudosaberes. Totalitarios. Omniexplicativos. Vampíricos. El de la mafia médica, uno de ellos. El de la tecnoestupidez, otro. Dos claves del actual y masivo lavado de cerebro mundial. Y óptimas palancas, aliadas al mito coronavírico, para llevar al corderito al matadero con muchísima más facilidad. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.