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Si algo tiene cualquier falso sistema democrático es que cifra toda su estructura en un sistema clientelar de intereses creados, donde el soberano pueblo paga la fiesta y los maestros de ceremonia, políticos profesionalizados, se auto invitan al ágape, disponen lo que debe consumirse y no contraen ninguna responsabilidad al final del dispendio, la borrachera contraída o el estado del vecindario. Lo vemos diariamente con la tragedia sanitaria del covid19.   

 

La fiesta de la Constitución se celebra el 6 de diciembre por ser el día en que se aprobó la Constitución mediante referéndum a la nación con una simple pregunta: ¿Aprueba el proyecto de Constitución? Tiene un trasfondo político e histórico significativo, al pretender prefigurar la democracia como salvaguarda de la Constitución y no al revés, lo que incapacitaría toda honesta celebración, si los máximos responsables de su cumplimiento la ignoran o vulneran sistemáticamente. Su fraudulento artificio viene del origen, al contraponerse al franquismo, no obstante traer causa y legitimidad de él.

La primera vez que se celebró como festivo nacional fue en 1983, cuando el socialismo quería presumir de “cien años de honradez y firmeza” y los medios de comunicación, la oposición y la sociedad lo aceptaba sin pestañear. Texto y fecha en la que sólo algunos visionarios, hoy pasto de biblioteca, se atrevían a decir qué adolecía de defectos perniciosos – Título VIII – que podían provocar la conversión de la nación en un “Reino de Taifas”, la política en un coto de arribistas, las instituciones en figuras de cartón piedra y la sociedad civil en sumisos paganos de la orgía fiscal que se iniciaba. Vuelta al punto de partida del convulso y triste siglo XIX y mitad del XX, al repetirse las mismas causas.

Los 169 artículos, 4 disposiciones adicionales, 9 disposiciones transitorias, una derogatoria y otra final, no son más que papel mojado en el quehacer cotidiano de nuestros gobernantes, cuyo progresivo deterioro, sistemático incumplimiento, cuando no flagrante violación, ya no encuentra freno ni en las resoluciones judiciales de las más altas instancias T.S. y T. C., pues nadie ejecuta según que resoluciones y se sigue legislando abiertamente contra la Constitución. De ahí que, en 42 años de vigencia, sólo ha sido reformada en dos ocasiones; una para regular el voto extranjero; y otro para la estabilidad presupuestaria. No hace falta modificación alguna, basta con no cumplirla y dominar desde el poder ejecutivo, al resto de poderes del estado, controlar los medios de comunicación e inutilizar toda oposición real de la sociedad. En esa fase final estamos. ¡Lo celebrará el pueblo!

De ahí la pregunta que hoy se formularan infinidad de españoles: ¿Hay algo que celebrar? Solo desde el cinismo más abyecto y desde la hipocresía más lacerante puede invitarse al pueblo español a celebrar tal efeméride. Hace mucho tiempo que la partitocracia ha desterrado al ciudadano como sujeto político, confinándolo a la condición de súbdito que hace, ve, lee y contribuye en lo que mande el Estado. Hace mucho que la democracia está secuestrada por una “camarilla” de ambiciosos indocumentados, sin ningún otro principio que el de usufructuar el poder a cualquier precio. Hace mucho que la ejemplaridad y transparencia brilla por su ausencia; que no existen contrapesos; que nadie audita a un poder sin control, de aventureros de la política al servicio de una ideología comprobadamente degradante. Los prófugos, tránsfugas, conseguidores y traficantes de influencias campan a sus anchas. Basta con ver los nombres de quienes forman los Consejos de Administración, bien remunerados, de las empresas más importantes de este país, para darnos cuenta de hasta dónde llegan los tentáculos del poder y la corrupción consentida. ¡Hay que celebrar esa Omertá!

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Hasta qué punto tenemos que admitir que se constituya un gobierno en España contra la nación y contra el pueblo, sin posibilidad de rebelarnos. Hasta cuando la paciencia y pacifismo del pueblo soportará un gobierno de terroristas, sin ocultar su condición, ni arrepentimiento; de separatistas, que desean abiertamente volver a intentar romper la soberanía de nuestro pueblo y la integridad de nuestra Patria; de comunistas, que aspiran a una democracia como la de Cuba o Venezuela; de un presidente, mentiroso compulsivo, temerario en su osadía, sin escrúpulos, ni moral, cuya única aspiración es el poder e impedir su alternancia. ¡Es para celebrarlo!

En qué código genético o deontológico, legal o consuetudinario, doctrinal o lógico se dice que todo poder que salga de las urnas es legitimo y lícito, aunque destruya los cimientos de esa licitud y legitimidad; y, con ella, la convivencia, las reglas del juego democrático y el propio estado de derecho. No puede haber dialogo, ni auto-gobierno sin límites. No existe, ni es admisible el derecho de secesión. Ni el que se prohíba o discrimine el idioma común, se adoctrine a nuestros hijos y se imponga, por ley, un falso relato de nuestra historia. Tampoco que se discrimine, por razón del territorio en que vivan, a nuestros ciudadanos; ni que se permita una invasión extranjera de nuestro territorio de consecuencias imprevisibles. ¡Debemos celebrarlo!

 

El día de la Constitución que hoy pretenden que celebremos, quienes menos creen en ella y la respetan, es incumplida de manera reiterada y sistemática por el poder político, sin consecuencias. De los tres primeros artículos, no se respeta ampliamente ninguno. Basta con leer el primero para abandonar la fiesta de exaltación con quienes la conculcan de manera flagrante hasta hacerla inoperante como fuente del derecho. 1.- “España se constituye en estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. No hace falta comentar como se respetan esos valores superiores del ordenamiento jurídico. ¡Para celebrarlo, verdad!

 

2.- “La soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan los poderes del Estado”. ¿Queda algún poder en el Estado que quiera ejercer tan ineludible deber? Hasta ahora, no lo he visto. Y cito, por todas, la Sentencia del Tribunal Constitucional 4334/2017 de 17 de octubre que declaró la inconstitucionalidad y nulidad de la Ley de Cataluña 19/2017 de 6 de septiembre, denominada “del referéndum de autodeterminación”. En que sueño o cajón duerme semejante resolución, amplísimamente rebasada. ¡Imagino celebren, hoy, los separatistas!, la Constitución que les permite romper la soberanía de nuestro pueblo, sin consecuencias.

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3.- “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”. Si, lo han leído bien. Una Monarquía parlamentaria que puede ser silbada en cualquier estadio; a la que puede impedírsele asistir a un evento trascendente como es la entrega de títulos a la nueva promoción de jueces; que debe cumplir con los protocolos de su rango y dignidad, asistiendo a la toma de posesión de un sátrapa bolivariano; y que debe pedir perdón por alertar a los españoles, en un comunicado, de que tomen conciencia del grave deterioro de la convivencia y golpe de estado (ensoñación) que se estaba perpetrando en una parte del territorio español. En estas circunstancias, no inventadas, ni exageradas, ¡debería presidir la celebración! ¡Hay algo que celebrar! Capaces son, conozcamos su historia, de proclamar la República, aprovechando la celebración y a ritmo de mariachi.

 

Hoy, solo celebraré tener entre mis manos el largo dialogo de Julio Merino con Dios y poder meditar, en el asueto familiar, sobre esta España de triste destino que, habiéndolo tenido todo, todo lo ha perdido: “Ayer los españoles discutían sobre Unamuno y Ganivet. Hoy discuten sobre Julián Muñoz o la Pantoja. ¡Qué gran cambio, Señor! Ayer en los telediarios sólo se hablaba de los pantanos inaugurados. Hoy sólo se habla de mujeres maltratadas. ¡Qué gran cambio, Señor! Ayer una persona honrada -hombre o mujer- era una persona respetada. Hoy, una persona honrada -hombre o mujer- es un gilipollas. ¡Qué gran cambio, Señor! Ayer los vascos y catalanes eran españoles. Hoy matan por no ser españoles. ¡Qué gran cambio, Señor! Ayer los terroristas eran asesinos. Hoy, son apóstoles de la paz. ¡Qué gran cambio, Señor! Ayer en las catedrales había fe y religión. Hoy, sólo hay turismo. ¡El mundo ha cambiado, Señor! Ayer los “puentes” eran de piedra o hierro. Hoy, los “puentes” son turismo y cachondeo. ¡Qué cambios, Señor! Ayer, Franco era Dios… y hoy, hasta la Iglesia le ha dado la espalda. ¡Así es España, Señor! Ayer yo fui una joven promesa…. Hoy soy una vieja realidad. Ayer yo tenía la vida por delante, y hoy tengo la vida por detrás. Ayer yo creí en los seres humanos y hoy sólo creo en tu providencia. Ayer yo sabía lo que era España y hoy me duele en lo que se ha convertido España. Ayer yo creía que el mundo tenía arreglo, y hoy estoy convencido que vamos al desastre. Y sin embargo sigo teniendo fe. ¡No cambio, Señor!

 

Adán y Eva. Caín y Abel. Pedro y Pablo. Barrabas y Jesús. ¿Porqué siempre igual? ¡Dios mío!

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