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William Lampart, conocido como Guillen Lombardo de Guzmán, nació en Werford (Irlanda) en 1615. Era miembro de la pequeña nobleza irlandesa. Estudió en Dublin y Oxford matemáticas y ciencias. Estaba muy dotado para las lenguas y hablaba francés, italiano, castellano, latín, griego, alemán e inglés. De fuertes convicciones católicas, quedo muy influenciado por los profesores franciscanos que tuvo a lo largo de esos años de aprendizaje. El padre se dedicaba a la exportación con Francia y España. Al padre le llegaron a acusar de conspirar contra los españoles. La reacción del hijo no se hizo esperar y distribuyó octavillas en contra del rey. Esto supuso su expulsión de Oxford y que le condenaran a muerte. El joven Lampart ya apuntaba maneras. Para salvar la vida se enroló en un barco pirata. Abandonó la piratería al llegar a España. Aquí pidió una beca a Pedro de Toledo y Leiva – marqués de Mancera, virrey de Galicia y del Perú, embajador en Alemania y Venecia, miembro del Consejo de Guerra de Felipe III- para seguir estudiando. Este se la concedió y pudo continuar sus estudios en el Colegio de San Patricio. Estos los terminó en el Colegio de San Lorenzo de El Escorial.

Al terminarlos se incorporó a un batallón irlandés del ejército español para luchar en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). No estuvo mucho tiempo luchando en el frente y decidió regresar a España. Una vez aquí le encargaron que fuera a los Países Bajos para construir fortificaciones. Compaginaba este trabajo con el de espía para Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, conde de Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor. Tenía la confianza de este y por eso le encargó que espiara a Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, duque de Villena y virrey de la Nueva Española. Olivares no confiaba en el virrey. A su llegada al Nuevo Mundo se ganó la confianza del conde de Villena. Incluso llegó a trabajar para él. Poco a poco descubrió el complot que el conde estaba tramando. Con la ayuda de los portugueses pretendía proclamar la independencia de la Nueva Española. Todo esto fue relatado por Lampart en cartas enviadas a Olivares y al rey. La consecuencia fue que el conde de Villena cayera en desgracias y fuera destituido como virrey.

Mientras espiaba al conde tuvo conocimiento de la brujería que practicaban algunos pueblos de la Nueva Española. Se puso en contacto con ellos para conocer los misterios de aquello que era desconocido para él. Este tipo de prácticas estaban prohibidas y perseguidas por el Santo Oficio.

Viajó con él a la Nueva española el obispo Juan de Palafox y Mendoza. Este tenía que sustituir al conde de Villena hasta la llegada del nuevo virrey. Gracias a su relación con el conde sabía perfectamente el funcionamiento de la administración. La ambición de Lampart era convertirse en virrey. Se dio cuenta que la idea del conde no era descabellada y que podía realizarse. Aún quedaba un poco de tiempo hasta la llegada del nuevo virrey García Sarmiento de Sotomayor y Luna, conde de Salvatierra. Durante este intervalo Lampart tuvo tiempo de llevar a término su plan. Falsificó despachos reales donde se le nombraba marqués de Cropal, virrey de la Nueva Española y capitán general. Asimismo falsificó cartas en las cuales se informaba que la Corte tenía noticias de cierta traición del conde de Salvatierra. En ella se pedía que apoyaran al marqués de Cropal y apresaran a Salvatierra cuando llegara. Una vez reconocido como virrey de la Nueva Española la destitución de Salvatierra sería efectiva.

El plan de Lampart era conseguir la independencia de la Nueva Española. El plan estaba bien organizado y sólo tenía un fallo. Tarde o temprano llegaría alguna carta de España en la cual no se le reconocería ni como marqués ni como virrey. La solución era armar su propio ejército. Buscó personas comprometidas con su causa y a los soldados les pagaría generosamente para que defendieran la legitimidad del nuevo virrey. Con su ejército ya formado le sería muy fácil proclamar la independencia y luchar contra aquellos que se opusieran a él. La culminación de todo aquel proyecto era comunicar a todo el mundo que él era el virrey de la Nueva Española.

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Si bien el plan estaba minuciosamente trazado no contó con la traición. Y esta desencadenó el final del sueño de Lampart. Felipe Méndez Ortiz, el traidor, descubrió las cartas falsas que Lampart había escrito a Francia, Portugal y al Papa, como marqués de Cropal, en las cuales les pedía ayuda para su empresa. También conocía su afición por la brujería. Sin pensárselo dos veces decidió denunciarlo ante el Santo Oficio. Este actuaba por denuncias. Es decir, el culpable tenía que demostrar su inocencia. Lo detuvieron y en su casa encontraron las cartas anteriormente mencionadas y otra en la cual se aseguraba que era miembro de la Inquisición.

El proceso contra Lampart duró desde 1642 a 1659. Lampart fue acusado de haber practicado la astrología y de brujería. Durante el juicio se defendió de modo notable. Argumentó que todas las acusaciones eran falsas. Que, como espía del Conde-Duque de Olivares, debía ingeniárselas para descubrir intrigas y traiciones. De nada le sirvieron sus contactos en la Corte española y en Irlanda. Se quedó sólo ante la sentencia de la Inquisición. A este hecho se une que Lampart conocía muy bien los entresijos del Santo Oficio. Sabía que era un tribunal corrupto. A todos les interesaba que desapareciera. Por eso en 1649 fue condenado a muerte.

Antes de que esto ocurriera fue encarcelado e incomunicado. No podía tener ningún tipo de contacto con el mundo exterior. No fue así. Lampart continuó escribiendo a aquellas personas que aún confiaban en él. Para hacerlo las escribía con zumo de limón. Para la inmensa mayoría era un papel en blanco. Los suyos sabían que si lo pasaban por encima de una vela lo podrían leer. Su actitud en la cárcel fue frenética. No cesó en su empeño conspirativo y no descartó ser virrey de la independiente Nueva Española.

Al ver que la sentencia podía estar cercana y no conseguía sus propósitos decidió fugarse de la cárcel. Lo consiguió pero, en vez de esconderse, se dedicó a repartir un edicto contra los inquisidores y el arzobispo. Aquella fuga supuso que se convirtiera en un héroe. Nadie conseguía escapar de las cárceles del Santo Oficio. Esto hizo que se convirtiera en un personaje peligroso para la Corona española. A los pocos días fue detenido de nuevo y ya no consiguió escaparse nunca más. La fuga se produjo en 1650 y aún tendrían que pasar nuevo años antes de aplicarse la sentencia de muerte. Durante aquellos años se dedicó a escribir varios libros, entre ellos salmos y poesías en castellano y latín. Atrás habían quedado las conspiraciones y su intento de gobernar. Incluyo llegó a firmar una confesión, donde se inculpaba de todos los delitos, para que no ejecutaran la sentencia. No le sirvió de nada.

La sentencia se cumplió el 19 de noviembre de 1659. En un solemne auto de fe fue quemado vivo acusado de apóstata y sectario de Calvino, Huss, Wicleff y Lutero. La sentencia decía así: “… mandamos que esta nuestra sentencia […] le sea leída y publicada en el cadalso donde hubiéremos de celebrar auto general de la fe, llevando puestas el dicho Don Guillermo Lampart las insignias de relajado y mordaza en la boca teniendo elevado el brazo y mano derecha asida por la muñeca a una argolla que para este efecto se pondrá en el lugar donde los reos oyen sus sentencias todo el tiempo que durare dicha publicación en pena de haber escrito con ella los libelos infamatorios y falseado cedulas de su Majestad y por esta nuestra sentencia definitiva juzgando así lo pronunciamos y mandamos…”. La sentencia del juez secular, que le es leída a Lampart, decía: “En la ciudad de México miércoles a diez y nueve días de noviembre de mil y seiscientos y cincuenta y nueve años estando en la plaza mayor de esta ciudad en los tablados altos de madera arrimado a las casas de cabildo y audiencia ordinaria haciéndose y celebrándose auto público de la fe por los señores inquisidores apostólicos desta nueva España fue leído una causa y sentencia contra don Guillen Lombardo de Guzmán que está presente por el cual se manda relaxar a la justicia y brazo secular por erexe pertinas […] Fallo atento a la culpa que resulta contra el dicho Don Guillen Lombardo que debo de condenar y condeno a que sea llevado por las calles públicas de esta ciudad caballero en una bestia de albarda y con voz de pregonero que manifieste su delito a la plaza de San Hipólito y en la parte y lugar que para esto está señalado, se queme en vivas llamas de fuego, hasta que se convierta en cenizas y del no quede memoria y por esta su sentencia definitiva así lo pronuncio y mando en estos escritos y por ellos comparecer de hacer que se ejecute […] Y luego incontinenti el dicho mes y año a horas que serán como las cinco de la tarde el dicho Don Guillen Lombardo caballero en una bestia de albarda con voz de pregonero. Por Don Marcos Rodríguez de Guevara alguacil mayor fue llevado por las calles acostumbradas a la plaza de S. Hipólito y a la parte y lugar diputado para este efecto, donde habiéndole puesto en un madero y este pertinaz fue quemado vivo su cuerpo hasta que se convirtió en cenizas, todo lo cual pasó en mi presencia, de que doy fe, testigos Juan Cortes y Antonio de Bobadilla. Ante mi Caspar de Rueda Escribano Real y público”.

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Andrew Philip Konove, en The devil and the irish king: Don Guillén Lombardo, the inquisition and the politics of dissent in colonial mexico city, escribe que “Don Guillén Lombardo no representa el arquetipo colonial mexicano, es decir, su historia no simboliza una típica experiencia en el Nuevo Mundo, pero su vida y los procedimientos inquisitoriales ilustrar algunas de las formas que el poder ejerció en la Nueva España del siglo XVII. Su caso nos permite examinar más de cerca las deficiencias en la época colonial. En concreto la autoridad y los casos en los que su legitimidad fue cuestionada. Al revisar los datos históricos de Don Guillén, podemos señalar los «espacios» que los historiadores y teóricos de la literatura como Serge Gruzinski y Walter Mignolo han identificado como características definitorias de la sociedad del Nuevo Mundo. Algunas de las lagunas, como la incapacidad de la Inquisición para comunicarse en una lengua que todos podían entender, y los riesgos inherentes que la producción de un auto de fe. Otros, sin embargo, reflejaran los problemas particulares que enfrentan los gobiernos europeos con el continente americano. Los inquisidores con sede en la Ciudad de México, a pesar de su red de comisarios y familiares, no podían controlar el comportamiento moral y religioso de los habitantes de un territorio tan vasto. No comprender la naturaleza compleja espiritual del Nuevo Mundo, que fue una hibridación de católicos, indígenas, «folklore», y las prácticas ortodoxas. Además, clasificaron los crímenes religiosos utilizando una taxonomía del Viejo Mundo incapaces de acomodar los desafíos de la sociedad mexicana. A mediados del siglo XVII, como el Estado español luchó para mantener su estabilidad política en el país y el extranjero, las autoridades religiosas en México lucharon para cerrar las lagunas de su control. Los disidentes como Don Guillén, sin embargo, trataron de impulsar aquellos espacios abiertos, y, aunque la Inquisición al final los detuvo, disfrutaron de pequeñas victorias”.

El 25 de enero de 1667 el Santo Oficio decidió remitir a España el expediente de William Lampart. Este fue archivado y su historia olvidada. No ocurrió lo mismo en México, pues se le considera un héroe del movimiento independentista. En el Monumento a la Independencia de Ciudad de México, inaugurado en 1910, hay una estatua dedicada a su memoria. Su vida ha quedado inmortalizada en la obra teatral Lampart o de cómo colarse en la historia de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio. En ella se revisa su la prisión y muerte.

Autor

César Alcalá