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El Gobierno vasco acaba de dar a luz una normativa que, con la apariencia de promover la recuperación de los restos humanos de los republicanos represaliados en la guerra civil, pretende de facto establecer una tiranía administrativa contra aquellas personas residentes en dicha comunidad autónoma que aún admiren la obra política y social del régimen de Franco o sean partidarios de los ideales políticos en que dicha autocracia se sustentó: el tradicionalismo carlista y la Falange, fundamentalmente. Todo ello denominado cínicamente enaltecimiento del franquismo. Con ello el presidente Urkullu se asimila a los nuevos tiranuelos que, como señores feudales, campan a sus anchas por algunos territorios regionales de nuestra Península, exhibiendo una incultura y soberbia despreciables. Esperábamos en esta materia tan delicada, la verdad, algo diferente del Partido Nacionalista Vasco, partido al que se le presume cierta sensibilidad no en vano cuando estalla la Guerra Civil, el citado partido se parte en dos facciones antagónicas: los que se adhieren a los alzados del general Mola, nacionalistas vascos de Navarra y Álava, y los que prefieren continuar en compañía de los partidos y sindicatos del Frente Popular. Por ello, nos vemos obligados a comentar públicamente algunas de las barrabasadas que, sin duda, se cometerán con la aplicación de ucase tan parcialísimo, pues se ha ofendido no solamente el recuerdo de los caídos de la guerra civil sino, lo que es más grave, a las víctimas recientes del terrorismo separatista vascongado.

La República

No hubo paz en el País Vasco en los años de la IIª República, si bien el pistolerismo debiera remontarse a años atrás, como consecuencia de los enfrentamientos habidos entre socialistas y comunistas en las calles bilbaínas. No obstante, es en 1934 cuando comienza a vislumbrarse la violencia política. De hecho, en septiembre, es asesinado por unos pistoleros socialistas el industrial hostelero falangista Carrión Damborenea  cuando paseaba por la capital donostiarra, tras ser amenazado días antes. Semanas después estalla la revolución socialista en Guipúzcoa, apoderándose los revoltosos de Mondragón, Eibar y Pasajes, asesinando en la primera localidad al diputado tradicionalista Marcelino Oreja Elósegui, junto con el lerrouxista Rezusta, acribillados ambos en una pared, empleándose balas dum-dum en dicha ejecución. En Hernani, los revolucionarios no tienen tiempo de organizar “la limpia”, pero en San Sebastián  logran asesinar a un barrendero de la limpieza.  Por su parte, en la provincia de Vizcaya, la revolución cuenta con muchos más adeptos y ha sido mejor organizada, cooperando en el complot, socialistas, anarquistas, comunistas y nacionalistas. Con todo, las tropas del Ejército y orden público se imponen sobre los revoltosos, rindiendo los focos revolucionarios tanto en el área de Bilbao como en los pueblos mineros. La revolución definitivamente fracasa, pero deja un reguero de sangre a su paso, cobrándose la vida de varios individuos, incluyendo mujeres y niños.

Ya en el trágico año de 1936, hemos de referirnos al catorce de julio cuando caía muerto en San Sebastián el falangista Manuel Barnús, tras hacer fuego los guardias de Asalto contra la multitud que acudía a un funeral por la muerte de Calvo Sotelo. Pero pudieron ser más: el quince de abril fueron sancionados en Vitoria varios jóvenes por vitorear a España; el 26 de abril, un falangista fue apuñalado en Donostia resultando muy grave; el 27, ocurriría una reyerta política en Bilbao produciéndose un muerto y varios heridos; el dos de mayo, fue tiroteado en Labastida un concejal tradicionalista, resultando herido, y el mismo día, una persona resulta herida frente al Círculo Tradicionalista de Oñate; el cuatro de mayo, se intentaría incendiar varios templos de la capital donostiarra.

La persecución de los partidarios del Alzamiento (1936-1937)

Hasta 1937, las tierras vascongadas fueron una tiranía encubierta, siquiera se cubriera con los harapos de una partidocracia maltrecha. Los partidarios del Frente Popular mataron en Guipúzcoa a más de quinientas personas en las escasas semanas que controlaron la provincia, entre ellos 27 menores de edad y diecisiete mujeres. Mataron igualmente a seis religiosos y causaron unos daños a la Iglesia valorados en casi cinco millones de pesetas de la época, por mor de las destrucciones y profanaciones cometidas por los seguidores rojo-separatistas. Gravísimos fueron los daños económicos generados a la propiedad pública y privada de la provincia, pues se aproxima a los mil millones de pesetas.

En la provincia de Vizcaya el capítulo de sufrimientos fue superior como consecuencia de quedar esta provincia a merced del nacionalismo aranista durante el tiempo que duró la guerra en el Norte. Los perjuicios económicos ocasionados a la propiedad mobiliaria e inmobiliaria ascienden a la cifra astronómica de casi 800 millones de pesetas de la época, sin comprender los daños causados por las operaciones bélicas que fueron cuantiosos. Sacrificaron igualmente los nacionalistas y marxistas la vida de unas 1450 personas derechistas o similares, entre ellas 44 religiosos, atentando también contra edificios sagrados y bienes eclesiásticos. Más leve fue la persecución efectuada por los citados en el territorio alavés dominado por los gubernamentales: 102 asesinatos y casi siete millones de pesetas en daños, derivados de profanaciones, sacrilegios y saqueos.

Y es que no hubo piedad para el disidente ni para el prisionero, como bien lo acredita las matanzas indiscriminadas toleradas en los buques-prisión anclados en Bilbao y en las cárceles bilbaínas y guipuzcoanas, que supusieron una masacre de más  de quinientos asesinatos. No obstante, la vesania de los vascos partidarios del Frente Popular no se circunscribió exclusivamente a los territorios vascongados, pues llegó a la capital de España merced a las denominadas Milicias Vascas, las cuales constituyeron una checa particular en su cuartel de la calle Guzmán el Bueno, haciendo desaparecer a los detenidos como bien informa la Causa General: curiosamente, no se les concedió a estos infelices el salvoconducto ideado por el PNV para evitar que sus militantes y amigos madrileños fueran encarcelados y ejecutados por las milicias frentepopulistas. No olvidemos tampoco los cientos de niños vascos que fueron enviados fuera de España con destino a la URSS, sin posibilidad de retornar.

Capítulo aparte lo constituyen los muertos vascongados por acción de guerra, entre los cuales hemos de contar cientos de soldados y marineros de las tropas nacionales, la mayoría alistados como voluntarios. Y entre estos cobra importancia los legendarios soldados de la columna Sagardía, compuesta inicialmente por falangistas guipuzcoanos, navarros y riojanos, que fueron la génesis de la famosa 62 División, cuyas unidades combatieron con arrojo y valentía por los campos de batalla de España. Y ya no hablamos siquiera de la gesta de los tripulantes del crucero Baleares, ciertamente sobrecogedora.

La posguerra y los años cincuenta

No hubo tranquilidad efectiva en el País Vasco hasta la liberación de Bilbao, pudiendo fijarse la paz real hacia 1940, cuando puede darse por concluida la etapa de pacificación en dicho territorio emprendida por la Auditoría del Ejército de Ocupación, coincidiendo con la conclusión de los expedientes de responsabilidad político-penal sustanciados en los distintos tribunales militares. No en vano desde principios de los años cuarenta, la subversión había prácticamente desaparecido de Euzkalerria, pues la actividad del maquis apenas se notó en territorio vascongado, muy propicio en teoría para la guerra de guerrillas por el carácter abrupto de su orografía. De hecho, desde 1943 hasta 1952, los guerrilleros de izquierda únicamente cometieron algunos delitos económicos en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya; aunque de escasa importancia. En la primera de las provincias mencionadas, los bandoleros únicamente perpetraron tres sabotajes y un atraco, no produciéndose ningún fallecido en los encuentros con la fuerza pública. En la jurisdicción de Vizcaya, los maquis cometieron cuatro sabotajes, siete atracos y murieron dos personas como consecuencia de sus actuaciones. Y por lo que respecta a la provincia euscalduna de Guipúzcoa, los huidos produjeron dos sabotajes y causaron la muerte de ocho personas. No hubo, pues ningún sistema operativo de guerrillas, sino mero bandolerismo, y acaso muy tenue, pues solamente mejoran los registros vascongados de tranquilidad pública las provincias de Alicante, Logroño, Valladolid, Segovia, Soria y Murcia, junto con la España insular, donde no hubo resistencias armada al régimen de Franco. Y es que la oposición peneuvista se limitó entonces a colaborar con el servicio de inteligencia de EE. UU.

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El renacimiento industrial y cultural de Vascongadas puede situarse en torno a 1950, lo que favoreció la emigración de miles de compatriotas hacia esas tierras norteñas.  Por su parte, el deporte vasco comenzaría a despuntar en España, inclusive fuera de nuestras fronteras, pues aún se recuerdan los éxitos futbolísticos del Athletic de Bilbao y las cabalgadas ciclísticas de Loroño. También se propicia de nuevo el cultivo de la lengua vasca y las costumbres euscaldunas a través de las instituciones culturales del Municipio, Diputación y Movimiento; incluso se programa su estudio en las universidades españolas. Por fin, en 1959, los Cortes aprobaban definitivamente la compilación del Derecho foral de Vizcaya y Álava, suponiendo un hito en lo que concernía a la conservación del derecho autóctono.

La irrupción de ETA

Lamentablemente, la tranquilidad social en el País Vasco duraría hasta que la organización separatistas ETA decidió comenzar sus actividades subversivas. Curiosamente, hace hoy 62 años nacía ETA, como una facción desgajada de las juventudes del Partido Nacionalista Vasco (Euzko-Gaztedi) y del colectivo Ekin. La influencia romántica de la revolución castrista de 1959 prende en estos jóvenes vascongados para soñar con una revolución nacionalista, en principio no marxista, conseguida por la fuerza de las armas, dejando a un lado el neutralismo político del PNV y del gobierno vasco en el exilio. Mas muy pronto, este nacionalismo imago-cubano se transforma en marxismo revolucionario, merced a las enseñanzas de Federico Krutwig, el maoísmo y el ejemplo de la revolución argelina. Es entonces, cuando el nacionalismo revolucionario o para-revolucionario de los primeros etistas se convierte en un grupo terrorista, trocándose en un colectivo de desalmados políticos, que emplean como instrumentos de convicción el asesinato indiscriminado, la colocación de artefactos explosivos, el sabotaje, el secuestro y el chantaje. Sus primeras acciones terroristas se dirigen contra un tren de excombatientes que acudían a un acto de hermandad en 1961, le siguen los sabotajes contra la vuelta ciclista a España cuando atravesaba suelo vascongado y continúan con los asesinatos del guardia civil de Tráfico, José Antonio Pardines y el comisario donostiarra Melitón Manzanas, en el verano de 1968.

Conviene detenerse en el atentado frustrado de 1961, que cumplió este julio 60 años. En aquella ocasión, se intentó descarrilar un tren que portaba docenas de antiguos soldados a San Sebastián, a fin de conmemorar el XXV aniversario del Alzamiento. Con ello, se acredita que era odio lo que respiraban estos muchachos nacionalistas para emprenderla contra unos cincuentones veteranos y pacíficos. De hecho, meses después, se organizaría por los antiguos combatientes donostiarras de la columna Sagardía una concentración en el páramo de Bricia (Burgos) para inaugurar el monumento a los caídos de la columna, proyectado por Eduardo Olasagasti y erigido por el sexto batallón de ingenieros zapadores. Dicho inmueble conmemorativo reuniría el 30 de septiembre de 1962 unos tres mil excombatientes, acudiendo también la viuda del general Sagardía, palma de plata de Falange impuesta por Franco en 1956, precisamente en el Palacio de Ayete de San Sebastián. Y es que por aquel entonces, todavía se respiraba una atmósfera de un profundo patriotismo en la provincia de Guipúzcoa.

En 1962, el grupo clandestino de ETA se autotitularía pomposamente Movimiento de Liberación Nacional, pasando a poseer una variante “militar”, es decir una rama estrictamente violenta, dejando de lado los grafitis inmobiliarios e iniciando las amenazas y atentados urbanos. No se contentaría la organización separatista con solamente amedrantar a los definidos por “españolistas” en la jerga aberzale sino que pasaría a ponderar seriamente su eliminación física. Antes de decidirse a tales asesinatos ideológicos y racistas, practica el secuestro, siendo su primera víctima, el cónsul de Alemania Federal en San Sebastián, Eugenio Beihl, un hombre honorable conocido por mi familia y propulsor de las relaciones comerciales con España, quien siendo secuestrado en 1970 fue entregado, incomprensiblemente, a su captores tras haber logrado escaparse. Pues bien, el primer hombre identificado con los ideales del Alzamiento Nacional, víctima de ETA, fue el mismísimo presidente del Gobierno, almirante Luis Carrero Blanco asesinado el 20 de diciembre de 1973, sirviéndose de una logística deficiente.

La época de sangre de los terroristas vascos

Una vez desaparecido el general Franco, las personas que comulgaban con los ideales del 18 de Julio comenzaron de inmediato a sentirse perseguidas, anotando la organización ETA en su particular lista negra los cargos locales del régimen anterior, para continuar el listado funerario con tradicionalistas y falangistas residentes en Vasconia; es decir, sometiendo a los simpatizantes de  dichos credos políticos a un temor parecido al que padecieron sus correligionarios en los años 1936 y 1937. Y es que los asesinados que profesaban dicha ideología alcanzarían la veintena de fallecimientos violentos, entre 1975 y 1984. Curiosamente, las tres fuerzas políticas que representaban entonces los valores genuinos del Alzamiento Nacional; es decir el tradicionalismo carlista, el falangismo y la novedosa asociación Fuerza Nueva poseen el mayor número de víctimas, quince individuos en total, siguiéndole en número algunos activistas de la Alianza Popular de aquellos años e inclusive varios militantes de la UCD (Unión de Centro Democrático). Fue una limpia implacable que hizo desaparecer tanto a alcaldes como concejales de pueblos o ciudades poco importantes, como ocurrió en Galdácano, Castillo-Elajebeitia, Oyarzun, etc. Excepto la muerte del presidente de la Diputación de Guipúzcoa y procurador en Cortes, el antiguo requeté José María de Araluce, asesinado el cuatro de octubre de 1976, los demás muertos eran personas modestas que poseían un estanco, una portería o, mismamente, un taxi. Curiosa paradoja que, por lo demás, suele suceder en las revoluciones conducidas por fanáticos: los redentores matan en primer lugar a quienes pretenden redimir.

La muerte repetitiva de estos miembros del antiguo Movimiento Nacional, si los comparamos con lo ocurrido en los años anteriores, responde a una razón estratégica: antes de diciembre de 1976, el Movimiento Nacional funcionaba normalmente y poseía miles de afiliados en sus diferentes secciones. En consecuencia, cualquier atentado contra uno de sus militantes podía generar teóricamente muchas protestas por todo el país; incluso en las provincias vascongadas. Y eso para una organización que pretendía extender su campo de acción no era recomendable de cara el exterior. De una organización terrorista no pueden esperarse nunca actos heroicos, pues sus acciones siempre buscan un rédito político y económico, siquiera se cometan los crímenes más abominables. Ahora bien, una vez que el Movimiento Nacional queda inoperante por mor de la reforma política de 1976, dicha circunstancia fue aprovechada por los terroristas vascongados para efectuar una limpieza muy cruel entre los antiguos militantes del extinto Movimiento, quienes carecían de protección policial.

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La aplicación de  conducta tan criminosa respondía a la categoría de lo que puede definirse por “terrorismo selectivo”: es decir, se seleccionan unas determinadas víctimas para que la sociedad civil quede enterada de qué conductas no van a consentirse en el nuevo orden revolucionario o en la nueva Arcadia independentista; y en ese sentido los terroristas etarras alcanzaron lamentablemente sus objetivos, en cuanto a que el españolismo político terminó desapareciendo con el tiempo de los territorios vascos, donde había tenido gran aceptación social.

No obstante, también se imponía el terror entre los dirigentes locales, con la finalidad de que los alcaldes y concejales del tardofranquismo secundaran los escritos de las organizaciones separatistas, las protestas colectivas, las dimisiones, las asambleas, etc., todo en pro del movimiento de la Coordinadora Aberzale Socialista (KAS), como fórmula de coaccionar al Estado, Quien no lo hiciera, sabía que podía costarle la vida como le ocurrió al alcalde de Oyarzun, Antonio Echevarría, que murió asesinado el 24 de noviembre de 1975, vistiendo incluso la camisa azul. El temor infundido a los representantes municipales llegó al extremo de que el alcalde de Andoaín no se atreviese a denunciar a quienes quisieron matarle en septiembre del 76 por temor a las represalias. 

Pues bien, en el recuento de esta persecución silenciosa y silenciada, hemos de referirnos a los militantes de la asociación  Fuerza Nueva, que sufriría su primera baja en la persona de Víctor Legorburu, alcalde tradicionalista de Galdácano, ametrallado por los terroristas en febrero de 1976. Con todo, esta agrupación política nunca retrocedió ni ante las balas ni ante las amenazas de los criminales del separatismo vascongado. Estuvieron siempre allí, parafraseando la revista FN en su edición de 27 de mayo de 1978. De hecho, Blas Piñar habló varias veces en las provincias donde se conservaba el vascuence original, utilizando algunas veces el eusquera: en Vizcaya (1977), en Guipúzcoa (1978), en Navarra (1979)… siempre amenazado, pero nunca como aquel día de primavera de 1978 en el frontón Anoeta de San Sebastián, cuando desde unos edificios los separatistas ametrallaron el frontón repleto de admiradores y simpatizantes del piñarismo, entre ellos mujeres, ancianos y menores de edad. Cuando comenzaron los disparos de los separatistas, el público asistente comenzó a entonar el Cara al Sol… Fue una situación de guerra civil no declarada, en la que de un lado había valientes y de otro, miserables cobardes, lo que, milagrosamente, no se convirtió en un trágico pogromo. Con todo, el acto pudo desarrollarse con normalidad, pese a las trabas administrativas y al acoso de una izquierda aberzale que por aquella vez supo que existía un núcleo de ciudadanos en absoluto dispuestos a inclinar la cerviz ante sus pretensiones coactivas. En cualquier caso, a ETA aquel contratiempo le importó poco y siguió con su particular lista de crímenes, matando a más de cincuenta personas en lo que restaba de año, entre ellas varios falangistas y tradicionalistas, totalmente indefensos, como el jefe provincial de la Agrupación de Jóvenes Tradicionalistas de Vizcaya, cuyo asesinato se cometió el 27 de diciembre en la biblioteca de Ondárroa donde trabajaba.

 

Durante el año siguiente, los separatistas de ETA matarían dos tradicionalistas en Beasain y Vedia, éste último antiguo alcalde de la localidad y militante de Alianza Popular. En agosto, los terroristas habían ametrallado un antiguo miembro de la Guardia de Franco en Sondica, tras salir de un restaurante, causándole la muerte. El año 1980, contempla el asesinato de varios miembros de Unión de Centro Democrático, entre ellos el antiguo concejal y alcalde franquista de Elgóibar, tiroteado el 23 de octubre. Días antes, había sido asesinado Carlos García Fernández, un falangista de Eibar que regentaba un estanco. Por su parte, en 1982, los terroristas matarían un militante de Alianza Popular en Algorta, representante de Tabacalera y un carlista en Pamplona, mientras hablaba en su oficina. En 1983, no contabilizamos muerto alguno, entre los activistas de los movimientos políticos que estamos comentando; pero, en 1984, los separatistas cometen otros dos homicidios más, uno en Pamplona, donde asesinan al jefe regional de Fuerza Nueva, el comandante retirado Jesús Alcocer, cuando visitaba un mercado; y el 31de diciembre, en Azcoitia, cuando asesinan a José Tomás Larráñaga, antiguo jefe local del Movimiento y simpatizante por entonces de UCD.

Obviamente, no mencionamos en este martirologio los cientos de militares y  agentes del orden masacrados y ninguneados, por entender que profesionalmente son apolíticos, cuando sus simpatías pudieran coincidir con el pensamiento de algunos de los muertos, como podría ser el caso del coronel José María Picatoste, vilmente asesinado en agosto de 1986 en Villarreal de Álava.

 

La persecución actual

La normativa que se pretende aprobar por el Parlamento vasco, por muchas  capas de pintura política con que pretendan decorarla, nos introducirá de nuevo en una etapa negra y oscura: no se merece eso el pueblo vasco, después de haber soportado el ciudadano pacífico una tiranía de sangre, como la que tuvo lugar en dicho territorio durante la década de los setenta. Los políticos arrogantes e iletrados no los merece un pueblo tradicional y los vascos lo son desde hace siglos. En fin, las cifras que hemos expuesto son exhaustivas de la auténtica barbaridad que va a cometer el gobierno vascongado con la Historia y la concordia de todos, lo que nos induce a pensar que los aprendices de sultanes aún existen en nuestro país.

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José Piñeiro Maceiras