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Uno de los aspectos menos destacados y dignificados del régimen franquista es el sindicalismo agrario: su carácter vanguardista y su sentido de lealtad pleno hacia el agricultor y el ganadero.

Desde que el ministerio de agricultura cayó en las manos falangistas de Raimundo Fernández Cuesta el 30 de enero de 1938, con la constitución del primer gobierno del General Franco, las legislaciones de representatividad sindical, defensa del crédito agrícola y derechos sociales para el agro fueron constantes y novedosas y a continuación las relataré.

La cruda realidad española de 1940- 1941 pasaba por el terrible hambre y la crisis económica motivados por la ruina económica legada por el bando frentepopulista, ladrón del oro del Banco de España y patrocinador de terribles expropiaciones desde febrero de 1936 hasta abril de 1939. La lucha contra esta terrible situación empujó al Generalísimo Franco a revitalizar el campo y la ganadería como fuentes primarias esenciales para abastecer a una nación española desolada que se enfrentaría al terrible aislamiento internacional impuesto por las potencias vencedoras de la II guerra mundial.

La ardua tarea tenía que satisfacer de modo regulado las necesidades vitales del pueblo español cercado y vetado por las “naciones democráticas”, y para ello se estableció de forma necesaria e inevitable el “racionamiento” de alimentos que duró hasta 1952. El éxito de esta política terminó con el hambre en la segunda mitad de los años 40, desapareciendo de este modo un mal endémico que había aumentado exponencialmente durante la catastrófica II república, régimen que llevó el hambre y el analfabetismo a índices de primeros de siglo. El historiador Pío Moa documenta excelsamente este episodio del franquismo tan manoseado y tergiversado.

En esta tarea de recuperación nacional el sindicalismo agrario y cooperativista de inspiración falangista jugó un papel esencial para dignificar socialmente al agricultor y animar su imprescindible labor por el progreso de España.

El cooperativismo agrario del régimen franquista creó secciones sindicales de cooperación que comprendían: compra-venta de factores de producción; de maquinaria; de concesión de crédito exento de usura; de comercialización de cosechas e incluso de abonos químicos modernos. Gracias a estas secciones sindicales se difundieron en España las nuevas técnicas de fertilización. Gracias a ellas millones de productores y jornaleros hasta entonces sin pensión garantizada ni derecho a jubilación, comenzaron a cotizar y a tener la cobertura de la incipiente Seguridad Social laborada por el flamante ministro de Trabajo José Antonio Girón de Velasco.

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La representatividad agraria se basó en una unitaria organización corporativa: la Organización Sindical Agraria, dependiente de la Delegación Nacional de Sindicatos al amparo de la ley de 23 de septiembre de 1939. En el ámbito local existían las “Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos”; en el provincial, las “Cámaras sindicales agrarias”; y a nivel nacional la “ Hermandad Nacional de Labradores y Ganaderos”. En 1940 se decretó la ley de “Unidad Sindical” así como la ley de “Bases de la Organización Sindical”. En septiembre de 1941 se alzaron las llamadas “Hermandades Sindicales”.

Éste era el armazón legal y representativo unitario que permitió además, entre otras cosas, desplegar la inmensa labor del “Instituto Nacional de Colonización”: el ente que hasta 1975 levantó de la nada más de 300 nuevos pueblos sobre millones de hectáreas de regadíos que en 1975 eran 2.700.000 en toda España y que se caracterizaban por el gran poder cosechero y ambiental de las tierras explotadas y cultivadas por habitantes de regiones que por fin tuvieron, gracias a Franco y su labor sindicalista, el derecho a permanecer en su tierra y a no emigrar a otras regiones de España en busca de empleo.

Existía un Seguro Especial Agrario para todos los agricultores, y desde las Hermandades Locales y la organización sindical vertical se promovía la afiliación de los mismos a la Seguridad Social.

Por primera vez en la historia de España el Estado y los Sindicatos no eran de clase; eran de los trabajadores. Y por primera vez se animaba a los agricultores y ganaderos a entrar en la acción protectora de la Seguridad Social para garantizarles pensiones de jubilación y cobertura sanitaria.

Pese a episodios climatológicos dramáticos como la sequía de 1945, la producción cerealística española y la del Levante español centrada en los cítricos fueron beneficiadas por la llegada a España de tractores que en 1975 ya eran medio millón; por la modernización de regadíos y de infraestructuras establecida en el primer PLAN DE DESARROLLO, y por la política hidráulica franquista que conectó cuencas hídricas y alzó 515 embalses.

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La ley de “Cooperación” de 1942 logró que en 1955 el número total de cooperativas sindicales fuera el mayor de la historia de España hasta entonces. La ley de Cooperativas de 1974 modernizó la anterior normativa.

Al proceso de ayuda mutua y modernización se sumó el del crédito agrícola y social: las Cajas Rurales, alzadas para conceder liquidez a las familias trabajadoras del campo en proyectos laborales y personales se vieron más potenciadas todavía cuando se constituyó en 1957 la “Caja Rural Nacional” que agrupaba a todas las Cajas Rurales y que actuaría como entidad de representación y ayuda mutua; auténtica y vanguardista cooperativa de crédito agrícola para todo el ámbito nacional y que sirvió para plasmar en realidades efectivas lo que el vetusto Servicio de Crédito Agrícola no había logrado: que en cada pueblo recóndito de España hubiera una entidad dispuesta a atender las específicas necesidades de los estratos sociales más humildes y laboriosos de España.

Conclusión: la obra legislativa, institucional y sindical del franquismo fue admirable. No sólo se centró en la industria, sino también en el agro y la ganadería. Dignificó a los hombres del campo y les atribuyó derechos sociales hasta entonces vetados para ellos. Hizo real y fidedigna la consigna falangista de enterrar la lucha de clases y hacer llegar la justicia social a todos los hombres y tierras de España.

Valga este artículo como mi homenaje personal a las Hermandades locales sindicales de agricultores y ganaderos, en una de las cuales mi abuelo -ya fallecido- militó y dio fe de los inmensos logros de derechos y progreso para las familias del campo y sus aspiraciones de ayuda mutua y desarrollo personal.

Autor

Jose Miguel Pérez