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Entre los siglos X al XIII en Oriente Medio surgió una secta ismailí llamada nazaríes. Sus detractores les cambiaron el nombre y pasaron a llamarlos hashshashin, que significa asesinos. Por eso esta secta es más conocida como asesinos que nazaríes. Empezaron a tener renombre a partir del siglo X, coincidiendo con la dinastía Fatimí, en la cual tuvieron su máximo poder. Durante este periodo se destacaron por su actividad estratégica de asesinatos selectivos contra dirigentes políticos, militares y reyes. También coincide con las Cruzadas. Esta manera de actuar de la secta de los asesinos sembró el terror por todo Oriente Medio.

La secta de los asesinos tenía su sede en la fortaleza de Alamut, cerca de la ciudad de Qazvin, antigua capital del Imperio Persa, en la actual Irán. Posteriormente se trasladaron a Masyaf, en la actual Siria. Su manera de actuar, bajo una cierta capa de misticismo, hizo que se magnificara a esta secta. Ayudó mucho el libro de viajes que escribió Marco Polo. En este libro cuenta que el líder de los asesinos hacía beber un brebaje a los jóvenes que adiestraba en el uso de las armas para adormecerles y que despertaran en un lugar maravilloso. Así les hacía creer que era un profeta que poseía las llaves del paraíso y obtenía absoluto poder sobre su voluntad. Sobre esta base se escribieron mil y una historias, muchas de ellas inventadas, que han mantenido en la memoria popular a los asesinos.

Los grandes enemigos de los asesinos fueron los mongoles. Los primeros asesinaron a Chagatai, año 1241, hijo de Gengis Khan. Este acto fue nefato para la secta. A partir de ese momento perdieron muchos centros de poder. Uno de ellos su Alamut. Esto supuso que tuvieran que marcharse de ahí y pasar a ser nómadas. Muchos de ellos acabaron en la India, donde formaron pequeños grupos, sin el poder de antaño. Otros se asentaron en Masyaf pero, como los otros, tampoco recuperaron el poder de antaño.

Una de aquellas historias de las que hablábamos lleva por título La secta de los asesinos y el viejo de la montaña. Cuando hablamos de esta historia debemos concretar una cosa. Al hablar de el viejo de la montaña no estamos hablando de una persona. Dentro de esta frase se juntan una serie de jefes que presidieron esta secta desde el año 1090 al 1258. Aunque también puede referirse a Hasan bin Sabbah (1050-1124), también es conocido como El Viejo de la Montaña. A parte de fundarla, la dirigió hasta la pérdida de Alamut. Sabbah fue un reformador religioso, autor y precursor de la nueva predicación -da’wa- de los ismailí nazaríes, lo cual pretendía reemplazar la de los ismailí fatimíes. La historia dice lo siguiente…

Esta es la fantástica historia de Hassan Sabbah, el viejo de la montaña, así le dieron en llamar los cruzados del siglo XI a Cheik el Djebel, traduciendo erróneamente la palabra Señor por Viejo. Desde la altura de su nido de águila hizo reinar el terror en una amplia zona de Asia.

Era hijo de un mercader de maderas establecido en Rei , en aquellos tiempos una de las más prosperas ciudades de Persia. En la universidad de Nicapur conoció a Abu-Alí-Hassán y a Quita-ed-Din, apodado Omar-el-Khayyam, “el organizador de campamentos”. Al terminar sus estudios dijo a sus dos camaradas: “hagamos un pacto. Quienquiera de nosotros que alcance la gloria o la fortuna deberá compartirla a partes iguales con los otros dos”. Ahora bien, Abu-Alí-Hassán llego a ser Gran Visir, con el título de Nizam el Mulk, “la luz del reino”. Fiel al pacto, llamo a su lado a sus dos antiguos condiscípulos. Nada pidió Omar Khayyam; bastábale con proseguir sus estudios de astronomía y componer versos, esos versos que forman la colección de los inmortales Rubayat. Hassán-Sabbah fue nombrado para un alto cargo. Pero no tenía la categoría de Nizam el Mulk. Trato en vano de suplantarlo, fue traicionado y consiguió ponerse a salvo aventurándose a saltar por la ventana y a huir presurosamente.

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Refugiose en Rei, su ciudad natal, donde fue iniciado por un anciano ismaelita en la doctrina que “lleva por el recto camino”, la de la “secta de los siete (Sebayah)”, una nueva y poderosa secta cuyo núcleo residía en Egipto. Los ismaelitas reconocían como séptimo Imán a Ismael, hijo menor de sexto Imán Chiíta, en vez de su hermano mayor Muza. Pero, sobre todo, su secta profesaba una doctrina secreta, basada en el conocimiento del profundo sentido oculto en la letra de los textos y revelado a quienes son merecedores a ello por medio de una iniciación que comporta siete grados, que muy pronto fueron ampliados a nueve. Después cayó enfermo, corriendo peligro de muerte. A resultas de un sueño, despertase curado y partió para El Cairo, donde fue iniciado en el más alto grado de la gran logia Ismaelita.

Allí conoció el hachís. Compuesto principalmente de hojas de cáñamo indio, esta droga se tomaba en forma de licor, de pastillas azucaradas y de vahos. Esta droga era el encanto, tanto de las noches de los fellahs y de los remeros de los dehabiehs como de los grandes señores. Su virtud, copiosamente celebrada en los archivos secretos de la Gran Logia, avivaba el deseo y el valor, multiplicaba las visiones de los místicos, insensibilizaba al sufrimiento y a la muerte a los combatientes que se lanzaban con ímpetu a la pelea con risa demencial.

Amenazada su vida de resultas de intrigas palatinas, Hassán-Sabbah se embarcó para Occidente. Al quinto día de navegación se levantó una tempestad y los marineros quisieron arrojarlo al mar. Pero el exclamo, con palabras inspiradas: “¡Dios me prometió que ningún daño me afligiría!” la tempestad se calmó. La nave fue arrastrada hasta las costas de Siria. Los marinos a quienes él salvo la vida le siguieron a través de Persia y fueron sus primeros adeptos.

Con ellos recorrió Persia, visitando a los afiliados cuya lista poseía. Pero a quienes le aconsejaban que engrosase la masa de sus seguidores, respondía: “Mas adelante, más adelante. No preciso de sus juramentos. Lo que necesito es su fe; que sean entre mis manos como el cadáver entre las del que lava a los muertos,” Con ellos se dirigió hacia Occidente, hacia las montañas al sur del Caspio, hacia las más yermas alturas donde, en las cercanías de Rumbar, se alza el castillo de Alamut, el Nido del Águila ( o según otros, tomando la raíz de la palabra amukt, enseñar, el magisterio del Águila).

En la noche del 4 de septiembre de 1090 introdujose misteriosamente en el castillo. Las letras que componen el nombre de Alah-Amuth, interpretadas con arreglo de la mística de los números, facilitaron aquella fecha para que pudiese entrar en la fortaleza su nuevo dueño Hassán-Sabbah.

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El gobernador fue autorizado para poder salir libremente con sus esposas. El gobernador de Kerduc y de Damegan le entrego tres mil dinares (monedas de oro árabes) a la vista de una esquela de Hassán.

A partir de entonces, misteriosos emisarios procedentes del castillo de Alamut partieron en todas direcciones. Visires, altos dignatarios –entre ellos Nizam-el-Mulk-, todos aquellos cuyo poderío podía oscurecer el de Cheik-el-Djebel, cayeron bajo el puñal o perecieron envenenados; el sultán de Bagdad librose por azar de la muerte. Cuando el asesino era detenido, afrontaba con alborozo la tortura y la muerte. Privados de sus más sólidos sostenes, los califatos de Bagdad, de El Cairo, de Córdoba, se disgregaban: Hassán-Sabbah era el amo temible, invisible, que actuaba por doquier.

El nuevo sultán, Sindjar, congrego un ejército al pie de las fortificaciones de Alamut. Una noche encontró en su tienda un puñal clavado en el suelo, envuelto con un pergamino amenazador. Levanto el cerco y envió embajadores a Hassán-Sabbah.

Fueron recibidos estos en el castillo, en que estaban alineados hombres vestidos de blanco, con gorros y cinturones rojos, los fidawis. Hassán hizo una seña: uno de ellos saco un puñal y se lo clavo en la garganta. Alzo entonces los ojos hacia la torre; otro de los hombres arrojose desde lo alto de las almenas y se estrelló en las losas. ¿Cuál era el secreto de su poder extraordinario?

Estos fidawis no tan solo estaban iniciados en la doctrina ismaelita, sino avezados también al manejo de las armas, instruidos en la práctica de los idiomas extranjeros y en las costumbres cortesanas.

De noche, llegada la hora, el dueño llamaba a su lado al enviado cuyo brazo debería ser el instrumento de su voluntad, y le enumeraba los méritos y las virtudes del Imán Ali , yerno del profeta. Transcurrido un cuarto de hora, un sueño invencible cerraba los parpados del discípulo, bajo el inflijo de un brebaje narcótico.

Durante su sueño era transportado a un quiosco oculto en los jardines, donde se despertaba rodeado de flores, de perfumes y de las más hermosas vírgenes, para que pudiera gustar hasta la saciedad todas las delicias de la mesa y del amor. Transcurridas dos horas de la noche, volvía el dueño y le confiaba que el Imán Ali le había hecho entrever la morada de los elegidos, cuya puerta le abriría su obediencia.

Después dormirse otra vez bajo el efecto del narcótico y se despertaba finalmente sobre el diván en el que anteriormente había conversado con el dueño. A partir de entonces era como “el cadáver en manos del que lava a los muertos”.

Hassán-Sabbah murió el 12 de junio de 1124, rodeado de una lúgubre aureola. Sus sucesores se doblegaron bajo el peso de su herencia. No supieron mantenerse como él en un aislamiento inaccesible, y compartieron con otros sus secretos. En poco tiempo declino su poderíos. En 1265, cuando las hordas Mogolas de Hulagu, nieto de Gengis-Khan, se presentaron ante Alamut, la fortaleza no opuso resistencia.

Autor

César Alcalá